El silencio no existe. El vacío tampoco, propone el artista Ismael Vargas en su obra plástica, de la que una exposición estará en el Centro Cultural Fátima de San Pedro Garza García, Nuevo León, durante octubre y noviembre. Se exhiben esculturas y pinturas que son el corazón de un creador contemporáneo que sabe conectarse con los especialistas en sentir, esos que no temen al asombro ni a los cuerpos imaginarios que invaden la estancia entre pared y pared, donde los cuadros flotan libremente. Viajan. Las piezas que ocupan el espacio central dan fe de muchas vidas y se forma una capa de recuerdos que nos envuelve a todos.

Ismael Vargas nació en Guadalajara, Jalisco, México, en 1947, y desde niño se mudó al universo del deseo. Miembro de una familia con carencias extremas, tuvo que desear un lugar en el mundo y trabajar para conseguirlo. En su obra se notan sus etapas artísticas: ricas, lúdicas, deslumbrantes, pero dentro de una estética que induce a desconfiar de la belleza como una representación del mundo contemporáneo, donde lo bello es más una amenaza que paraliza el ánimo y la progresión de las ideas, que un principio de perfección. En el libro Ismael Vargas, Redimiendo el vacío, publicado en Guadalajara, Jalisco, México, en octubre de 2016, edición al cuidado de Ricardo Duarte, se da fe del desarrollo de un artista original pero poco conocido en su país. Ismael es un creador que sabe jugar con el tiempo, con el vacío y con el silencio. Conoce el lenguaje de las mariposas, que de acuerdo con Charles Dickens, son libres, y en este libro son seres que entran y salen por sus páginas demostrando eso: que son libres. Se trata de un libro de gran finura que contiene poemas de Elsa Cross e Ismael Vargas, además de textos de Eduardo Antonio Parra, Ricardo Duarte y Élmer Mendoza. La fotografía es sorprendente, no sé cómo lo consiguieron pero lograron que cada cuadro o pieza representada comunique tanto como cuando se ve en vivo. No hay errores ni granos incorrectos. Cuitláhuac Correa y Daniel Cárdenas hicieron su trabajo.

En la primera sección del libro aparece la nueva dimensión que consiguió darle a la artesanía mexicana; simplemente le extrajo el espíritu de los tiempos y nos entregó la mayoría de sus mensajes secretos. Objeto, color y formas invaden los sentidos y es posible colegir nuevas rutas en lo que tantos creíamos agotado, sobre todo los que hemos crecido donde la artesanía nunca fue una actividad notable entre nuestros antepasados.

Un aspecto importante de las piezas es su carácter fantástico, y aquí celebramos un ensamble de tradiciones americanas y europeas que nos esclarecen que las barreras en el arte sólo están en los ojos de quien mira. Seres imaginarios, máscaras, ángeles, alebrijes, abejas, aves, saurios, peces, ajolotes, ranas, cigarrones, tortugas, borregos cimarrones y las once mil vírgenes que una noche encontró Guillaume Apollinaire y se negó a abandonar ese paraíso hasta escribir Los once mil falos, en el sueño infinito de un mundo igualitario. Los colores de México son más de 10 mil y están en este libro. Y si usted ha soñado un pubis perfecto, debe abrir la página 178, donde hay un ensayo de orquesta que abre paso a una serie de cuadros de flores que son poderosos vasos comunicantes. “Sin duda las creaciones de este artista son exuberantes a la vista y exóticas desde su origen. Un artificio visual y táctil encaminado a exponer, en la repetición, una imagen nueva, distinta.” Expresa Eduardo Antonio Parra de este creador paciente, que no tiene más interés estético que encontrar la fuerza de lo nuevo en cada una de sus piezas.

La parte final del libro contiene sus esculturas, piezas donde parece conversar con el espacio. “Trato de crear mi entorno como si fuera un cuadro…” Le confiesa a Ricardo Duarte en una entrevista, “Intento trabajar todo lo que me rodea. Yo mismo soy una obra de arte, soy parte de mi obra.” Quizá por eso los materiales que utiliza son tan variados: metal, vidrio, mármol, piedra, madera, vidrio, terracota, cobre, barro, cerámica, hueso, hierro y muchos más. Su temática es diversa también, aunque impresiona su tratamiento de símbolos religiosos como la cruz y las efigies cristianas, donde sobresalen las vírgenes. En fin, Ismael Vargas es un artista completo, su obra lo constata, además de su búsqueda cotidiana de lo imposible, de la sorpresa que todo creador enfrenta un día que creía que todo estaba perdido. Vean el libro, visiten la exposición y sabrán de qué estamos hablando. Sé que pasarán uno de los mejores momentos de su vida.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses