El 12 de abril de 1950, luego de una conferencia dictada por el historiador Arturo Arnaiz y Freg, Salvador Novo y Rafael Solana protagonizaron una pelea que culminó con ambos arrastrándose por el piso luego de intercambiar insultos, puñetazos, arañazos y patadas: “Cuando la mayoría de los asistentes habían subido al estrado para felicitar al conferencista, Novo se acercó a Solana intempestivamente diciéndole: ‘A usted era al que quería encontrar’, lanzándole varios golpes a la cara, y lo tomó de la corbata por la mano izquierda. Solana también respondió a los golpes cayendo los dos al suelo (…). Novo con un dedo trataba de sacarle un ojo, al mismo tiempo que le decía ‘se lo he de arrancar’ (…). Tirado en el suelo Solana, Novo tomó el bastón del poeta León Felipe, y logró pegarle con éste una sola vez, ya que intervinieron personas ahí presentes y los separaron”.

El pleito tuvo su origen en las opiniones que Solana expresó en su columna —Fila y número, que aparecía en el semanario Hoy— sobre las decisiones de Novo como jefe del Departamento de Teatro de Bellas Artes. Desde que el poeta obtuvo tal nombramiento en 1947, Solana cuestionó la ruta que seguiría la dramaturgia en el país, pues Novo, pese a su copiosa producción literaria, no era un especialista en la materia y se limitaba a favorecer los montajes de obras clásicas o los de sus amigos.

A principios de abril, Solana denunció el sectarismo de Novo y le recordó a uno de sus malquerientes: “El día que Salvador Novo pueda decir, no que mandó por oficio a cien mil niños a que se tragaran ‘Astucia’ como parte de sus deberes, sino que cien mil personas espontáneamente fueron a la taquilla a dejar sus dos o tres pesos para ver digamos Rosalba, o La Huella, que tan acertado sería reponer, o alguna otra obra que seguramente habrá, aunque sea de Usigli, enemigo personal del jefe de Departamento, ese día podrá acercarse al señor Presidente en una de esas comidas en que se lo encuentra en casa del señor Ugarte o del señor Maus, y decirle: ‘Señor presidente, he triunfado en mi encargo. La gente de México está yendo al teatro, al buen teatro”.

Una semana antes de la pelea, Solana escribió nuevamente sobre Novo y el apoyo irrestricto que le brindaba a un joven Emilio Carballido: “La esperanza de las artes dramático-literarias que se encuentran en manos de ese Salvador que no lo es sino con mayúscula, está ahora en que Novo se dé cuenta de que incluso a su propia publicidad y a su propia gloria le sirve más ayudar al prójimo que el seguirse creyendo el único autor de México, como opinaba cuando se encargó a sí mismo aquel ‘Quijote’ y aquella ‘Astucias’ a las que dio todas sus preferencias, ordenando muchísimas representaciones como jefe de teatro, y ediciones, como jefe de literatura. Me halaga este despertar de Novo mucho más que me ofende el hecho que me mencione en diminutivo y además con minúscula; ya sé que me llama solanilla solo para provocar que yo le llame novillo; pero con eso no haría yo sino quitarle años. Y no pienso darle ese gusto”.

El 22 de abril, Solana publicó su crónica del enfrentamiento. Comentó, entre otras cosas, que Novo intentó ahorcarlo con su corbata. Aseguró también que ya llevaba tiempo provocándole; incluso había contactado a los directivos de Hoy para que lo despidieran a cambio de trabajar con ellos y que, en el ánimo de censurarlo, lo amenazó públicamente en sus escritos.

A consecuencia de la reyerta Solana fue remitido: “Novo tuvo lo que con una paráfrasis discreta podríamos llamar ‘el consuelo del filósofo: me pegó, pero lo enchiqueré’; pasé toda la noche en la delegación (…). Un compañero azul me llevó (…) al tanque de Lecumberri, donde ya estoy fichado, noticia que espero lleve una gran consolación a Novo en su lecho de enfermo. Si una persona sensata hubiese aconsejado a Novo, el escándalo se habría evitado, y un personaje oficial, un funcionario, con un empleo cultural, con una representación alta, y en horas de desempeño de sus funciones, no habría ido a parar a una comisaría, cosa que fue verdaderamente bochornosa. Yo soporté mi desgracia con resignación”.

Tal fue el revuelo que causó el encontronazo que Alfonso Reyes le dedicó una entrada en su diario: “Bofetadas en Bellas Artes: Rafael Solana le partió la cara a Novo”.

Raúl Anguiano añadió una variación a la historia: “Una cosa que pasó como relámpago y que casi nadie vio fue que León Felipe llegó por la espalda de Novo y con su bastón lo enganchó del cuello, lo jaló y le dio un azotón. León Felipe huyó, tenía fama de cobarde; al correr se le cayó el sombrero. Cuando llegó la policía y después de que los ánimos se calmaron le entregaron su sombrero y dijo: ‘Nomás esto me faltaba, está manchado con la sangre de Novo’”.

Después del temporal, Solana reanudó un contacto cordial con Novo, cuyo ensoberbecido personaje jamás le permitió disculparse con alguno de los colegas que fueron víctima de su iracundia.

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