Las instituciones, todas, han sido creadas para otorgar un servicio a la comunidad, están formadas por hombres y mujeres, contratados para una función muy específica independientemente de los conocimientos técnicos, científicos o intelectuales, todas y todos tienen un objetivo común; servir.

En este contexto es frecuente leer o escuchar sobre diversos reconocimientos, muchas veces bien merecidos, ya sea a grandes personalidades, otras a simples mortales, ambos casos justos cuando son por actividades extraordinarias, grandes esfuerzos o resultados sobresalientes, sin importar el campo o la materia; el reconocimiento por parte de autoridades y comunidad a mujeres y hombres en lo individual o en equipo, cuando es ganado a pulso jamás debiera ser mal visto o minimizado; caso contrario cuando se entregan aplausos y vivas a personas grises que quizá lo único que tienen por gracia es un apellido conocido o un padrino con quien alguien quiere quedar bien.

Todo lo anterior tiene que ver con una vieja discusión sobre el peso que tienen algunas personalidades en las diferentes instituciones, desde deportivas, académicas, públicas o políticas es común escuchar que: la dependencia, la universidad, el equipo o cualquier tipo de institución le debe a “x” o “y” persona por su entrega, por enaltecer el nombre de la institución, incluso hay quienes fabrican mártires a diestra y siniestra y salen con la frase de que el país le debe tanto a fulanito o menganito.

Efectivamente, las instituciones están integradas por individuos, pero por muy largo que sea el camino recorrido dentro de la institución o muchos los logros que se ganen, todo, absolutamente todo se hace gracias a la institución que nos da la oportunidad de crear, de generar, de investigar, de jugar o entrenar, nos da las herramientas, el espacio y la infraestructura para realizar nuestras labores y con ellas servir, servir al estudiante, al campesino, al empresario, a la y al ciudadano; cumplir la meta suprema de servir, tanto al exterior con la comunidad como al interior de la propia institución.

Nunca, por muy grande, elocuente o triunfador, no importa cuántos reconocimientos cuelguen orgullosos en las paredes de las oficinas, trofeos en las vitrinas o campeonatos en su haber, nunca un individuo estará por encima de la institución que representa.

Es la universidad, la institución, el equipo o el país quien nos da la oportunidad de vivir, de crecer, de desarrollarnos y de representarla, todo aquel que tenga la oportunidad y el privilegio de pertenecer a una institución esta moralmente obligado a dar lo mejor de sí, a buscar los resultados óptimos y a contribuir con su esfuerzo a engrandecer con toda humildad el buen nombre de la institución.

Por favor ya basta de protagonismos, dejen de sentir vértigo y vahídos por subirse cinco minutos a un ladrillo.

Twitter: @dgv1968

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