Los escritores mexicanos de novela negra, novela del crimen, tenemos un muy incierto futuro. En el estado de la República que se mire, la realidad acabó con toda ficción posible para convertirse en ese subgénero triste llamado distopía. Hablamos de la realidad, de lo tangible, de aquello que puede medirse para ser consignado públicamente. Los homicidios dolosos, violaciones, feminicidios, secuestros, robos a casa habitación, robo de vehículo con violencia o asalto a pequeños comercios son de tal magnitud que no habría pluma que los consignara literariamente, en particular porque la novela negra resuelve o se involucra. Y, hasta donde sabemos, la gente dedicada a la comisión de actos delictivos como los mencionados no tiene entre sus filas a personas de letras.

Uno de los más interesantes rubros dentro de la novela del crimen es el police procedural, y de ahí el éxito de literatos que estudian, se nutren y saben qué es un procedimental y cómo se narra. Ese mismo éxito se refleja directamente en el cine y en las series televisivas, la gran mayoría de ellas producidas en Estados Unidos con muy escasísimas excepciones. Las escriben personas serias, dedicadas, cuya gente que las rodea está para auspiciar y proteger la creación: bobos no son, saben que el negocio está en el talento. No importa cuánto tarde en resolverse un acto fuera de la ley: siempre habrá uno, dos, tres, centenas de interesados, profesionales de la literatura, inmiscuidos en las pesquisas que darán lugar a futuras obras. Y para ejemplo, el mayor garbanzo de a libra: El Zodiaco, un malandro que escapó a la justicia pero que es buscado tanto por las autoridades correspondientes como por todos los investigadores civiles que a título personal y mediante la forma de la creación han rodeado a ese fantasma inatrapable.

Esto del procedimental tiene su gracia económica no sólo para los grandes corporativos editoriales o productoras cinematográficas y televisivas. No es ningún secreto que los escritores policiacos alcanzan ganancias para sí que pueden llegar con la mayor facilidad a un millón de dólares de adelanto por una novela que aún no ha sido escrita. Eso sin contar las regalías por traducciones y adaptaciones. Vamos, que sí es un trabajo y sí paga, incluso cuando se es, como muchos prosistas, no el mayor superventas sino uno de mediano alcance. Pero, cómo decirlo, eso es allá, en Estados Unidos, y más recientemente en Noruega, Alemania, Francia, Reino Unido y desde luego España.

En nuestro país se han hecho esfuerzos por apoyar al género negro, policial, novela del crimen o como prefiera llamarle. Han habido desde muy plausibles labores individuales que se volvieron clásicos de la narrativa, intentos por crearles un espacio específico en las editoriales y hasta la posibilidad de una revista bimensual que agrupaba hace tres décadas en casa de un notable policiaco mexicano a una veintena de escritores, hombres y mujeres casi por igual. Pero no hubo revista, desde luego porque la plata no alcanzaba para producirla.

Ser narrador de novela negra es circunscribirse, ciertamente, a un mundo en donde abundan los crímenes, o al menos uno de ellos, y se busca determinar desde el por qué hasta el cómo. Sin embargo, la vida, el país real lleno de sangre (inocente mucha de ella) aunado a la impunidad con la que se cometen los delitos hace que una novela (ninguna en específico) se vuelva escasa frente a un solo día en el cual se revisen los diarios y nos demos cuenta que narrar aquello es imposible. Cuando las morgues y los panteones en el país no alcanzan para tanto caído, sabemos que no sólo al futuro de la novela negra se lo cargó el payaso, sino a la vida misma, al presente y al futuro de una generación como la presente que ya no sabe, ni sabrá, cómo era abordar un transporte público sin temor a ser asaltado, cómo era manejar por las autopistas sin que aparecieran retenes ilegales, cómo era asistir a la secundaria donde no se necesitaban detectores de armas, cómo era existir un día a la vez y pensar que había un mañana para continuar con los proyectos de cada quien.

Hoy, como siempre, tenemos en todo el territorio nacional a grandes narradores que seguramente no se darán por vencidos. Pero le aseguro que como cada periodo literario y creativo es hijo de su tiempo y no puede escapar a su contexto, que podemos decirle adiós a lo que fue nuestra novela negra tal y como la conocimos y la valoramos. Y darse cuenta, asumir esa certeza, merece más que un minuto de silencio.

@cesarguemes

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