Texto: Redacción Hemeroteca

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Miguel Ángel Garnica

El sismo que se registró hoy a las 13.14 horas en la ciudad de México, otra vez en un 19 de septiembre, inevitablemente nos hizo recordar a quienes vivimos los temblores de 1985. Como hoy, hace justo 32 años, no hubo señal telefónica tan inmediata como la queríamos para saber de nuestros seres queridos en la ciudad y en los estados.

Nuevamente en la televisión observamos escenas de caos y emergencia, pero no eran del 85, eran en vivo. Otra vez se escuchó el paso interminable de sirenas, se percibió incertidumbre. Aquel sismo con origen en las costas de Michoacán, muy cerca del puerto de Lázaro Cárdenas con magnitud de 8.1 grados a las 07:19 de la mañana, el de ayer a las 13:14 horas entre los estados de Puebla y Morelos con una magnitud oficial de 7.1.

Hoy se volvió a presenciar la solidaridad de la gente y de los grupos de emergencia en las calles capitalinas y en los estados afectados, ayudando en la remoción de escombros y el rescate de personas. La agrupación Topos nacidos en 1985, especializados en la detección de personas vivas bajo los escombros otra vez están en acción. La institución de Protección Civil también surgió después de aquella tragedia.

Luego de los acontecimientos de este día hacemos un recuento de lo plasmado por este diario aquel 19 de septiembre de 1985. Retomamos también el Mochilazo de la misma fecha del año pasado con la historia de las costureras de San Antonio Abad.

Los caracteres ocupaban media página. Una sola palabra: TERREMOTO. Abajo, una fotografía del derrumbado Hotel Regis, símbolo de la ciudad, símbolo del temblor de 1985. Las rotativas de EL UNIVERSAL comenzaron a trabajar. Ese 19 de septiembre EL GRÁFICO, entonces edición vespertina de esta casa editorial, lanzó dos números extras. “ZONA DE DESASTRE” y “EL PEOR DEL SIGLO”, fueron los encabezados. Las fotografías de las páginas interiores revelaban el peor daño que la Ciudad de México haya sufrido desde su fundación.


“TERREMOTO” se leía en las planas de los diarios

Todos los derrumbes de los que en ese momento había conocimiento fueron consignados en las páginas del diario. “Zona de caos”; “Desesperación e Impotencia”; “Varios edificios cedieron ante el sismo”; “El sismo desquicio al D.F”. A primera vista, las grandes letras en negritas daban una idea de lo que ocurría. “150 muertos y 300 heridos, sólo en las cercanías del monumento a la Revolución”; “El D.F semeja una ciudad bombardeada”; Sólo escombros en el edificio Nuevo León” en Tlatelolco; “Muchas explosiones por fugas de gas”, “Penoso rescate en el Conalep de Humboldt”; “Tinieblas en el centro de la capital”. Una frase fue exacta: “El jueves negro que cambió a México”.

Algunas de estas cabezas bien podían hoy volver a imprimirse ante la tragedia que vivó la capital mexicana el día de ayer. Exactos 32 años.

Dos minutos bastaron aquel 19 de septiembre de 1985 para sepultar a cientos de costureras que iniciaron su jornada laboral en punto de las 7 de la mañana en la zona textil de San Antonio Abad. Han pasado más de tres décadas y aún no se sabe con certeza el número de víctimas fatales; sin embargo, Daniel Ramírez Enríquez, presidente de la Asociación Civil de Costureras y Costureros 19 de septiembre dijo a EL UNIVERSAL que por lo menos en esa área de la colonia Obrera hubo más de 300 muertas: “por las cajas que contábamos y que sacaban una tras otra”.


Las costureras de San Antonio Abad, una de tantas historias

Otra vez 19 de septiembre... el fantasma de 1985
Otra vez 19 de septiembre... el fantasma de 1985

Aspecto del edificio colapsado, ubicado en San Antonio Abad, Tlalpan, donde trabajaban al menos 300 costureras. Septiembre de 1985.

En la calle Manuel José Othón, número 160, se encuentra el Centro de Capacitación Laboral y Educación Integral “Costureras y costureros 19 de septiembre A.C”, a un costado de éste y en el patio de una unidad habitacional permanece inmóvil una costurera sentada frente a su máquina fabricando una bandera de México: es una escultura que representa la labor de quienes se dedican a coser.

En 2003 la escultora Patricia Mejía donó esta efigie en honor de todas y todos los empleados de manufactura textil del mundo. “Ella no nos cobró, sólo pidió que consiguiéramos el espacio y cuidáramos su obra”, dijo Daniel Ramírez. Cada año, justo el 19 de septiembre (en punto de las 7:19, justo a la ahora del temblor) se celebra una misa en honor a todas las personas que murieron en el sismo. Cada año excostureras y vecinos se reúnen en este lugar y recorren la zona del desastre para depositar flores.

