Cada año es lo mismo desde hace mucho tiempo: las calles se inundan, borbotones de agua salen de las alcantarillas, ríos enloquecidos con olas inesperadas en las avenidas, autos que flotan, colonias enteras anegadas, miles de personas atrapadas en su vivienda hecha laguna. Llueve, torrencialmente, cada vez más. Inevitable no recordar un fragmento de Cien años de soledad: “La atmósfera era tan húmeda que los peces hubieran podido entrar por las puertas y salir por las ventanas, navegando en el aire de los aposentos…” La paradoja, para quienes vivimos en el Valle de México, es que mientras afuera cae el diluvio, en casa “no hay agua”.

Debido al corte del servicio de suministro de agua en 13 alcaldías de la Ciudad de México y 12 municipios mexiquenses, por reparaciones al sistema Cutzamala, durante unos días valoramos el privilegio de abrir una llave y sentir la presión del agua entre las manos. Por una semana imaginamos vivir sin agua, como lo hacen unos mil millones de personas en el mundo todavía y un millón de capitalinos en las colonias más pobres. Sabemos que de la totalidad de agua que se consume en la CDMX (casi 300 litros al día per cápita y en zonas residenciales más de 600, lo que rebasa por mucho los niveles de consumo recomendados por la Organización Mundial de la Salud, que es de 50 a 100 litros diarios), el 70% se extrae de los mantos acuíferos y el 30% nos llega a través del sistema Cutzamala. En días de carencia, nos preguntamos cómo es que el 40% del agua en redes de distribución se pierde en fugas o cómo es posible que nuestra principal fuente de abasto sea sobreexplotada de manera que por cada dos litros que extraemos del subsuelo, sólo reingresa uno. De seguir a ese ritmo, según expertos, en 50 años podríamos agotar los mantos.

Ante la paradoja —lluvias torrenciales y escasez de agua al mismo tiempo— y conscientes de que millones de litros de agua se van a drenaje o causan inundaciones, nació en 2009 Isla Urbana, una organización no gubernamental integrada por jóvenes convencidos de que podemos aprender a captar el agua de lluvia y aprovecharla de manera sustentable. Diseñaron un sistema de captación, filtro, desinfección, almacenamiento y potabilización de agua pluvial y comenzaron a instalarlo en colonias periurbanas al sur de la CDMX en Iztapalapa, Tlalpan, Xochimilco y algunas zonas rurales. Hoy suman 8 mil 700 sistemas instalados, 52 mil 200 usuarios, la cosecha de un millón 141 mil litros de agua potable que significa un ahorro de 54 mil 354 pipas. Para fin de año alcanzarán las 10 mil instalaciones y su meta siguiente es alcanzar 100 mil.

A bajo costo, Isla Urbana aprovecha la infraestructura de cada vivienda con un sistema que brinda hasta ocho meses de autonomía de agua a cada familia. La ONG que fundó y dirige Enrique Lomnitz ya ha sido reconocida (por el MIT y otras instancias internacionales) por la viabilidad de una tecnología social que involucra a las comunidades y cuyo resultado final cumple con las normas de agua potable. Su lema es “Lluvia para todos”. Y esta semana lanzó en redes ideas como: “Hoy son sólo 5 días, mañana pueden ser 365” y “No sabes lo que tienes hasta que te cierran el Cutzamala”.

Nabani Vera, director de Comunicación de Isla Urbana, me comenta que buscan insertar en el consciente colectivo la idea de la captación de agua de lluvia, y que se normalice en la práctica, es decir, que cada casa tenga, junto a una lavadora o la aspiradora, un sistema de captación de agua pluvial. Así, podemos imaginar “que cada que caiga una tormenta, lejos de lamentar que nos estropeará el día, pensemos que nuestras cisternas se llenarán de agua limpia”.

En estos jóvenes reconozco la descripción de Jane Goodall. Frente a las predicciones catastrofistas, emerge “el indomable espíritu humano, la gente que aborda lo imposible y no se rinde”. Ayer, Isla Urbana ganó el Premio Nacional de Innovación Tecnológica para la Inclusión Social.

adriana.neneka@gmail.com

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