Ayer hice una cosa horrible de la que no estoy nada orgullosa.

HORRIBLE LES DIGO.

Cuando les cuente la cosa horrible que hice me van a decir: “No mames Plaqueta, qué pendejada”.

Pero les juro que sí estuvo bien gacha.

Ahí les va:

En la mañana tuve llamado del programa de tele en el que trabajo. Estábamos grabando en un parque donde tienen una exposición con muñecos de dinosaurios que se mueven y gruñen. Muy noventero. En algún momento nuestra chamba se dificultó porque había niñes corriendo y gritando. En eso, a media toma, uno chamaco como de tres años se me acercó y me preguntó: “¿Qué pasa si te subes a un dinosaurio?”.

Me quedé pasmada. Si de por sí soy tímida, las personas menores de 15 años me dan muchísima ansiedad porque no sé cómo hablarles. Después de unos segundos de silencio, me sentí en un capítulo mal escrito de sitcom, y le respondí:

“Te come. Te muerde”.

No alcancé a ver la reacción del pequeño amigo porque de inmediato se lo apepenó su mamá, que me vio con ojos de pistola mientras al chiquillo le decía que no era cierto, que los dinosaurios eran de mentiras y que no hacían nada.

Las otras señoras se llevaron inmediatamente a sus hijes del área en la que estábamos para protegerlos de la maldad incalculable de #LadyPlaqueta. Los del equipo al fin pudimos terminar la toma.

Al principio fue mucho jijijí y jojojó. Pero después de un rato vino la culpa. Hurgué en mi cabeza de trapeador para entender por qué estaba mal lo que había hecho. Y entonces, de golpe, volvió un recuerdo de mi infancia remota.

(También van a decir “No mames, Plaqueta, es una pendejada”, pero me bale berga).

Desde que era microniña tengo pedos para dormirme temprano. Una noche, cuando yo tenía como tres años, mi mamá me advirtió que si no me iba a la cama pronto, me iba a convertir en calabaza. Como no le hice caso, me dijo que ya me estaba saliendo un tallo en la coronilla.

Por un momento pensé que era verdad, que mi metamorfosis había comenzado, que tendría que decirle adiós a mi vida como chilanguita de departamento y mudarme a la jardinera para realizarme como cucurbitácea. Me toque´disimuladamente la cabeza y descubrí que no existía tal tallo. De inmediato sentí alivio pero también humillación.

Un par de años después, cuando ya tenía edad suficiente para entender lo que había pasado, le reclamé a mi madre que me hubiera mentido de esa manera. Me cagaba que se hubiera aprovechado de mi inocencia infantil. No soportaba que ni ella ni nadie me tratara como tonta por mi fecha de nacimiento, en serio me ponía malita de mi indignación. Por ahí de los 10 años me juré que “cuando fuera grande” lucharía activamente contra la discriminación contra los menores. Estaba segura de que recordaría cómo pinches dolían esta microagresiones.

Naturalmente, como todos los adultos, me traicioné a mí misma y lo olvidé.

No es “chistoso” burlarse de los niños por cosas que creemos que son “una tontería”, porque para ellos no lo son. No es está chido engañarlos porque todavía no tienen todos los conocimientos sobre la vida que a nosotros, adultos de hueva, nos parecen obvios, y luego reírnos de sus reacciones. No está bien desestimar sus miedos y preocupaciones (COMO QUE SE LOS COMA UN PINCHE DINOSAURIO) porque son “infundados”. No es bonito humillarlos porque “al fin que se les va a olvidar” porque, SORPRESA, nada de lo que pasa en esos años se desvanece por completo y luego sale bien pinche cara la terapia, culeros.

Supongo que para mí es muy fácil decir todo esto porque I DON’T SPEAK PARENTHOOD y no tengo idea de lo difícil que es lidiar con esos seres latosos con los que a veces hay que hacer trampa para que se pinches coman el brócoli. Pero sí hay adultos que se pasan verga  de su adultocentrismo, eso es innegable, y pues yo los invito a no ser insensibles y desconsiderados con un grupo vulnerable. Como yo hoy, maldita #LadyBruja.

***

Los niños luego crecen para convertirse en adultos de mediana edad que no sólo discriminan a los más jóvenes, sino a los viejos (#conapreeeeeeeeed, ya sé que no se dice así). Y eso está todavía más de la verga.

Estas semanas se ha visto mucho de eso con el caso del impresentable Marcelino Perelló, que después de las lamentables declaraciones en Radio UNAM . Muchísimas de las críticas que he leído contra este tipejo tienen que ver con su edad: “Pinche ruco, ya está chocheando”, “A la gente mayor de 60 deberían prohibirle el internet”, “Señor, tome su cocol y váyase a dormir”, etcétera.

Sí es cierto que Perelló creció en una generación en la que cosas que a nosotres nos parecen evidentes ni siquiera se discutían. (Mi propia frase anterior es porque asumo que “lo normal” de mis lectores es que tengan entre 20 y 60, es decir, números que según mi teoría crisistreintañera se redondean a 30). Eso puede explicar parcialmente lo podrido de sus ideas. Pero les tengo noticias impactantes: la estupidez es una condición que no distingue sexo, religión, tendencia política, etnia, sabor de helado favorito... ni edad. Por ejemplo, hace rato un millennial me dijo que no todos los feminicidios eran cometidos por hombres pero que ellos sí habían construido las paredes de mi casa y las carreteras por las que transito.

Gracias por la explicación amigo, ¿o sea que contigo, como representante universal de tu género, también me puedo quejar de lo culeras que están quedando las banquetas de la Delegación Cuauhtémoc?

En fin: las feminazis, en nuestro afán por convertir el mundo en un desierto donde sólo existan la corrección política y los tacos veganos, también vetaremos los chistes sobre los chistes de tíos, los grupos de “Señoras que” y los memes de personas adultas mayores.

Ni modo.

***

Un par de aclaraciones :

-Me informan que sí se asesoraron con feministas.

-Sí hay anuncios donde se hace referencia a amigas y compañeras de trabajo.

-Aquí un texto de Ana Güezmes, representante de ONU Mujeres en México, sobre por qué eligieron ese discurso en la campaña y los resultados que han obtenido hasta ahora: .

-Habrá que esperar al análisis final, a ver qué tal pegó. Espero que sí funcione.

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