En la primera página del Washington Post y Los Angeles Times apareció una noticia en la que se daba cuenta de que el ingreso de la clase media estadounidense había aumentado en un 5.2% en el último año y que el número de personas que vivían por debajo de la línea de la pobreza había disminuido en un 2% con una tendencia hacia la baja. Algo similar a los resultados arrojados por la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares del INEGI que arroja un crecimiento del ingreso en los hogares más pobres y una reducción de la pobreza extrema en números absolutos de 11 a 9 millones de personas.

Esto es significativo porque es un síntoma de que la economía de la región de Norteamérica ya se recuperó después de la gran crisis financiera mundial de 2008, que provocó la caída de los ingresos reales de los trabajadores, las tasas negativas de crecimiento del Producto Interno Bruto y empobrecimiento. Esto incluso es contradictorio con el discurso trumpiano contrario al TLCAN y sus amenazas de salirse del acuerdo comercial.

Respecto a México, en el estudio económico de la OCDE, publicado en enero de este año, se destaca que tiene un crecimiento previsiblemente constante, con una mayor productividad.

Sin embargo, la lectura de estos datos debe ser más cuidadosa. No basta que se eleve el ingreso de la población en general por un efecto de mayor acumulación de riqueza, sino que ésta se distribuya mejor. Simultáneamente a las buenas noticias del crecimiento de las dos naciones, también se informó que la desigualdad social tanto en Estados Unidos como en México creció. Esto augura que cuando haya otra crisis, que es un fenómeno propio del capitalismo, quienes sufrirán mayormente sus estragos son los pobres y la clase media, ya que los grupos con mayores ingresos son los más beneficiados de la reactivación económica. En México, prevalecen profundas desigualdades regionales, entre las zonas urbanas y rurales, entre géneros y hay un abismo entre los hogares del primer decil (los más pobres), quienes cuentan con $6,820 de ingreso corriente promedio trimestral y el décimo decil (los más ricos) quienes, en contraste, tienen un ingreso corriente promedio trimestral de $160,820.

En la vida real esta información estadística se expresa de la forma siguiente: Hay un video circulando en las redes sociales en las que el dueño de Virgin Airlines, Richard Branson, miembro del selecto grupo Forbes, muestra la destrucción casi total de su mansión en la Isla Necker por los efectos del huracán Irma. Los fenómenos naturales no distinguen entre ricos y pobres, pero el sistema económico sí lo hace y es muy probable que la propiedad afectada del magnate esté asegurada y sea resarcido en los daños y perjuicios sufridos, que sólo haya pasado un mal rato y ahora tenga una anécdota que contarle a sus amigos en su fiesta de pijamas en su bunker. En contraste, un sinfín de familias damnificadas quedaron en total desamparo y algunas perdieron la totalidad de sus bienes que representan el ahorro de una vida.

El huevo de la serpiente está incubado. Ninguna sociedad puede sentirse tranquila si en su seno los procesos de intercambio de bienes y servicios favorecen permanentemente a determinados grupos en detrimento de otros. Esta circunstancia es evidente en países con profundas divisiones raciales o ideológicas –como sucedía con el Apartheid o los satélites de la extinta Unión Soviética– o regionales o económicas, como sucede en Norteamérica.

La frustración de la mayoría de la población por la falta de acceso a ciertos satisfactores en sociedades consumistas, es la fuente principal del descontento y de las huestes de los populismos que, con base en frases simplonas, movilizan al electorado en contra del “establishment”. Donde la corrección política que se expresa cotidianamente en una invitación constante al diálogo y al impulso del consenso como estrategia primordial para la acción pública, pareciera insuficiente ante una realidad tan contrastante. Aún más si consideramos que al ritmo actual de disminución de la pobreza tardaríamos 120 años para reducir la diferencia monetaria entre los más pobres y los más ricos en México, según Oxfam (Animal Político, 14-09-17).

La pretensión de que con un discurso del miedo o la invitación a la prudencia se va a detener el crecimiento de los opositores a la forma racional de administrar el presupuesto y a la disciplina de las finanzas públicas es ingenuo y raya en el ridículo. En este momento, lo bueno por conocer, aunque parezcan ideas descabelladas, conquista las conciencias y se impone a lo malo conocido. Lo aventurado políticamente atrapa al electorado, que favorece con su voto a personajes cuya ignorancia es proverbial y sólo ofrecen lo evidente plagado de ambigüedades. Así, la política de la sinrazón se gesta y fortalece por la desigualdad social.


Profesor de Posgrado de la Universidad Anáhuac del Norte
cmatutegonzalez@yahoo.com.mx

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