La innovación ha trastocado nuestra forma de pensar, de hacer negocios, de vivir. Es simplemente lo que divide a las empresas líderes de las que no lo son o incluso de las que permanecerán y de las que terminarán por morir.

La innovación requiere inversión y sobre todo voluntad, la actitud de anticiparse, arriesgarse, de probar nuevos modelos de negocio, de salir de la “zona de confort”. A las empresas, sobre todo las “grandes”, les cuesta trabajo atreverse a invertir en tecnologías que impliquen una nueva forma de hacer las cosas, cuando lo tradicional incluso les sigue generando ganancias y lo nuevo puede ser mejor, pero genera incertidumbre y por ende aversión al riesgo.

Esto puede explicarse porque cuando una empresa decide cambiar, resulta demasiado tarde ya que su competidor, que si lo hizo, ya tiene un mejor conocimiento del cliente, ya pivoteó el mercado y por ende ya posee un mayor market share, o simplemente la sacó del mercado, porque su solución es más innovadora.

De hecho, los negocios que están invirtiendo en tecnología, se están despegando de sus competidores, cuanto más si son tecnologías de alto impacto. Éstas son las que generan mayor crecimiento y ganancias en productividad.

Las áreas preferidas de inversión están en el internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés); esto es, dispositivos conectados a internet que se comunican entre sí para facilitar nuestra vida, que pueden ir desde la música de nuestro despertador hasta la medición de nuestra temperatura corporal a través de nuestra playera. IoT puede amplificar las capacidades de los dispositivos “inteligentes”, es decir, de su habilidad de procesar y transmitir información que puede detonar actividades que potencien las funciones de los bienes y servicios que hoy se tienen.

Esta es la gran diferencia con la robótica hoy en día, que automatiza procesos rutinarios, mientras que el IoT transforma todo el proceso. Se calcula que en dos años más pudiera haber hasta 50 mil millones de dispositivos conectados a internet, con el fin de proporcionar a las personas una serie de servicios y aplicaciones inteligentes sin precedente.

Otra elección de inversión socorrida es el Big Data, es decir, conjuntar muchos datos, para relacionarlos y encontrar tendencias que deriven en oportunidades de negocio. Asimismo, más recientemente la cadena de bloques, mejor conocida como Blockchain, la tecnología introducida por la moneda virtual bitcoin, con aplicaciones tan diversas como operaciones financieras y votaciones, ha generado un interés creciente en círculos corporativos y gubernamentales.

Simplemente la automatización ha generado grandes eficiencias. Esta es una inversión preferida por empresas, sobre todo intensivas en capital, para ganar tiempo y dinero en los procesos. Las no intensivas en capital prefieren inversiones digitales en las áreas de “social media”, en busca de un mayor tráfico de clientes.

Todas estas inversiones requieren nuevas competencias que el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) reconocen como: resolución de problemas complejos, pensamiento crítico, creatividad, manejo de personas, coordinación con los demás, inteligencia emocional, juicio y toma de decisiones, orientación al servicio, negociación y flexibilidad cognitiva.

De acuerdo con un estudio del WEF entre más de 14 mil empresas, la mayor tasa de retorno de inversión en tecnología es en Big Data, lo que no quiere decir que siempre sea así; lo que sí es cierto es que innovar, hoy, ya no es una opción, es innovar o morir.

Directora del Instituto de Desarrollo
Empresarial Anáhuac en la Universidad
Anáhuac, México Norte.
E-mail: idea@anahuac.mx

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