En el mapa global de la libertad de expresión y el ejercicio del periodismo sin miedo, México aparece pintado todo de rojo, color que indica la categoría Not free.

El mapa de Freedom House que publicó la revista Time en su edición de diciembre dedicada a los “guardianes” de la verdad es un golpe visual. Arriba de México, todo Norteamérica es armarillo (Free) y hacia abajo, comparten el rojo Venezuela, Nicaragua, Honduras.

Se repite una y otra vez: desde 2000 han sido asesinados 122 periodistas en México. Pero, como escribe Benjamín Hill (El Financiero, 22/I/19) con base en estudios del psicólogo Paul Slovic: “Todo indica que la compasión humana está limitada a cierto umbral de pérdidas humanas, a partir del cual una muerte adicional deja de conmovernos y de generar en nosotros un sentimiento de empatía”.

Por eso es necesario humanizar las tragedias y recordar que cada víctima deja una promesa de vida y una espiral de dolor: en la familia, los amigos, los colegas... Propongo pensar así el asesinato de Rafael Murúa Manríquez, en Baja California Sur, el domingo pasado. Era periodista desde hace 10 años y director de la radio comunitaria Radio Kashana, en Santa Rosalía. Tenía 34 años, lo lloran su esposa y su pequeña hija Ixchel, pero también la comunidad de Mulegé y sus colegas que sabían, porque él mismo alertó en un blog, desde noviembre de 2018, como nos cuenta Javier Risco, que estaba amenazado de muerte por funcionarios del actual gobierno municipal, que habían agredido su casa, que estaban al acecho. Pero también escribió: “Nuestra conciencia no tiene precio”. Y lo mataron. Que no nos falte memoria para recordarlo y energía para exigir justicia.

A pesar de tanta muerte a nuestro alrededor, la vida siempre encuentra una rendija. Así lo demostraron el lunes por la noche los participantes del Tequio Radiofónico, un programa especial transmitido por Aire Libre FM. A la estación llegaron conductores de cuatro radios comunitarias e indígenas que le dedicaron el programa a Rafael Murúa y a lo largo de dos horas demostraron, con música en vivo, audios locales, entrevistas, cuentos, tradición oral, poesía… en español y en sus propias lenguas, el sentido profundo de las radios comunitarias: la preservación de la vida.

A iniciativa conjunta de la Red de Comunicadores Boca de Polen, Redes por la Diversidad, Ojo de Agua Comunicación y Aire Libre, el zapoteco, el náhuatl y el purépecha, Radio Totopo (Juchitán, Oax.), Radio Tsinaka (Tzinacapan, Puebla), Radio Tiocelo (Veracruz), Radio Piani (Carapan, Michoacán) tomaron por asalto el espectro radioeléctrico “del ombligo de la luna” y convirtieron en un banquete sonoro la diversidad cultural y lingüística que fluye en la vida cotidiana de las comunidades a través de la radio. Hablaron del tequio y la faena, de las asambleas comunitarias y las fiestas: “Hacemos todo entre todos”. De cada persona: “Todos somos personajes que hacemos sonar la vida”. De la estación “recolectamos lo que ocurre para traerlo a la radio en un recorrido sonoro”.

El papel de una radio comunitaria en contingencias, durante los sismos, mientras se mira un eclipse… Su rol en la conservación del medio ambiente y en la transmisión de la memoria y el conocimiento de generación en generación a través de entrevistas a los abuelos. El lugar protagónico de los niños en la narración oral, el sentido de la música en sus vidas, las historias de mujeres “que hacen camino para que nosotros caminemos” … En voz del artista visual invitado, Filogonio Velasco, “las radios comunitarias han fortalecido nuestra identidad, por eso mi trabajo habla en mazateco”. Y de postre, la actuación, en vivo, del grupo de Santa María Tlahuitoltepec, Kumantuk Xuxpë, fusión de ritmos donde predomina el jazz.

En la película La vida misma, una mujer a punto de morir le dice a su hijo: “Yo vivo en ti, así que dame una vida maravillosa”. El Tequio Radiofónico lo hizo con Rafael Murúa la noche del lunes. ¿Y nosotros?



adriana.neneka@gmail.com

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