El doctor Ricardo Secin lo había perdido todo: su casa, su esposa y su pequeño hijo, durante el terremoto del 19 de septiembre de 1985 en la Ciudad de México. Sin embargo, el psiquiatra rehizo su vida, formó una nueva familia y tuvo dos hijos. Es Sofía, nacida en 1990, quien cuenta la historia en un texto titulado “La otra vida de mi padre”.

Leí múltiples testimonios del terremoto de 2017, el de Sofi Secin irrumpirá siempre en la memoria como señal luminosa de que no podemos entenderlo todo, pero sí dejarnos sorprender por la vida y su misterio:

Ella y su hermano Arturo habían visto en casa las fotos de un pequeño de tres años. Una noche su padre les contó que Rachid formaba parte de su historia. El niño se convirtió en una especie de mito y compañero imaginario de juegos. Dentro del clóset del doctor había una fotografía de “Pimpis” acompañada de su papá y del pequeño. Era, les decía él, un retrato de “mi otra vida”. De niña solía escabullirse a escondidas a mirar la imagen. Su papá no sólo había tenido un hijo parecido a ella y a Arturo, y una esposa parecida a Caro, su mamá, sino que Sofi había nacido un 19 de diciembre, igual que Pimpis. Antes de saber la parte dolorosa de la historia, el paralelismo le resultaba fantástico.

Pero justo un 19 de septiembre, 32 años después del 85, Sofí lo entendería todo. El doctor había ido de visita al panteón y venía de regreso a casa cuando tembló con fuerza. Ella salía de la escuela donde da clases cuando escuchó el crujido de la tierra. Pensó en su papá y corrió, sin saber por qué, a la estación del Metro Barranca a buscarlo. De pronto lo vio cruzar la calle. Fue a su encuentro aliviada y le dijo que no podía creer que hubiera temblado justo ese día. Las calles estaban llenas de gente asustada. Caminaron juntos y escucharon, por la radio de un coche, que se habían caído edificios. En el 30 aniversario del sismo del 85, el doctor Secin había expresado su deseo de visitar una exposición de fotos conmemorativa. Y es que él nunca vio nada. Sólo oscuridad. Aquella mañana había sobrevivido gracias a que familiares y su mejor amigo fueron a buscarlo al edificio en Xola, donde vivían. Lo escucharon gritar, aún consciente. Él y Bety, la cocinera, y el portero fueron los únicos que salieron con vida de aquel edificio de 16 departamentos donde, en segundos, él lo perdió todo. Cuando lo sacaron luego de seis horas, apenas pudo levantar la cabeza.

Así, 32 años después, el doctor y sus hijos atravesaron en bicicleta la colapsada ciudad y llegaron a un edificio colapsado sobre el Viaducto. En medio de gritos, polvo, terror y adrenalina, el doctor escaló los escombros hasta donde pudo, con Arturo, para remover piedras y salvar vidas. Muda, Sofi lo miraba pensando: “Mi papá estuvo ahí antes, y ahora está allá arriba junto con su hijo”. Después, mientras ella misma llenaba bolsas con agua, pensaba que la vida no tiene uno sino múltiples sentidos y ahora le permitía a su papá retornar al inicio de su segunda vida. Perderlo todo es un sin sentido y sólo sirve para ponerle atención a la vida, “como mi papá”. Para ella, “él no es un superviviente, es un verdadero viviente que aprendió de esas lecciones inexplicables (…) metáforas bellas y extremadamente aterradoras.

“Este día y los siguientes, entendí que (…) Hay vidas que sacar de las capas de escombros y que hay que ayudar a reconstruir. Mi papá se reconstruyó y junto con mi mamá construyó una vida que me dio vida a mi y a mi hermano. Mi papá vive con todas las capas de cemento que lo oprimieron y mi mamá lo recibió con todas ellas, sin ocultarlas. Junto con Pimpis y Rachid vivimos, todos, la segunda vida de mi papá.” Y Sofi termina con una frase que le da sentido a todo: “Tal vez esto pueda servirle a alguien como aliento”.

adriana.neneka@gmail.com

@amalvido

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses