En los últimos tiempos, en México se ha iniciado un interesante debate sobre la memoria, justicia y reconciliación histórica . En el mundo académico en general, existe el consenso de que después de la caída del muro de Berlín y al finalizar la Guerra Fría, la política de memoria en diferentes rincones del mundo ha adquirido una importancia que crece cada vez más. En el caso de los estudios contemporáneos, el Holocausto tuvo un efecto clave pues significó el fin a la regla de que la Historia está escrita por los vencedores. A partir de este momento, en los estudios de la memoria colectiva se registró un cambio esencial consistente en que la historia de los vencedores, o como Nietzsche la llama la “historia monumental”, empezó a estar complementada por la “historia de las víctimas”. En palabras del jurista e historiador mexicano Antonio Martínez Báez: “el pasado probó que lo que nosotros llamamos el veredicto histórico no es nada más que la opinión del ganador”.

Según los académicos, la política de memoria está compuesta por las políticas de la verdad y de la justicia. En otras palabras, la política de memoria explica cómo la sociedad interpreta y se adueña de su pasado y, con base en esto, construye su futuro. En consecuencia, la memoria y la historia colectiva son instrumentos esenciales para la consolidación de nación y Estado. No es casualidad que la élite política siempre aspire a moldear la memoria colectiva de acuerdo con su discurso y sus políticas, y plasmarlos en la Historia como el depositario principal de las memorias. Para sustentar lo anterior, comparamos dos ejemplos muy educativos y elocuentes, así como mutuamente opuestos.

Después de la Segunda Guerra Mundial, se empezó el doloroso proceso de la desnazificación en Alemania. El ex presidente Richard von Weizsäcker declaró al respecto que “quien cierra los ojos al pasado, se vuelve ciego en el presente. Quien no desea recordar las inhumanidades, se vuelve susceptible a los peligros de nuevas infecciones”. Alemania y su pueblo, a través de enfrentar su vergonzoso y desastroso pasado, lograron la reconciliación interna y así, subsecuentemente, se reincorporaron a la familia de las naciones más avanzadas. En 1952 el gobierno de Alemania, a pesar de no ser responsable de los crímenes de sus antecesores, reconoció la perpetuación del Holocausto volviéndose así el ejemplo y la brújula moral para otros. La identidad alemana después de la guerra está definida, principalmente, por la Catástrofe cuya parte central ocupa el Holocausto. Con el tiempo, las memorias compartidas de los alemanes y los judíos se convirtieron en la memoria europea y, eventualmente, en la memoria global.

La exterminación planificada del pueblo armenio , iniciada en 1915 en el Imperio Otomano y llevada a cabo por la República de Turquía, fue denominada por primera vez como “crimen de lesa humanidad y contra la civilización” el 24 de mayo de 1915 por parte de Rusia, Gran Bretaña y Francia. Hasta la concepción del término “genocidio” , “crimen de lesa humanidad” se consideraba como el máximo delito y fue incorporado en la Carta del Tribunal de Núremberg. Rafael Lemkin, en su informe de 1946 que sirvió como la base para la adopción de la Convención de las Naciones Unidas sobre Genocidio, termina la lista de las masacres que constituían genocidios con las siguientes palabras: “…y aún más cercano a nosotros es el caso de los armenios”. En este sentido y desde el punto de vista histórico y jurídico, el genocidio armenio constituye el arquetipo y prototipo de los genocidios contemporáneos. En el caso de los armenios, Turquía adoptó un proceso diametralmente opuesto a la experiencia alemana, condenando al silencio cuando es posible y haciendo uso de la diplomacia cuando ha sido necesario. En 1965, cuando en diferentes rincones del mundo se conmemoraba el 50 aniversario del “Genocidio Olvidado”, un diplomático de alto rango de la embajada de Turquía en Washington en una carta con fecha del 4 de mayo del mismo año dirigida al periódico The New York Times , sugirió a los lectores que “lo mejor que se puede hacer hoy al respecto de estos días oscuros, es olvidarlos”. La determinación de Ankara por silenciar, condenar al olvido, evadir y reemplazar el pasado por una alternativa que lo glorifica, tenía y sigue teniendo el objetivo de erradicar en su totalidad cualquier vestigio del gran crimen del pasado. En este sentido, es un doble genocidio.

De esta importante diferencia entre la experiencia de Alemania y la de Turquía, surge el fundamental aspecto de “la tercera parte”, es decir, lo que puede representar la Comunidad Internacional. Desde el principio, la cuestión del genocidio armenio evolucionó no solamente en el marco de la política de memoria, sino también en el ámbito de la geopolítica. Hay una enorme diferencia en el sentido geopolítico, económico, militar, etcétera, entre uno de los principales miembros de la OTAN, Turquía, y la flamante pequeña República de Armenia . Como destaca uno de los más respetados estudiosos del genocidio, el Profesor Vahagn Dadrian, “sólo el poderoso puede darse el lujo de negar un crimen de esta magnitud y salirse con la suya”. El fenómeno del genocidio se considera crimen contra la humanidad por lo que no se puede solucionar dentro del formato “perpetrador-víctima”, y por esta razón es indispensable el involucramiento activo de la Comunidad Internacional para imponer las normas de derecho internacional. La postura de espectador de países democráticamente más avanzados resulta impermisible porque, al fin y al cabo, propicia un terreno fértil para el negacionismo, la impunidad, la violación de la justicia y como consecuencia indirectamente fomenta la repetición de este mal en el presente y en el futuro. Pero, como decía Lemkin, “la historia es mucho más sabia que los juristas y los estadistas”. Al mismo tiempo, hay que reconocer que el silencio forzoso y el olvido inevitablemente socavan la democracia que es, en su esencia, un proceso dialéctico y eterno de rendir cuentas que no puede existir si no se hace frente al pasado.

Hoy, después de más de cien años, con toda seguridad se puede afirmar que el conocimiento acumulado a través de la investigación histórica así como de las amplias manifestaciones de la política de memoria de los últimos 50 años, incorporó el genocidio armenio como parte importante de la memoria internacional. A diferencia del Holocausto, el conocimiento global sobre el genocidio armenio no se convirtió en su reconocimiento mundial. En la actualidad, alrededor de 30 países han reconocido el innegable hecho del genocidio armenio . La desproporción entre el conocimiento y el reconocimiento se volvió el rasgo distintivo de la tragedia de los armenios. Lamentablemente y, como es denominado por el Papa Francisco, “el primer genocidio del Siglo XX” es sistemáticamente visto como un valioso bien utilizado por ciertos países como palanca para imponer sus intereses ante Turquía.

A pesar de que la realpolitik sigue reinando en las relaciones internacionales a expensas de los derechos humanos, los cambios que vivió la geopolítica internacional han afectado indudablemente el escenario mundial. En el mundo globalizado se vuelve cada vez más difícil avanzar únicamente persiguiendo los propios intereses nacionales; empezando desde el cambio climático y hasta alcanzar el desarrollo sustentable, los desafíos que se presentan deben ser encarados por soluciones colectivas y unificadas. Lo mismo sucede con la memoria, justicia y reconciliación histórica. El ex Primer Ministro de Gran Bretaña William Gladstone, al respecto de los armenios abandonados por los Aliados victoriosos después de la Primera Guerra Mundial, confesó: “Valoro nuestra posición insular pero temo el día en que también nuestra moralidad se reduzca a insular”. Es el momento adecuado para que las potencias mundiales dejen de lado una moralidad selectiva o ensimismada y asuman el liderazgo del proceso de la reconciliación entre Armenia y Turquía a través del reconocimiento del doloroso e innegable pasado y de la conmemoración conjunta del trágico hecho.

En estos días, se conmemoró el 25 aniversario del genocidio en Ruanda. Al respecto, el presidente Paul Kagame destacó la fuerza de su “pueblo, que salió del abismo para convertirse en una familia más unida que nunca. En 1994 no había esperanza, sólo tinieblas. Hoy la luz ilumina este lugar… porque nuestro pueblo cargó un peso inmenso sin quejarse... Eso nos hizo mejores”.

El 5 de abril, el gobierno de Bélgica pidió el perdón por haber participado en el secuestro de niños en la época de colonización de África. El Primer Ministro Charles Michel expresó su esperanza de que la confesión de Bélgica sea un paso más en la lucha contra el racismo.

El genocidio tiene diferentes caras, cada genocidio en su esencia es único. Los alemanes y judíos, los hutus y tutsis así como los pueblos de Bélgica y del Congo, Ruanda y Burundi, con el apoyo internacional, lograron enfrentar dignamente las páginas trágicas de su historia. Estoy convencido de que lo mismo nos espera a los armenios y turcos por el bien de la Verdad, Justicia y Reconciliación Histórica.

Embajador de Armenia

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