En las primeras clases de todo estudiante de Economía, se nos enseña que la moneda es un medio de cambio para facilitar el intercambio de bienes y servicios. Es un elemento generalmente aceptado que perfecciona el primitivo sistema de trueque.

El hombre ha comerciado siempre. Sin embargo, los más primarios sistemas de intercambio requerían que el otro tuviera lo que yo necesitaba y viceversa. Es decir, que si yo producía tomates y necesitaba manzanas, debería conseguir a alguien que tuviera manzanas y quisiera tomates en las mismas cantidades simbólicas. La coincidencia de necesidades y deseos entre ambas partes, no era un asunto fácil de encontrar.

El dinero es uno de los grandes avances de la humanidad. Las sociedades identificaron que era posible valorar los bienes y servicios en comparación con algún elemento, el cual además tenía la propiedad de ser aceptado como medio para el pago de las mercancías. Así, según la región de que se tratara, se usaron como medio de cambio cereales, ganado, cuentas, conchas, cigarros y, por supuesto, metales. Estos últimos resultaron más prácticos por ser divisibles, durables (mantienen su valor) y deseables por todos.

La dificultad y riesgo de cargar el oro, propició que se generaran monedas de aleaciones más económicas y livianas y billetes. El comercio con estas nuevas piezas, se basaba en la confianza de que cada una de ellas tenía un respaldo en oro que podría ser reclamado a una tasa de cambio fija: el patrón oro.

En las primeras décadas del siglo XX el sistema se modificó y las monedas se desvincularon del dólar y adquieren un valor intrínseco fluctuante según diversas variables. No obstante, la emisión del dinero aún está respaldada por los bancos centrales que respaldan su valor.

El dinero, que la humanidad vio nacer como un elemento tangible, ha evolucionado hasta el punto que 15% de las operaciones mundiales se hace ya sin efectivo.

La última década fue ocasión para un paso más en la historia del intercambio: las cibermonedas. Bitcoin fue pionera y es la más conocida, aunque existen otras como Litecoin, Ethereum y Ripple. Estas monedas digitales consisten en líneas numéricas únicas de tal forma que cada transacción es registrada impidiendo que una misma unidad sea utilizada dos veces por la misma persona sin haber cambiado de manos. Su utilización permite a los usuarios tener el dinero seguro, de manera casi siempre anónima y sin el uso del sistema bancario. Las transacciones que se realizan con cibermonedas son confiables, no reversibles y frecuentemente menos costosas que las que se hacen a través del sistema financiero tradicional. La posibilidad de que compradores y vendedores se mantengan en el anonimato, hacen de las cibermonedas una alternativa para transacciones ilegales como venta de drogas, secuestros o comercialización de malware.

Más que la adquisición de bienes o servicios, la especulación es hoy por hoy el principal motivo para adquirir cibermonedas. El valor de una unidad de bitcoin se ha cuadruplicado en lo que va de 2017 (según Coindesk, el valor unitario de bitcoin el 1 de enero era de US$997.69 y el 1 de septiembre fue de US$4,950.72). Sin embargo, igualmente rápido puede oscilar a la baja (ver tabla anexa). Se calcula que el mercado de cibermonedas es de 80 mil millones de dólares.

Con el tiempo se prevé que el uso de las cibermonedas se extienda y sea cada vez más aceptado para la adquisición de bienes y servicios de las marcas más reconocidas e incluso por el sistema financiero, pues las cibermonedas les darían posibilidades infinitas de nuevos productos a ofrecer a los clientes. Hasta la fecha, las cibermonedas sólo existen en el mundo virtual y, aunque son bienes reales pues con ellas es posible comerciar, sólo tienen un valor cuando se venden y se intercambian por algo y, hasta ahora, ese algo es limitado. De otro lado, tienen una gran ventaja en su portabilidad y característica especialmente útil para proteger a personas que están en economías en peligro de guerra o con gobiernos adversos a la propiedad privada.

La realidad de las cibermonedas es que existen y se usarán de manera más frecuente. Sin embargo, existe un alto riesgo implícito en su uso y en su potencial especulativo. Urge entonces que los gobiernos hagan políticas que regulen la práctica de comercializar con cibermonedas a pesar de que los desafíos son enormes por características propias de las mismas como el anonimato y su intangibilidad. Las autoridades monetarias de Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Rusia, China y Hong Kong ya han emitido incluso normas sobre cibermonedas. Aunque aún parece algo de ciencia ficción, más vale que México empiece a prepararse antes de que sea demasiado tarde para actuar.

Directora de Responsabilidad Social de Laureate México

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