El emblemático beisbolista estadounidense Babe Ruth, pese a ser considerado el máximo exponente de su deporte, vivió su retiro en una suerte de ostracismo. Luego de su última presentación profesional en el diamante, ocurrida el 25 de mayo de 1935, el pelotero estrella de las ligas mayores hizo cuanto pudo por convertirse en entrenador, sin embargo, sus indisciplinas le pasaron factura y le fue imposible conseguir un contrato para dirigir una novena.

Cuando Estados Unidos entró de lleno en la Segunda Guerra, Babe Ruth participó en las campañas de recaudación con otros deportistas de fama internacional. Aunque su popularidad era inobjetable, fue hasta 1942 que acaparó de nuevo la atención de la prensa, cuando decidió interpretarse a sí mismo en la película Pride of the Yankees, la cual se realizó como homenaje al fallecido Lou Gehrig y que es considerada una de las mejores cintas deportivas.

Concluido el conflicto bélico, el beisbol de nuestro vecino del norte mantuvo su política de límites salariales para con sus grandes estrellas. Esta medida coincidió con el momento de mayor opulencia de la liga mexicana. Encabezada por el empresario Jorge Pasquel, la competencia nacional se engalanó contratando a algunos de los mejores jugadores del mundo. De acuerdo con Marshall Smelser, autor de The life that Ruth built, este periodo de apogeo de la pelota en México estuvo aparejado a una etapa difícil en la vida de Ruth quien, aquejado por la añoranza, estaba dispuesto a trabar un pacto fáustico con tal de convertirse en el coach de los Yankees. Incluso suplicó a los directivos en el afán de cumplir su ambición, pero sus ruegos fueron ignorados.

Pasquel aprovechó la coyuntura y, para coronar su proyecto, invitó a Babe Ruth a vacacionar una temporada en México acompañado por su esposa Claire, su hija Julia y su yerno Richard, lo que despertó suspicacias sobre una mudanza definitiva. Ya que habían mantenido un pulso con los dueños de las ligas mayores, la intención de Ruth y Pasquel fue que corrieran todo tipo de rumores, fundamentalmente aquellos que tenían que ver con una alianza mercantil.

El Bambino y su familia arribaron a nuestro país el 16 de mayo de 1946. La crónica reportó que “en el aeropuerto central se dieron cita miles de aficionados con el objeto de ofrecer un caluroso recibimiento al recordman”.

Es memorable una anécdota ocurrida en el Parque Delta. Ruth entró ovacionado al lado de Pasquel, quien lo convenció de dar una exhibición de bateo antes de comenzar el duelo que enfrentaría a los Diablos del México y a los Azules de Veracruz. Con muchos kilos y años encima, el bateador se enfrentó con un pitcher malicioso que intentó ridiculizarlo. Cambiaron al lanzador y el máximo pelotero de la época conectó el que muchos románticos ubican como su jonrón 715. Eufórico, el público vitoreó el nombre del ídolo. En el campo se encontraba también Mickey Owen, cátcher al que el inolvidable Pedro Mago Septién jamás le perdonó el pasbol que le costó a los Dodgers de Brooklyn el cuarto juego de la Serie Mundial de 1941.

Los periódicos registraron numerosos homenajes al Sultán. Hubo una carrera hípica cuyo premio llevó su nombre, una corrida de toros que le fue dedicada, banquetes en campos de golf y paseos por Acapulco. Un reportero lo sorprendió comiendo tacos de barbacoa rebosantes de guacamole.

Estos fueron quizá los últimos días felices del titán del bateo, pues a su regreso a Estados Unidos le confirmaron el diagnóstico más temido: padecía cáncer de garganta. Su última aparición en su casa, el Yankee Stadium, ocurrió casi un año después de sus andanzas mexicanas, el 27 de abril de 1947, fecha en la que se conmemora anualmente el “Día de Babe Ruth”.

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