1. En dos oportunidades fue mi cómplice, aunque la segunda llegó demasiado tarde.

—A ver, ¿cuántas veces me has entrevistado? —preguntó al teléfono.

—Una docena, al menos.

—Entonces ya sabes lo que te voy a responder. Lo sabes casi palabra por palabra.

Vicente Leñero había obtenido en aquel momento uno de los variados reconocimientos a su obra. El anuncio se hizo muy luego de la hora de la comida. No quedaba tiempo casi de nada, más que de escribir, pero, maldición, los minutos pasaban como segundos y el honor para Leñero se iba a diluir en un pie de foto. Era inaceptable. Tic, tac. Para colmo, la envidia que caracterizaba a cierto oscuro personaje del diarismo también operaba en contra. Socarrón, engolando la voz, me dijo muy alto ante la sonrisilla del esbirro que tenía por ayudante: “Si le haces una entrevista en lo que regreso de la junta, tiro esta plana (una sin importancia, realizada por sus achichincles pero completa al fin y al cabo) y todo el espacio es para ti y tu maestrito”. Las risotadas del esbirro se sumaron a las de dos o tres compañeros a quienes la porra los saluda y la vida se encargó de colocar en el sitio del que no saldrán nunca.

Aquello de “maestrito” era grave y punzante. Tic, tac. Como si nada pasara (la causa estaba ya casi perdida), hice lo que pude y molesté un poco hasta a la gente de su casa, donde no estaba, pero me dieron una pista que me llevó a otra y a otra. Y, finalmente, a Leñero en persona. De fondo había un festejo que daba inicio para celebrarlo a él. Yo buscaba una entrevista, y él apenas se daba abasto para recibir abrazos y cruzar frases.

—Tengo una plana para usted —no le comenté lo de las guerras intestinas para no presionarlo.

—Haz la entrevista. Sabes lo que te respondería si pudiera. Di lo que te parezca sensato. Escríbela como si fuera ahorita, nada de recortes de charlas pasadas. Escríbela tú, preguntas y respuestas. No te voy a desmentir.

—Es toda una plana, maestro...

—Llévatela.

La escribí. Al envidioso señor basurita le dio un chorrillo que casi lo lleva al hospital. El esbirro no pudo cortar ni una palabra de mi texto porque era palabra de Leñero. Se fue el texto con llamado y foto a primera plana. Leñero marcó temprano a casa al día siguiente:

—Me han felicitado mucho por tu entrevista. No puedes recibir mejor recompensa.

2. La recibí después, sin que él estuviera presente. Una charla en su estudio al cual no llegaba. Su Remington portátil, una de las 15 que debía tener, estaba en el escritorio, al lado de un tablero electrónico de ajedrez. Había sólo un párrafo de guión cinematográfico. Saqué la hoja, puse una nueva, y escribí una posible solución a la partida que el maestro tenía en juego con la maquinita.

Sonó el teléfono de nuevo al otro día:

—No. Así habrías perdido con blancas en cuatro jugadas —y me dio una solución brillante, de alguien que ve ocho movimientos a futuro.

3. Otro día, por ahí en un puerto del Atlántico, se sorprendió mucho al verme entre las primeras filas del teatro que ofrecía su presencia. Y yo lo mismo, que me lo encontré en un programa de mano. Desde la mesa del “presidium” me saludó con su media sonrisa, y me hizo la seña de que guardara silencio. Pero yo estaba rodeado de sus fans más jóvenes, todas ellas guapas, alegres, risueñas. Al terminar la ponencia, pasó apenas cerca para decirme como si hablara al viento: “Si se arma la cena, no te desaparezcas, eres invitado”. Pero no se concretó nada y de algún modo casi mágico logré evadir al grupo de fans, sacarlo del sitio, meterlo al auto y salir pitando rumbo a un tranquilo sitio de cenas y tragos. Pero lo encontraron y se corrió la voz: llegaban, lo aseguro y testigos hay, universitarias bellísimas (desde luego mayores de edad) que hacían fila para abrazarlo, brindar con él, obsequiarle libros de todas las materias, recaditos, botellas, charolas enteras de comida y besuquearlo en las mejillas y las manos con el respeto que se puede conservar entre las 10 de la noche y las 5 de la madrugada. Por fortuna pude sacarlo de ahí. Ya abajo del auto, antes de cruzar la puerta de su diminuto hotel, me dijo: “Lo que sea, no fue de este mundo, y supongo que hiciste bien. Qué maravilla de gente”.

4. Gente, sí, y más gente. Ha salido ya el tercer volumen de memorias y personajes que Leñero dibujó, Mucha más Gente Así, editado por Alfaguara, y que constituye el tercero de sus volúmenes de retratos. Libro de indispensable lectura. Cátedra de lo que el periodismo es. Texto obligatorio para estudiantes de comunicación. Gozo asegurado para quienes desde cualquier otra perspectiva se acerquen a él.

5. —¿Se la pasan chingándote, verdad? Debiste renunciar a tiempo e irte a la revista cuando te lo ofrecí.

—No me lo permitió la lealtad, maestro.

—Se es leal sólo a quien corresponde.

6. Desde su cielo, hoy me pregunta lo mismo, a diario: “¿Siguen chingándote?”

Y hoy, ante las páginas de su nuevo libro, pese a que físicamente abandonara el mundo hace ya tres años, puedo responderle que no, que ahora estoy donde debí estar hace tanto tiempo, con mi gente, rodeado de periodistas de purasangre. Al fin, Leñero, maestro, al fin.

@cesarguemes

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