Muy probablemente, la industria turística mexicana no enfrentaba un año con más desafíos que el actual desde el final de la década pasada, momento en el que se vivían los dramáticos efectos de la triple crisis (inseguridad, epidemia de influenza y recesión global) que supusieron, tan sólo en 2009, una pérdida estimada en 8 mil millones de dólares para la actividad turística del país.

Tanto el complicado escenario internacional, como la incertidumbre prevaleciente en el contexto nacional del sector, representan un enrarecido entorno para una industria que vivió los mejores años de su historia en el pasado reciente.

Así, y por lo que respecta a los mercados internacionales, las señales son preocupantes en virtud de que el principal proveedor de turistas a México —Estados Unidos— tarde que temprano ajustará el dinámico ritmo de expansión observado en años recientes, además de que ha acusado recibo de la inseguridad prevaleciente en algunos destinos, pues luego de mantener un crecimiento interanual por arriba de 11%, cerrará 2019 con un incremento modesto en torno a 2%.

Y, por si esto fuera poco, algunos mercados internacionales relevantes para México y que han tenido buenos comportamientos en la década actual, enfrentan graves problemas económicos internos que repercutirán en una contracción de sus flujos turísticos al exterior; dentro de ellos habría que contar al Reino Unido, Argentina y Brasil (tercer, cuarto y sexto mercado en importancia, respectivamente), más los desenlaces que pudiera provocar en la región asiática, la confirmación de una desaceleración en la economía china.

Tocando el tema interno es clara la desilusión reinante en la industria turística nacional, luego de tres medidas tomadas por el nuevo gobierno con un potencial real para afectar al turismo en el corto y el largo plazos; nos referimos a la cancelación del proyecto del nuevo aeropuerto que en lo turístico inhibirá de manera relevante la conectividad aérea; la decisión de desaparecer el Consejo de Promoción Turística de México, institución que, ciertamente, podría haber hecho su trabajo de mejor manera, pero que a final de cuentas era considerada como un factor con capacidad suficiente para incidir en las decisiones de viaje de los turistas; y, sobre todo, por una exigua asignación de fondos para el funcionamiento de las instituciones públicas del sector que afecta tanto a la promoción turística, como al conjunto de los proyectos de infraestructura y equipamiento (como por ejemplo, aquellos asociados al Programa de Pueblos Mágicos) que desde hace unos 20 años venía activando la Secretaría de Turismo en colaboración con gobiernos estatales y locales.

Durante años, el sector turístico ha sido minimizado en las decisiones públicas, por más que en el discurso se suelan magnificar sus bondades. Una y otra vez, los gobiernos federales se han pronunciado por hablar del turismo como una actividad prioritaria, condición que, por cierto, es establecida en el marco legal desde 2009. Sin embargo, dicha prioridad sigue quedando en entredicho y las primeras decisiones del gobierno actual no auguran un cambio de rumbo y este es, justamente, el mayor de los retos del secretario de Turismo, Miguel Torruco Marqués.

Torruco es, antes que nada un turistero experimentado, profundo conocedor, tanto de la industria como de la vida pública y ha sabido demostrar su liderazgo en la defensa de las causas empresariales del sector. No hay ningún argumento para desestimar su trayectoria, ni para escatimar las capacidades con que cuenta para ocupar la titularidad de la Secretaría de Turismo.

Con estos antecedentes está claro que sus mayores retos están fuera del resorte de sus capacidades legales y se inscriben, más bien, en la manera en la que debe construir el posicionamiento del turismo al interior del propio gobierno, como una actividad clave para el país, no solo en lo económico, sino también en lo social.

Si Torruco no puede convencer a los verdaderos tomadores de decisión dentro del equipo gubernamental del peso específico del turismo, tengo la impresión de que la debilidad del sector se prolongará ocasionando lamentables consecuencias para el país.

Dicho de otra manera, el verdadero reto de Torruco no es mantener los flujos turísticos o disponer de recursos para la promoción turística, ni siquiera recuperar la confianza de los inversionistas (hay decenas de inversiones en el sector pausadas ante la falta de certidumbre). El gran reto es hacer valer, contundentemente, ante el gobierno que inicia, lo que representa para México, un sector que contribuye con 8.7% del PIB, con 11 mil millones de dólares como saldo neto reflejado en la Balanza de Pagos y que aporta más de 4 millones de empleos…

Director de la Facultad de Turismo y Gastronomía, Universidad Anáhuac México.
Twitter: @fcomadrid

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