¿Qué haces si vas manejando y alguien se mete abruptamente en tu carril? Probablemente digas o pienses “Es un idiota. ¿Dónde aprendió a manejar?”. Quizás incluso le hagas una seña con el dedo o el puño completo, o toques el claxon (“ta-ta-ta-ta-ta”) para expresar tu indignación. Pero en realidad, el conductor en cuestión nunca invade otros carriles, respeta las reglas de tránsito. En esta ocasión lo está haciendo porque tiene prisa por llegar al hospital donde recientemente llevaron a su hija a causa de un accidente.

En el cine, al pasar en la fila de atrás, una persona te golpea ligeramente la cabeza o quien está sentado justo detrás de ti patea tu asiento por accidente (una sola vez). ¿Qué es lo primero que viene a tu mente? Algo como: “¡Qué estúpido!”, “¿Por qué no tiene cuidado?”, “Lo hizo a propósito”, o algo parecido a: “Bueno, fue un descuido. Quizás no lo volverá a hacer”. Es probable que elijas de entre las primeras tres opciones y no la última.

A esta tendencia a atribuir una mala intención al comportamiento negativo de los demás se le llama en psicología error básico de atribución. Cuando alguien tiene una conducta negativa, de inmediato asumimos que así es su personalidad y no consideramos la situación en que se encuentra. Le damos máxima importancia a una mala intención y minimizamos las circunstancias que lo llevan a actuar de esta manera. Con frecuencia cometemos este error de atribución cuando acabamos de conocer a una persona, a partir de la primera impresión.

¿Piensa mal y acertarás?

Porque es más fácil y rápido señalar, apuntar y culpar, en lugar de pensar las posibles circunstancias de los demás. Cuando tu novio no te devuelve la llamada o deja en “visto” un mensaje de texto, a pesar de que su estado dice “conectado”, podrías pensar: “Qué inconsiderado. Seguramente me quiere hacer sufrir o está enojado”. Aunque, por experiencia, bien sabemos que podría haber un montón de otras razones para no responder: está ocupado, va en camino al trabajo u honestamente se le pasó regresar la llamada o el mensaje.

También lo hacemos por una tendencia a la perfección y la intolerancia: no admitimos la posibilidad de un error o un accidente. El ego juega un papel primordial en la interpretación de las acciones ajenas. Pensamos: “¡Merezco siempre lo mejor!” o “¡A mí nadie me empuja!”. Estamos convencidos de que si todos fueran más como nosotros, este mundo sería mucho mejor.

El origen de la violencia y defensividad

  1. Cuando una persona ha bebido es más probable que asuma que las acciones ajenas son malintencionadas. Esto, por supuesto, promueve el enojo y la violencia.

  2. Quienes cometen este tipo de errores de atribución tienden a tomar las cosas de manera personal, como si el mundo girara a su alrededor. Tomar las cosas de forma personal nos predispone a la agresividad.

  3. Las personas con alto nivel de estrés en su vida son más propensas a estar irritables y a la defensiva. Es más común que estas personas le adjudiquen una mala intención a un mero accidente o error.

  4. Curiosamente, hacemos esta interpretación negativa de las acciones de los demás, pero muy raramente de nosotros mismos. Es como si pensáramos que los demás son defectuosos o tienen intenciones malévolas, pero nosotros siempre tenemos una buena razón para lo que hacemos. Esta visión distorsionada nos pone a la defensiva y es un caldo de cultivo para la agresividad.

¿Cómo evitar el error de atribución?

A través de la empatía. Ponerse en los zapatos del otro y pensar en las posibles explicaciones a la conducta ajena, sin considerar una mala intención. Vale la pena pensar en las dificultades o los factores que influyen en la actitud ajena. Por ejemplo, el dependiente de una tienda que generalmente es amable, pero se encuentra mal encarado, quizás no es mal educado. Quizás está haciendo doble turno o se acaba de enterar que su esposa lo ha dejado por otro.

Considerar estas posibilidades para ser más empático, requiere ser conscientes de nuestra intolerancia y nuestro ego. La mayoría de las personas son buenas y decentes, y encaran las mismas dificultades y circunstancias que nosotros. ¿Por qué no tratar de ser más tolerantes unos con otros? Así que la próxima vez que alguien en la fiesta o el bar derrame un poco de cerveza sobre ti, recuerda que, obviamente, no lo hace a propósito. Quizás ha bebido demasiado para darse cuenta de lo que hace. Considera la posibilidad de que simplemente no te vio.

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