La crispación impera. México está irritado, polarizado. No me refiero aquí a la sociedad civil sino a la sociedad política. Los partidos están en pie de guerra, velando sus armas para la lucha electoral y lanzando obuses de advertencia. Los medios y las redes sociales son el campo de batalla. Ataques, golpes bajos, campañas negras, todo se vale. En 2018 se elegirán, ni más ni menos, un presidente de la República, 8 gobernadores y un jefe de gobierno, 128 senadores, 500 diputados y muchos alcaldes, concejales, regidores, síndicos y diputados locales. Más de 3,400 cargos de elección popular. Por eso -sobre todo por la contienda presidencial- lo que hoy presenciamos es una pálida sombra de lo que veremos en los siguientes ocho meses. El arsenal que se acopia es del tamaño del poder que estará en disputa, y la conflagración irá creciendo conforme se acerque el primero de julio.

No sorprende que el ejército más poderoso sea el del PRI, que tiene a su servicio los recursos, la información privilegiada y el control mediático del gobierno federal. Lo que llama la atención es el enfurecimiento del priñanietismo. Si bien suelen ser desalmados, los generales priistas se caracterizan por su racionalidad y su frialdad en el cálculo, y en esta ocasión están actuando con mucho enojo. Su embestida en contra del Frente Ciudadano y particularmente en contra del presidente del PAN destilan algo muy parecido al odio. Se percibe que su objetivo, más que derrotar, es exterminar. Ojo: no digo que el PRI-gobierno sea mesurado o comedido en sus ataques; digo que acostumbra ejercer su perversidad fría y racionalmente, con sagacidad. Y lo que se observa hoy es apasionamiento y exasperación.

El problema de esas emociones exacerbadas es que a menudo obnubilan. Cuando prepondera la ira, por ejemplo, se puede acabar fortaleciendo al adversario, porque se pierde el tamiz racional que debe determinar hasta dónde llevar la ofensiva o cuándo detenerla, por aquello de que lo que resiste apoya y porque hay agresiones que victimizan y propician que el agredido reciba la simpatía de la gente. Y yo tengo la impresión de que los planos de esta batalla priista están hechos de eso, de arrebatos de furia, y que bien pueden llevar a las tropas agresoras a un precipicio. Ignoro por qué hay tanta inquina del presidente y del secretario de Gobernación y/o del secretario de Relaciones Exteriores y/o de quien sea que está orquestando esta andanada de golpes. Es obvio que temen al Frente, pero insisto: esto parece ir más allá del miedo a perder las elecciones. Los golpes están cargados de saña.

No espero que en la liza electoral que ha iniciado predomine la tersura, ni siquiera la urbanidad. Unos buscamos cambiar de régimen y otros se aferran al poder con uñas y dientes (quizá con más uñas que dientes). No soy ingenuo y sé que sobrará rispidez y dureza, pero sí tengo para mí que si los priñanietistas no se serenan un poco el tiro les puede salir por la culata o, para usar otra metáfora, lo que arrojan contra sus enemigos puede ser un búmeran. Iracundos, no se dan cuenta porque no ven las cosas con claridad. ¿Por qué tanto encono? ¿De dónde viene eso que se asemeja al rencor y a la venganza disparados en una espiral iniciada por el instinto de supervivencia? Francamente no lo sé.

Aunque sé que sería mejor para todos que triunfara la sensatez y se enfriaran los ánimos, no abrigo muchas esperanzas de que esto ocurra. Puesto que es mucho lo que se busca proteger, creo que las hostilidades seguirán al alza, que el ánimo envenenado prevalecerá y que se mantendrán vivas las pulsiones aniquiladoras del PRI-gobierno. En fin. Ojalá me equivoque, porque la violencia verbal o litigiosa puede detonar otros tipos de violencia, y México no está para semejante locura. Las balas perdidas de una guerra política podrían herir a una ciudadanía aún más enojada y harta de la politiquería, y de ahí a la ingobernabilidad solo media un paso. El pasto social está seco y a nadie le conviene jugar con fuego.

Diputado federal
@abasave

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