El pretexto para las libaciones era el ascenso del coronel Romero, quien había logrado limpiar su honor después de un proceso judicial que lo sometió al escrutinio de la sociedad y de la prensa. Los decibeles subían en el Gambrinus aquel 18 de febrero de 1913. Engalanaba el festejo la presencia de Gustavo A. Madero, el más solicitado entre los concurrentes. Apenas un día antes, el hermano menor del presidente, con la ayuda de Jesús Urueta, había acusado de traición al general Victoriano Huerta, uno de los hombres más temidos del régimen, obligándolo a firmar el compromiso de recuperar la Ciudadela a la brevedad.

Gustavo hizo cuanto pudo para evidenciar las maniobras de Huerta, quien ya había planificado el golpe de Estado que a la postre prolongaría la lucha armada. Muchas versiones apuntan a que los enemigos se citaron para comer, hasta que intempestivamente Huerta engañó a Madero para desarmarlo y lo tomó prisionero, condenándolo a morir en manos de sus opositores. El rencor que mediaba entre ellos vuelve casi imposible esta versión de lo ocurrido.

Una aproximación más verosímil indica que, sin saberlo, Gustavo se halló en medio de un grupo de militares fieles a Huerta. Todos los generales que departían con él se conocían desde jóvenes, habían hecho carrera juntos y, si Romero no hubiera sido de sangre caliente, habrían ascendido a la par. La fiesta tenía un motivo ulterior, por fin uno de los suyos estaba próximo a tomar el poder y serían ellos quienes le ayudarían a ordenar el país.

La suerte estaba echada. El infidente senador tamaulipeco Guillermo Obregón Cortina recordó el incidente: “Huerta vino convidado a almorzar al Restaurant Gambrinus, y me ha dicho después, que por sus espías supo que se trataba de matarlo allí, pues se habían dado $1,000 a cada mesero, a quienes mandó ahorcar en la noche. Él evitó subir a la sala donde estaba la mesa preparada y dijo que comería abajo muy poca cosa y llamó a su oficial en un momento dado para que viniese a llamarlo con urgencia y ordenó la prisión de Gustavo Madero”. La malicia del general y su sentido de anticipación marcaron un hito en la historia nacional.

La prensa del día siguiente añadió detalles interesantes, como que Huerta estuvo escoltado por un destacamento de cadetes de Chapultepec encabezados por Luis Fuentes, su futuro yerno. El País reconstruyó el momento de la captura: “El oficial dijo: ‘Está usted preso, así como los señores’. Gustavo sacó el revolver, pero ya lo tenían a punta de fusil, por lo que se entregó, junto con los demás en su mesa. Al resto de los comensales del restaurante se les sacó a la fuerza. Gustavo y los demás fueron encerrados en el cuarto donde se guardaban los abrigos de los clientes, y se les designaron seis centinelas para que los vigilaran”.

Cada uno de los cronistas añade y modifica los nombres de los actores secundarios, sin embargo, en la gran mayoría figuran los generales José Delgado, Agustín Sanginés y Alberto Yarza. De Francisco Romero se dijo que logró escapar misteriosamente. Ninguno fue capturado ni tuvo represalias por haber compartido el festín con Madero. De hecho, todos recibieron recompensas e hicieron un frente común en pro del huertismo.

La historia cobró cara la traición de Francisco Romero Andrade y sus amigos, cuyos nombres cayeron inexorablemente en el olvido.

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