No es un reconocimiento, no es un galardón y no es motivo de la saludable alegría de saberse representado, que por principio de cuentas para eso se escribe una pieza dramática.

No.

La obra de teatro leído (ni siquiera se tomaron la molestia de aprenderse el parlamento) de título “Bajo techo ajeno”, representada estos días en Tamaulipas, contiene al menos uno de mis textos, un monólogo teatral de los 10 que aparecieron en el libro Reinas de corazón, que en su momento tuvo a bien editar el siempre querido Rogelio Carvajal —y promovido por el connotado Óscar Dávalos Becerril— bajo el sello de Océano, largos años a su mando.

De buena intención, no falta una alma caritativa que me mande felicitar por el trabajo y gracias a ello me doy cuenta de los hechos que se constriñen a un asunto muy simple: entre los organizadores del asunto, las personas que “dieron vida” a saber a cuántos de mis personajes (con uno que haya sido es suficiente) y el autor —que pasa a ser el titular de esta columna—, jamás hubo contacto alguno para realizar el trámite de representación. No hay contrato de por medio, así que no hay ni las gracias para el autor porque en este país donde parece que nada se sabe, en realidad todo se sabe y la verdad es sólo una: el autor vale madres.

¿Alguien busca quedar bien con alguna institución, cosechar el aplauso, llevarse el mérito y lo que se tercie? Fácil: se busca una pieza teatral, se la “adapta” —no quisiera ahondar en las fregaderas que el trabajo haya padecido porque el solo hecho de cambiar una coma, créame, querido lector, que implica una responsabilidad severa— y se la pasa por las armas.

Oiga, señora Laura Rodríguez, subdirectora del Instituto Municipal de la Mujer (INMUJER), en Nuevo Laredo: ¿Y el autor de la obra o al menos de gran parte de ella que representaron bajo su mando, en su casa de trabajo? ¿Ya así nos llevamos? ¿De plano?

Desconozco a la señora Rodríguez, del mismo modo que desconozco absolutamente a Mónica Parra, Seydé García y Leticia Hernández, quienes ofrecieron la obra “Bajo techo ajeno” —lo he puesto entrecomillado porque las ofensas no merecen el digno trato de las itálicas—. No alcanzo a ver sus capacidades profesionales dentro de la actuación, no entiendo cómo hicieron para entender y compenetrarse con el texto, ni siquiera sé si saben leer en voz alta porque, como mencionaba, además de adueñarse del texto, no comprendieron que está hecho para ser representado escénicamente, no leído, y que memorizarlo implica meterse en el personaje. Pero, bueno, si total, ya se habían apropiado del trabajo ajeno —el que en alguna hoja volante, si las hubo, alguien haya tenido la fantástica idea de decir que esa obra se “basaba” en una pieza mía no exime a nadie de nada—, lo de menos era hacer con ella lo que quisieron.

En su momento, en el felizmente célebre Hijo del Cuervo, dirigido entonces por el extraordinario amigo y caballero Pablo Boullosa, se dio a conocer Reinas de corazón, el libro, con sus 10 monólogos teatrales. Cristina Pacheco y Carmen Aristegui me acompañaron en la mesa de presentación y realizaron un comedido análisis del volumen que en algún momento se convirtió en saludable y provechoso diálogo en el que tanto ellas entre sí, como aquí el autor, llegamos a mantener puntos de vista incluso distantes y, por ello, enriquecedores. Ahí sí, con todo derecho, porque fue invitada expresamente para el caso, la ya entonces destacada mujer de radio, Hilda Saray, dio lectura profesional, educada, perfecta, a varios fragmentos de los monólogos. Y, por fortuna, además de contar en la mesa con esa voz privilegiada de Radio Educación, por cierto periodista además de docente, Hilda Saray participó con enorme acierto en la tertulia aquella.

También, después de llegar a un acuerdo muy generoso por parte de la sexóloga y comunicadora española Anabel Ochoa, transmitió, con su voz, uno de los monólogos, íntegros, en el programa radial de que era titular indiscutible. Esa cuarteta magnífica —Pacheco, Aristegui, Saray, Ochoa— se dio gracias a que las 10 piezas del volumen dan voz en primera persona a otras tantas mujeres que se encuentran en una situación límite y le cuentan ahí sí a quien más confianza le tienen la encrucijada de su existencia, y van desde una niña de seis años a una mujer que ronda los 60, cuyas actividades y experiencias son muy disímbolas salvo que todo lo ven, por fortuna, con la luz que les confiere ser mujeres.

Antes de ahora, también recibí la “grata noticia” de que otra persona, en el sureste del país, sin ser precisamente actriz, había triunfado en un certamen con la lectura de varios fragmentos de Reinas de corazón, y además andaba de gira artística. Tampoco la conocía, tampoco hubo contrato previo. En años más cercanos, un cineasta mexicano muy destacado se acercó para llevar varios de esos monólogos al cine, con todas las de la ley, pero su propio presupuesto lo rebasó y ni hablar, tan amigos.

Para la causa que haya sido, por el motivo que fuere, señoras participantes en “Bajo techo ajeno”, es necesario que sepan con claridad que la obra de un autor tiene derechos protegidos por la ley y que no se puede apropiar. En este caso, aquí el único techo ajeno resulta que es mío y como autor me reservo el derecho de admisión.


@cesarguemes

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