De acuerdo con la Cámara Nacional de la Industria del Vestido hasta ese jueves de 1985 existían 800 fábricas de costura de las cuales 200 se derrumbaron por completo y 500 más quedaron con daños en sus estructuras. Después del siniestro casi 40 mil costureras quedaron sin empleo ni indemnización.

Concepción Guerrero entraba a trabajar a las 8 de la mañana. Cuando la tierra empezó a cimbrar ella viajaba, junto con dos compañeras más, en transporte público, cerca de la colonia Nueva Santa María. Se bajó del microbús y se dirigió al metro Normal pero ya no pudo entrar. Caminó hasta la Alameda Central, pero la prisa no la dejó apreciar la magnitud del desastre. “Iba más apurada y preocupada por llegar a mi trabajo, porque no me regresaran”, relató en entrevista con EL UNIVERSAL.


La ciudad que cambió de rostro

De pronto un conductor les ofreció un “aventón” y las llevó al metro Viaducto. “No me ubicaba, yo siempre veía el edificio Topeka y el número 150 de la calzada San Antonio. Cómo los iba a ver si ya estaban tirados”, narró la mujer de 66 años de edad.

El edificio en el que ella trabajaba no se derrumbó y su jefe les exigía que ya se pusieran a trabajar, pero “mi primer reacción fue jalar tabiques y rescatar compañeras hasta que llegó el ejército y lo impidió, si seguíamos levantando cascajo cortaban cartucho y nos amenazaban”.

La razón por la que los militares evitaban que vecinos se acercaran a la zona fue, en palabras de Concepción, “porque había una tienda de oro donde fabricaban cadenas; entonces acordonaron. Al edificio Topeka de plano no nos dejaron acercar, nunca supimos por qué”.

Esta costurera no daba crédito de lo que sus ojos veían, se sentía perdida, se preguntaba qué había pasado con las mujeres que entraban a trabajar a las siete de la mañana, todo le parecía un sandwich, había pedazos de ladrillo, loza y mucho polvo.

Al igual que otras trabajadoras, Concepción se quedó toda la noche en San Antonio Abad. “Escuchamos gritos y buscamos a unos policías para pedir que buscaran a personas con vida pero sólo nos dijeron que ahí ya no había nadie, que estábamos nerviosas”.

Daniel Ramírez era costurero en una fábrica ubicada por metro Bellas Artes, apenas contaba 22 años. Su jornada empezaba a las 8 de la mañana, a pesar de que en el metro no sintió el temblor cuando salió vio todo destrozado. “El humo del Hotel del Prado, lo mismo en el edificio de la leche, sólo pensaba ¿qué pasó? Me impresioné mucho”.

Cuando llegó a su trabajo el dueño le dijo que siguieran con sus labores pero Daniel se negó argumentando que el edificio estaba cuarteado y se podía caer, la pelea entre jefe y empleado continuó hasta que un helicóptero pasó y con un altavoz pidió que se desalojara la zona porque podía explotar.

Daniel pensó en una de sus hermanas que trabajaba en San Antonio pero que por suerte aquel jueves no asistió al taller porque estaba en busca de otro empleo. “Ella era planchadora, entraba a las siete, ahí se hubiera quedado como muchas de sus compañeras”.

La impotencia y el coraje se apoderan de Concepción y Daniel cuando recuerdan que la ayuda para rescatar cuerpos llegó después de 15 días y eso gracias a que un grupo de empleados textiles cerraron vialidades para exigir apoyo.


Sepulcro vial

“Era un caos, a los dueños no les importaban las compañeras, ellos sólo pedían que se custodiaran los edificios para evitar saqueos, podía haber una máquina de coser y una mujer, y sin duda preferían rescatar la maquinaria”, narraron.

Ambos relatan que el ejército no hacía nada, les decían que había prioridad por levantar cascajo de zonas como Tlatelolco o de los Hoteles del Prado y Regis. Por este motivo cerraron Tlalpan del lado de la colonia Obrera y pidieron plumas o agujas para que empezaran a recoger los escombros.

“Nos querían quitar, llegaron patrullas y preguntaban por qué hacíamos eso, nuestra respuesta era que esa era la única manera de que nos hicieran caso, les dijimos que había compañeras atrapadas y nadie hacía nada”, dijo Concepción.

Después de casi un mes, las autoridades entraron a un edificio y encontraron un elevador lleno de mujeres. “El elevador no tenía ningún rasguño pero todas las señoras estaban muertas, se habían ahogado”.

Daniel contó que fue la gente común y corriente la que ayudó a sacar piedras, a levantar restos de los edificios. “Yo sólo estuve dos días ayudando porque el patrón nos amenazó con corrernos si seguíamos faltando”.

El ahora diseñador de modas también narra que los dueños de los talleres buscaban entre los escombros sus cajas fuertes; además de telas y maquinaria. “A ellos les importaban sus cajas fuertes, su dinero, nunca la gente”.

