A Albert Einstein se le atribuye, de forma equivocada, la multicitada frase que va algo así como: “La definición de la locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados”. No se sabe, en realidad, de dónde salió, pero hoy sirve a la perfección para ilustrar lo que ha sucedido con los partidos perdedores de la elección de julio pasado, particularmente del PRI y PAN. Del PRD y los otros minipartidos no vale la pena hablar en este espacio. Nadie espera ya mucho de ellos.

Después de la brutal derrota, priistas y panistas tenían una elección que pasaba, en primera instancia, por decidir si le entrarían en serio a la discusión de fondo sobre su derrota o si elegirían la vía de la simulación: hacemos como que nos interesa discutir qué paso y cómo corregirlo, aunque en realidad no tenemos ni la más mínima intención de cambiar. Era un momento crucial, definitorio para la reconstrucción de su viabilidad futura, y el momento en el que podrían haber enviado un mensaje serio a la sociedad mexicana: entendimos por qué perdimos y sabemos que, de seguir así, seguiremos perdiendo.

Pero decidieron no hacerlo. Los mismos que perdieron, con sus mismas formas y sus mismos vicios, sus mismos templetes artificiales y sus mismos chalecos de color personalizados se aferraron al poco poder que les quedó. Las cúpulas del PRI y PAN prometieron diálogo, autocrítica, estrategias de transformación y apertura. Pero lo que han dejado en claro estos dos meses desde la noche del 1 de julio, es que la verdadera apuesta es continuar haciendo lo mismo en la espera de que “algo” desde fuera, modifique su situación actual. Incapaces de ceder, reconocer y redefinir, PRI y PAN están, en realidad, apostando a que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador decepcione rápidamente a los mexicanos para recuperar algunos espacios y – con ellos – dinero público y peso para la negociación política. Es decir, para hacer exactamente lo mismo que los llevó a la derrota electoral. Son los mismos personajes reciclados: pensando lo mismo, actuando igual. No han entendido nada.

Como lo resumió perfectamente el periodista René Delgado en “Despierta” hace unos días, “la dirigencia del PAN reconoce la victoria ajena pero no es capaz de reconocer la derrota propia”. La frase aplica, también perfectamente, para el PRI.

Y así como se le ha puesto mucha atención al hecho de que Morena y sus aliados tendrán mayoría en el Congreso —de los riesgos del mayoriteo tenemos los mexicanos, tristemente, vastísima experiencia—, también debemos hacerlo con la incapacidad de los partidos de oposición de reinventarse, de encontrar un propósito genuino y de buscar una salida no simulada a la crisis que están viviendo. Las dos fuerzas tienen el potencial de ser terriblemente dañinas.

¿Cómo cambiará esta situación una vez que dejemos atrás los tiempos de la especulación? ¿Tienen salvación? ¿Surgirán nuevos liderazgos? ¿Podrán los partidos, en algún punto, aspirar a representar algo más que no sean sus propios intereses? Difícil saberlo. A estas alturas, lo único que es evidente es que no es una buena señal que frente al terremoto que vivieron el 1 de julio pasado, la decisión del PRI y PAN haya sido mantener el mismo rumbo esperando que su situación cambie. La locura, pues.

Twitter: @anafvega

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