Parece una eternidad. Pero apenas ha pasado un año desde que Donald Trump fue electo Presidente, y la retahíla de escándalos así como de actitudes, decisiones y pronunciamientos deplorables emanando de la Oficina Oval no tienen precedente en la historia política moderna estadounidense. Hoy no paso nueva revista a la malhadada ópera bufa que es hasta ahora la gestión del mandatario estadounidense; miro hacia adelante, para atisbar qué sucede de aquí al siguiente parteaguas importante en el calendario político estadounidense, las elecciones intermedias en noviembre 2018.

De entrada, no hay que esperar un cambio en el proceder de Trump. Hubo quienes argumentaron que sus posturas eran teatro político y herramienta electoral y que las moderaría una vez instalado en la Casa Blanca. Estos meses ya deberían haber barrido con esa noción. Los exabruptos mañaneros en redes sociales a los que nos tiene habituados sugieren que persistirá en desatar broncas innecesarias, aun cuando eso lo perjudique; vean sus ataques constantes a legisladores y liderazgo Republicanos. A pesar de que no ha logrado obtener una sola victoria legislativa, que depende de su bancada para sacar adelante la reforma fiscal -su gran objetivo de gobierno entre ahora y fin de año- y que requerirá del GOP ya sea para arropar su decisión de salirse del TLCAN o aprobar un acuerdo renegociado ante previsible oposición y reticencia bipartidistas en un año electoral, Trump persiste en embestir con ataques ad hominem a Republicanos con los que discrepa, para así “ablandarlos”. Ello augura un calvario en el Capitolio, aun cuando es patente que el GOP llegaría muy debilitado a las urnas en 2018 sin un record de éxito legislativo. Su comportamiento ha avivado además percepciones de colusión y obstrucción de justicia ante las investigaciones en curso sobre el papel ruso en la elección, proceso que ya cobró sus primeras bajas y que podría tocar en semanas por venir al círculo familiar del Presidente. La falta de logros también pesará a la hora en que su equipo comience a redactar su primer informe ante el Congreso en enero próximo. Y con promesas de campaña en limbo (restricciones a viajeros, construcción del muro o deportación de Dreamers), la tentación a recurrir a golpes de efecto con su base -como la denuncia del TLCAN- podría marcar el arranque del nuevo año político. Seguiremos atestiguando su asalto a la separación de poderes y medios de comunicación. Pero aquí es evidente que más allá del daño estructural que Trump está causando a la democracia de EU, el andamiaje constitucional está haciendo lo que fue diseñado para hacer: equilibrar al Ejecutivo. Trump puede lucir como un dictador, pero la Constitución ha funcionado hasta ahora como debería para evitar que actúe como tal.

La primera prueba de fuego real ocurrirá en un año, con las elecciones intermedias. Un partido que controla la presidencia casi siempre pierde en ellas escaños en el Congreso, más cuando se enmarcan como un referéndum al Presidente. Los Demócratas necesitan obtener 24 escaños para asumir el control de la Cámara y 3 en el Senado. Pero la capacidad del GOP en la última década para manipular distritos ha derivado en menos distritos competitivos, y en 2018 habrá en el Senado más escaños Demócratas en juego (25) que Republicanos (9). No obstante, hay señales tempraneras que debieran generar optimismo en filas Demócratas: encuestas que les dan la ventaja genérica más elevada (15 puntos) en décadas para una elección intermedia; y los resultados electorales la semana pasada, sobre todo en Virginia, donde el voto urbano y suburbano se movilizó para rechazar sonoramente a Trump. No cabe duda que ello mostró que la marca GOP está seriamente dañada, cortesía del Presidente. Sin embargo, tienen la ventaja de una economía saludable, con desempleo bajo e ingresos de la clase media al alza. Los Demócratas están divididos y peleados, y en el partido la política de identidad que indudablemente ha hecho de EU un país más tolerante, liberal y justo para minorías étnicas y sexuales está contrapunteada con la urgencia de reconectar con votantes de cuello azul –social y culturalmente conservadores- que Trump les arrebató hace un año. La política hoy en EU es más sobre narrativa y la capacidad de contar historias que sobre políticas públicas. Los Demócratas, que hoy tienen la mejor melodía, aún no encuentran la letra adecuada para acompañarla, y los estadounidenses se están acostumbrando al “reality show” de su mandatario. Y si bien los Republicanos ya no pueden disimular que su pacto faustiano con Trump los vuelve cómplices del Presidente, no lo han abandonado (con todo y los tres senadores que lo denunciaron al anunciar su decisión de no contender en 2018). Así, el único escenario que sí podemos anticipar en los próximos meses es que la polarización en EU sólo se intensificará.

Consultor internacional

Google News

Noticias según tus intereses