Sentado en su mecedora, Guillermo Arriaga solía decirme: “Sé que probablemente seré recordado por mi Zapata, pero una de mis obras coreográficas consentidas es Teotihuacán, la ceremonia de recepción del fuego olímpico que tuvo lugar el 11 de octubre de 1968”.

Sus palabras, 50 años después de aquello, cobran vida: “Yo estaba muy tranquilo con mi trabajo en el Comité Organizador de la Olimpiada Cultural, al que me invitó Pedro Ramírez Vázquez desde 1966, cuando me lanzaron uno de los retos más grandes de mi vida profesional: diseñar la ceremonia de recepción del fuego olímpico. Trabajé con Julio Prieto, coordinador de todo el evento. Fue muy difícil encontrar locación, hasta que después de mucho buscar, optamos por Plaza de la Luna en Teotihuacán.

“Quería hacer una ceremonia sin caer en aztequismos, algo más simbólico, menos localista, y eso lo ves en el vestuario que es mucho más libre, menos comprometido desde el punto de vista de la plástica prehispánica. Ya que teníamos la locación ¿qué hacer con esa inmensidad de la Plaza de la Luna para llenarla? Como no existían en México los 2 mil bailarines que requeríamos, se hizo un convenio con el Sindicato del IMSS para incorporar a maestros de educación física.

“Todo el diseño coreográfico lo hacía a la medianoche en mi departamento. Con planos. Era un trabajo casi de arquitecto. Porque ¿cómo mover a esa cantidad de gentes? Entonces, los distribuía sobre papel en montículos, por pirámides, y le inventaba un movimiento diferente a cada grupo. No fue fácil. Montamos también una gran plataforma central de madera como foro donde los bailarines podían desplazarse mejor, lo cual era difícil en las pirámides porque son escaloncitos muy estrechos y había que pensar
en pequeños desplazamientos y mucho
movimiento de brazos. Tuve de 15 a 20 conductores profesionales. Estaban Lucerito Binnqüist, Cora Flores, bailarines a quienes yo les montaba mis frases coreográficas y ellos, a su vez, a los 50 maestros que tuvimos de educación física, y cada uno de los maestros tenía por su parte a 200 muchachos a su cargo. Después, yo hacía una revisión de cada grupo. Y luego, de todos. La mayoría no eran bailarines, sino estudiantes y deportistas. Podemos decir que Teotihuacán lleva mi sello en el concepto de dibujo coreográfico, porque no hay un hilo dramático, hay una exposición realmente plástica, en movimiento, claro está.

“El hilo conductor de Teotihuacán era el poema de Nezahualcóyotl: Amo el canto del tzentzontle/ pájaro de 400 voces, / amo el color del jade y el aroma embriagador de las flores/ pero amo más a mi hermano el hombre.... un texto precioso que nos dio la tónica. Leonardo Velázquez compuso la música y la dirigió Armando Zayas. La producción, el vestuario y la iluminación estuvieron a cargo de Julio Prieto y la filmación la hizo Demetrio Bilbatúa.

“Quedaron, como en forma de eco en mi memoria, las voces de Raúl Dantés, Salvador Novo y Charlton Heston diciendo el poema de Nezahualcóyotl en español, francés y en inglés respectivamente; veo los movimientos de bailarinas y bailarines, y los largos brazos de los deportistas. Recuerdo a todo el cuerpo diplomático presente. Y cómo Oscar Urrutia, que era el coordinador de la Olimpiada Cultural, Julio y yo, mirábamos desde un templete a ese deportista, le decían Miguelito, que subió con la antorcha la Pirámide de la Luna para encender el pebetero. La misma antorcha que al día siguiente llegaría a Ciudad Universitaria. Fue a las 7 de la noche, con 30 mil espectadores, muy emocionante. Y sólo duraba 10 minutos”.

La recepción del fuego estaba programada para el 11 de octubre desde 1966. Entonces, “¿cómo nos íbamos a imaginar lo que sucedería sólo nueve días antes, es decir, la matanza del 68?” Con la voz entrecortada, Arriaga recordaba el 2 de octubre y el carácter efímero de una pieza coreográfica que hoy puede ver todo el mundo en YouTube.

adriana.neneka@gmail.com

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