La muerte trae verdades, y a nuestro querido José Emilio no se le escapan, ni se le escaparon. Ese hálito sin rostro, esa sombra que cura, nos ha puesto de pie. México de pie. Y los que veo buscando vida, removiendo escombros, alzando el puño cerrado, registrando los hechos, son jóvenes. “Ustedes fueron desde el primer minuto de espanto/ a detener la muerte con la sangre/ de sus manos y de sus lágrimas.” Testifica nuestro querido poeta. Y yo veo personas en la flor de la vida recobrando un país del colapso, demostrando que son capaces de abandonar la cotidianidad tecnológica para entrar sin temor en los túneles de la muerte, en la oscuridad infinita. Los veo demacrados de esperanza, sin relojes, sin hambre, en lucha cuerpo a cuerpo con las barreras del misterio. “Para los que ayudaron, gratitud eterna, homenaje.” Propone el maestro Pacheco. Los veo agigantados, han descubierto la manera de amar a su país y la dejan ver. No permitirán que la desgracia los desanime y mucho menos se los trague. Sus rostros llenos de polvo no muestran que vienen del camino, sino que están tomando un camino que debe continuar en la recuperación completa de un país en vilo. El dolor nos ha unido. “Tu dolor, mi prójimo lejano,/ es mi más grande sufrimiento.” Confiesa el autor de Las Batallas en el desierto, nacido en la Ciudad de México en 1939. Cada persona rescatada es un momento reconstituyente, una repetición del origen del mundo. Cada niño ganado a los escombros es una caja de sueños recuperada. Cada mujer extraída de los bloques de concreto es el espejo de Alicia funcionando a todo lo que da. Cada hombre levantado de las sombras es una cabeza con un mundo más habitable. México es caballo, cuerno y recuerdo, pero un recuerdo vivo, de aquellos que para siempre se tienen que contar y cantar.

Laura Hernández de inmediato se sumó a una brigada que se encargaba de los heridos graves; Sandra Montoya se lanzó a Xochimilco, donde hacían falta brazos fuertes; el Rocky Peralta se marchó a Jojutla, donde se requerían más topos. Jóvenes de frente limpia que llevan a México en la sangre, que son el pensamiento de este tiempo, un horizonte que no se apaga más que pura madre. “Joven desconocida, muchacho anónimo…” Define el autor de Elegía del Retorno a ellas y a ellos que dejaron todo por ayudar. Por horas han nadado en el silencio, por horas han asegurado que ser mexicano tiene sentido. Bienvenidos los extranjeros que llegaron para colaborar. Gracias. Parra los vio pasar y dice que como que flotaban en el silencio que era espeso. Vero está segura que eran sombras brillantes. Danielle interrumpió su reporte para admirarlos y dejarles el paso libre. De inmediato se sumaron a las brigadas de jóvenes nacidos para empujar. Jóvenes que quizá no han escuchado a Arthur Rubinstein, pero que practican esa idea azul del pianista de que si amas la vida, ella terminará por amarte; porque no creo que haya una razón más poderosa en esta inmensa pandilla de muchachas y muchachos que la de amar la vida y que ella les corresponda. Amar es estar allí, y se la juegan dentro, fuera, encima de los escombros, al lado del cansancio y de su sombra. Escombros que son como el odio ignoto que nunca tiene rostro pero que te persigue entre dos tragos lo mismo que entre dos besos.

“La tierra se estremece./ Nace y agoniza cada día.” Nos hace ver el poeta Jaime Labastida en su libro Atmósferas, Negaciones, y el maestro Pacheco lo secunda con un definitivo toque agrio: “La tierra desconoce la piedad/ Solo quiere/ permanecer transformándose.” Y puesto que estamos aquí, reconocemos que no hay forma de evadirse. Por razones que alguien nos explicará, la danza del planeta continúa. Eso ha generado nuevos rostros y nuevas actitudes, los jóvenes se han convencido de que están aquí y que de ellos depende que este país no se vuelva una selva de idiotas voraces y sonrientes que sólo los ven como materia electoral. El aire debe ser nuevo, y si eso ocurre, solo habrá una manera de comportarse: estar de pie. Dichoso México que se mantiene sobre pies juveniles y decididos. Pacheco nos da voz para decirles: “Para todos ustedes, acción de gracias perenne/ porque si el mundo no se vino abajo/ en su integridad sobre México/ fue porque lo asumieron/ en sus espaldas ustedes.” Ni modo que no, y no digan que no les da gusto, no digan que no los llenan de orgullo esos rostros inéditos adueñándose de su destino.

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