En el ámbito empresarial y directivo, estamos acostumbrados a hablar de los aspectos positivos que nos hacen mejorar, de manera que analizar cuáles son los procesos que desencadenan el error no suelen ser un tema recurrente, y aunque en el fondo equivocarse es parte de nuestra condición humana, el error es un factor que puede ser predecible.

Sobre el error recaen creencias ingenuas, como las que señalan que siempre es malo, que es posible eliminar su presencia, que sólo lo cometen los tontos, que castigarlo evita que se vuelva a cometer, que automatizando procesos se elimina su presencia o que si todo sale bien es porque se eliminó por completo el margen de error.

Además, se tiene la creencia de que el error es “algo” que hay que eliminar de las organizaciones; no obstante, los errores son un aviso. Tratar de esconderlos elimina el marco de referencia para una catástrofe.

Las emociones, por su parte, son una herramienta del ser humano que le permiten brindar respuestas rápidas, ya que, antes de que ocurra un análisis en el cerebro, nos hacen reaccionar intuitivamente, y aunque buscan lo mismo que la razón, el resultado no siempre es acertado.

De las emociones también derivan errores importantes en la labor directiva. Uno de los principales es la visión de túnel, que ocurre cuando una persona está sometida a un alto nivel de estrés y tiene un objetivo claro, por lo que pierde de vista lo que sucede a su alrededor.

Otro más es el escalamiento de compromiso, que consiste en la presión que siente el individuo por seguir siendo congruente con decisiones posteriores.

Las personas sienten temor de abandonar su objetivo puesto que han apostado demasiado.

En algunas ocasiones, la realidad contradice lo que la mente cree, la emoción lleva al rechazo, a eso se llama disonancia cognitiva y provoca que las decisiones se tomen desde la emoción y se rechacen cuestiones que no se pudieron conseguir en su momento o que no son benéficas.

Todo esto nos lleva a pensar que cuando se le da un peso importante a las creencias y actitudes que se formaron previamente en el origen y no se cuestionan, se anula la capacidad de aceptar nueva información.

Para la toma de decisiones y la prevención de errores es fundamental saber que el ser humano no percibe la realidad en su totalidad, ya que tiene puntos ciegos, sus capacidades son limitadas y la mente descarta información que considera “no relevante”.

Además, no todo lo que ve es real, pues el cerebro reconstruye la memoria, predice y realinea los espacios y le da más peso a la información con la que está de acuerdo.

Hoy en día, la estructura de las empresas se divide en cuatro capas principales: planeación, coordinación, ejecución y materiales, y componentes.

Es trabajo de cada capa vigilar los errores de la capa subsecuente. El problema surge cuando los errores se filtran o se alinean. Es por ello que se debe poner atención en las fallas y accidentes tales como:

1. Errores de conocimiento, como es el cambio de contexto o el error estructural.

2. Errores de regla, que pueden derivar en aplicar la regla correcta en el momento incorrecto o que se aplique la regla incorrecta en el momento correcto.

3. Errores de ejecución, que están más relacionados con descuidos, inhabilidad, emocionalidad, etcétera.

Por lo anterior, es conveniente que las empresas diseñen procesos más prácticos que permitan que sus colaboradores cometan el mínimo de errores. Sin embargo, no hay que olvidar que el error es la fuente más importante de aprendizaje, siempre y cuando se analice, se haga consciente y se construya a partir de él.


Profesor del área de Factor Humano
de IPADE Business School

 

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