Con un poco de humor relató: “Nosotros sacamos una caja fuerte pero nunca la pudimos abrir, le intentamos con todo, la agitábamos y no se escuchaba que tuviera mucho pero aún así nunca abrió, nos hartamos y la vendimos al fierro viejo, nos dieron un peso de entonces”.

Después del terremoto muchos empleados de estos talleres hicieron conciencia de que su situación laboral era “miserable”, el salario era el mínimo, los dueños podían exigir que un empleado trabajara en fin de semana sin ningún incentivo y en muy raras ocasiones les daban 5 o 10 pesos más de su sueldo. Por este motivo el gremio decidió organizarse y crear un sindicato que los representara y apoyara ante cualquier situación.


“La tragedia nos abrió los ojos”

Después de 1985 se habló de talleres clandestinos, porque en muchas fábricas contrataban a menores de edad. “Había niñas de 12 y 15 años trabajando sin prestación alguna y les pagaban menos del mínimo”, recordó Daniel.

Otra situación que causó enojo fue que a algunas trabajadoras las encerraban para evitar robos o que se fueran antes de cumplir sus ocho horas de jornada laboral, por ello creen que muchas mujeres no pudieron desalojar los edificios a tiempo el día del temblor.

Concepción afirma que ella y otro grupo de empleadas empezaron a organizar y juntar gente para exigir una indemnización a sus patrones. “Sólo nos querían pagar tres días trabajados y una semana de fondo que según teníamos”.

La molestia entre los trabajadores incrementaba porque ellos pagaban una cuota sindical y cuando ocurrió el terremoto ni la CTM ni la CROC, ni ningún sindicato se paró a ver cuál era la situación de las costureras.

Gracias al esfuerzo de toda la comunidad de costureras se fundó el sindicato Costureras 19 de septiembre y lograron que se les diera una indemnización.

Lamentablemente Concepción y Daniel quedaron boletinados en las empresas textiles pues tenían antecedentes de “revoltosos” y ya no los emplearon, entonces empezaron a trabajar por su cuenta desde casa.

Ellos creen que su lucha sirvió para tener mejores condiciones en su trabajo, aprendieron a exigir sus derechos; sin embargo, actualmente piensan que la situación es peor que hay un retroceso porque ahora pagan por hora, ya no dan seguro social, el sueldo es el mínimo “y si eso no te parece te dicen que las puertas están bien grandes para que te vayas, mucha gente necesita empleo y por eso aguanta”, dijo decepcionado Daniel.

Los desastres son el punto de partida para el surgimiento del concepto de Protección Civil en México. El sismo del 19 de septiembre de 1985, que causó daños en varias regiones, especialmente en la Ciudad de México, hizo urgente la necesidad de perfeccionar los dispositivos de protección civil por parte de las autoridades y de la sociedad, a fin de reaccionar rápida y eficientemente ante siniestros de tales proporciones.


Nacen los Topos y Protección Civil

El 6 de mayo de 1986 quedó formalmente el Sistema Nacional de Protección Civil en el país, esto con la finalidad de estar preparados para dar una respuesta civil a emergencias de esta índole y desarrollar la cultura necesaria de prevención y autoprotección en toda la población.

Otra vez 19 de septiembre... el fantasma de 1985
Otra vez 19 de septiembre... el fantasma de 1985

El Sistema Nacional de Protección Civil nació formalmente en 1986 para desarrollar protocolos de seguridad y prevención ante emergencias de todo tipo.

De las cenizas y la solidaridad de ese doloroso 19 de septiembre, en la Ciudad de México se formó un grupo de voluntarios que trabajaron coordinadamente en las acciones de búsqueda y rescate de víctimas, a las que la gente comenzó a llamar "TOPOS". En febrero de 1986 se constituyó legalmente la " Brigada de Rescate Topos Tlaltelolco A.C."

Hoy en día, los “Topos” continúan brindando ayuda en México y el extranjero. Entre otros lugares, han apoyado en los terremotos de 2011 en Japón (9.0 grados); el sismo que devastó Haití en 2010 (7.0 grados) y recientemente en Juchitán, Oaxaca, donde un movimiento telúrico colapsó la región del Istmo (8.2 grados).

Otra vez 19 de septiembre... el fantasma de 1985
Otra vez 19 de septiembre... el fantasma de 1985

Los Topos en operaciones de rescate de un cadáver en Banda Aceh, Indonesia, durante el tsunami arrasó la región en 2005.

Los sismos que se han registrado en México deben recordarnos no echar de menos los simulacros ni las recomendaciones del Sistema de Protección Civil. Cada uno de ellos es una amarga lección y una oportunidad para no repetir errores del pasado. La cultura de saber cómo actuar ante los sismos debe continuar de generación en generación.

Fuentes:

Hemeroteca y Archivo fotográfico de EL UNIVERSAL. Mochilazo en el Tiempo, publicado el 19 de septiembre de 2016. Autor: Perla Miranda. Sitios: topos.mx. Protección Civil. Diario Oficial de la Federación: dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=4792590&fecha=06/05/1986

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