Murió en el terremoto del martes. El sismo lo tomó por sorpresa, como a todos los habitantes de la inmensa Ciudad de México.

La capital, que dos horas antes evacuó edificios por el tradicional simulacro de cada 19 de septiembre, se sacudió. Maldita coincidencia.

Como en el 19-S de 1985, la pérdida de seres queridos atrapados entre los escombros nos quebró a millones.

A diferencia de hace 32 años, hoy sabemos que la alerta sísmica salva vidas. Pero esta vez no sonó con anticipación. Nos dimos cuenta hasta que se zangoloteaban las lámparas, los árboles, la tierra, los cables de luz, los autos, los vidrios, los edificios, nuestra existencia entera.

Era hora de tomar clases. Algunos iban retrasados rumbo a sus salones. Otros, como Emi y Eugenio, se quedaron platicando un rato más en el patio del Tec de Monterrey, Campus Ciudad de México.

De pronto, se acabó el cobijo de la tarde soleada. Comenzó el sismo.

Ante sus cuerpos tambaleantes y la mirada atónita, se desplomó la estructura que conectaba dos edificios. Los puentes cayeron.

Emiliano grabó con su celular lo que sucedía. Ese video, más tarde, se hizo viral.

Los fuertes movimientos se mezclaron con el ruido ensordecedor. El polvo invadió el ambiente. Los gritos desorientaron.

Consolándose unos a otros, se preguntaron por sus hermanos, por los demás.

Uno de sus compañeros desapareció. Pasó la tarde. Pasó la noche. El impacto se transformó en angustia. Permanecieron en contacto a través de las redes.

En Milenio Televisión informaron que lo habían encontrado. Pero no fue así. Se trató de una lamentable confusión.

“Es una gran persona”, me dijo Eugenio.

En la madrugada, la angustia se convirtió en profunda tristeza, cuando recibieron la noticia de que Juan Carlos había fallecido.

Dejó este mundo como lo hizo mi prima en aquel temblor del 85. Joven. Alegre.

Partió junto con cuatro alumnos más del Instituto Tecnológico de Monterrey. Y con pequeños del colegio Enrique Rébsamen. Y con tantos otros niños, niñas, mujeres, hombres, adolescentes, cuyas historias quizá jamás sean contadas.

Todos ellos se fueron con el amor de sus padres, familiares, allegados. Y con el dolor de una sociedad que se abraza, solidaria.

Mientras escribo estas líneas, esos jóvenes que lloran a su amigo se unen a la generosidad de miles de mexicanos que se organizan, reparten víveres, sacan cascajo, luchan contra el tiempo, desean salvar una vida… y otra… y otra. Se entregan en la noche y el día, bajo el sol y la lluvia, con el alma partida y el corazón por delante.


RAZONES Y PASIONES: Al igual que en 1985, frente a una sociedad que muestra grandeza, la clase política “brilla” por su pequeñez.

Twitter: @elisaalanis
FaceBook: Elisa-Alanís-Zurutuza

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses