¿En qué se parece el futbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales.

Eduardo Galeano

En 2006, vio la luz una compilación póstuma de los diarios de Adolfo Bioy Casares que lleva por título Borges. Más que un volumen biográfico o laudatorio, asistimos a la suculenta crónica de una amistad que tuvo como principal ingrediente las interminables conversaciones de dos de los protagonistas de la literatura latinoamericana.

Por las páginas del libro, además de las filias y fobias de cada uno, se asoman y se desvanecen muchos de los prejuicios que pesan sobre Borges, en particular aquellos que le atribuyen una personalidad adusta y anacrónica. Lo cierto es que Bioy Casares fue quizá el testigo más entrañable de la vitalidad lúcida y lúdica que caracterizó al autor de Ficciones a lo largo de su vida.

La impúdica minuciosidad con que Bioy transmite las opiniones de su amigo, casi siempre mordaces, contrasta con las inconveniencias cotidianas con que Borges debía lidiar a consecuencia de su debilidad visual. En el mismo tenor toma nota de las ocasiones en que el mítico profesor vence su timidez y le describe a unas cuantas mujeres que despiertan su libido.

Uno de los aspectos más llamativos del compendio radica en la inagotable cantidad de temas que irrumpen en cada sobremesa, cuya deriva remite al folclore y al color local, siendo el futbol motivo de múltiples matices y analogías. En una discusión sobre la libre elección, Borges comentó: “Los que se entusiasman por un equipo de futbol los domingos, ¿están pagados? ¿Por qué la gente no puede tener opiniones? Unamuno dijo que era una costumbre de la mezquindad española pensar que si alguien daba dinero para un manicomio era porque estaba loco y pensaba que lo encerrarían pronto”.

Dentro de la tradición pampera, Borges concebía al gaucho como una figura criolla y cuasi mitológica incapaz de interesarse por el deporte: “Güiraldes no se hubiera atrevido a atribuir a don Segundo una admiración por un jugador de futbol, ni ningún rasgo comparable”. Otra ocasión, charlando sobre Macedonio Fernández, aseguró que éste era mucho mejor contando anécdotas que escribiéndolas, y culminó su crítica arguyendo: “Para que la gente no piense que el poeta está mandado guardar y es acartonado, todo el mundo escribe sobre la filosofía de las grandes estupideces, como la cachada y el futbol”.

Bioy, a diferencia de su amigo, fue menos desdeñoso con el balompié y hasta sintió curiosidad por los poetas que se interesaban en él. Así quedó patente en su descripción de la obra de César Fernández Moreno: “Todo le interesa por igual. […] Su verso fluye límpidamente y las palabras caen donde deben caer. […] Periodista en verso, canta la actualidad, las hazañas de los aviadores o los partidos de futbol”.

Ya en 1966, cuando la amistad había superado la frontera de la tercera década, debatieron sobre la transformación de la Iglesia en una institución, argumentando que su secularización se debía a que ya no era capaz de mantenerse vigente a través del maniqueísmo. Entonces, Bioy refirió una comparación entre la feligresía católica y la futbolística: “Dentro de su religión, me parece más consecuente Torquemada que el Paulo actual. Yo creo que han clausurado el infierno y jubilado al diablo, [y] mantienen el cielo, que nunca nadie imaginó. […] Se mantienen como facción política y como burocracia. ¿La fe de los simples? Permanecerá […], como la fe en Boca Juniors […], cuyos jugadores ya no son del barrio, ni siquiera del club. […] ¿Estás circunstancias debilitan el apoyo de los partidarios? De ningún modo”.

En sus años postreros, hacia 1982, Borges contó que recibió a un predicador que lo invitó a una misa y luego ir a ver un partido de Maradona, “que es una fiesta para los ojos”, a lo que el escritor bonaerense respondió que ese espectáculo no le interesaba, pues le estaba vedado por su ceguera.

Para los entusiastas de la literatura borgesiana, el libro es un deleite en cualquiera de sus versiones, pues del original de 2006, que no ha sido reeditado y supera las 1500 páginas, se desprende otro abreviado que apenas roza las 700, prescindiendo con ello de buena parte de los detalles extraliterarios. Es cierto que Borges abominó el futbol y que despreció el fanatismo palpitante en las entrañas de los hinchas, pero también que lo reconocía como uno de los pilares de su argentinidad, como muchas otras de sus facetas solo se revelaban en compañía de Bioy.

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