Todo lo que tiene que ver con niñas y niños es un mundo ajeno y misterioso para mí, porque casi no tengo contacto con humanos menores de veinte años, así que cuando especulo sobre la infancia sólo tengo mi propia experiencia a la mano. Por eso no deja de fascinarme observar a la chamaquiza en su hábitat natural. Siempre digo que son como gatitos: tiran de la mesa todo lo que tienen a su alcance, se pelean entre ellos, se persiguen, ruedan por el piso, son como de hule, no reciben cariño si no están de humor pero que un buen porcentaje del tiempo son adorables. Nada más les falta ronronear y tener un sistema de autolimpieza (espero que nuestra especie evolucione en esa dirección).
Ayer visité un kinder y vi cómo este comportamiento gatuno no distingue género. Niñas y niños por igual son unas bolitas de pinball que no dejan de moverse por todos pinches lados. Me llenó de alegría, por ejemplo, ver a una niña con vestido de corazoncitos subirse a un árbol y ensuciarse de tierra y pelear como osito bebé con sus compañerites.
(Estoy en Alemania y me gusta cómo acá las familias dejan a los niños ser y treparse a las paredes y lamer las escaleras del metro y pegarse con las cosas y caerse y levantarse y gritar y correr y empujar. Esto no quiere decir que sean chamaques insoportables y sin límites, nada más no hay tanta paranoia de que se vayan a lastimar; tampoco esta cantaleta de que deben "comportarse" hasta cuando están jugando y soltando esas cantidades absurdas de energía que traen preinstaladas).
(Lástima que los humanos somos como mugres iPhones y luego esa batería que parecía interminable no nos dura más que un par de horas y empiezan a crashear las apps y se nos acaba la memoria y ya no se puede actualizar el sistema operativo y se burlan de nosotros por anticuados y se rompe la pantalla y sale muy caro sustituirla y nos morimos).
(Si tuvieran que ser un teléfono, ¿cuál elegirían? ¿El de linternita que todos teníamos en 2004? ¿El Startac de los “ricos” de 2002? ¿El Samsung que explota y que prohíben en los aviones? ¿El Nokia que parecía un lipstick?).

(Basta de paréntesis babosos).
(Bueno).
La semana pasada me tocó la primera nevada en Berlín. Como buena chilanga que creció a perpetuos 25 grados centígrados y que tiene ganas de lanzarse al Ajusco cada vez que se presenta este kermoso fenómeno meteorológico (nunca lo he hecho pero a la próxima sí quiero ir, ¿quién se apunta?), estaba fascinada con el agua en estado de cronch-cronch, con la blancura de las calles antes de convertirse en un mierdero de lodo congelado, con lo chistoso que se siente que te entre un copo al ojo. Interrumpió mi trance un grupo de adolescentes, como de prepa (o cualquiera que sea su equivalencia en el complicado sistema educativo alemán). Eran cuatro hombres y una mujer. Ellos estaban muy contentos aventándose bolas de nieve (COMO EN LAS PELÍCULAS). Ella nada más contemplaba la escena medio tensa, con el ceño frucido y medio protegiéndose de que le fuera a tocar un proyectil helado (#poema #metáfora #fonca #sinónimospendejos). Y yo pensé: ¿en qué momento esta pobre chavita abandonó el comportamiento gatuno propio de la infancia para convertirse en “mujercita”, o sea, en un ser incapaz de entrarle a los trancazos porque es “delicada”? ¿Cuándo aprendió a controlar sus impulsos desmadrosos y a decir “AY YAAAAAAA, NO SEAS GROSEROOOOO”?

Por supuesto que soy un ser horrible y lleno de prejuicios, porque a lo mejor ella era así por causas naturales y no por EL MALVADO SISTEMA PATRIARCAL, y claro que hay hombres que no encuentran divertido aventarse cosas recogidas del piso. Pero no se puede negar que, cuando crecimos, sí hubo un punto de quiebre en el que interiorizamos todos los mensajes pendejos que nos enviaron desde la cuna, y entonces dudamos de las capacidades físicas de ese cuerpo que ahora resulta que es frágil y débil y “como una delicada flor”, y además nos van diciendo poco a poco que no nos pertenece y no lo vayas a romper porque te lo cobramos como nuevo.

Y mientras a nosotras nos dicen “cuidado”, “no te vayas a pegar”, “pareces marimacha”, “las niñas no juegan así”, a ellos les dicen que cualquier comportamiento “femenino” es despreciable y que deben evitarlo a toda costa. Entonces llega una edad en la que los varoncitos no quieren jugar contigo porque NO GÜEY SE VAYAN A HACER PUTOS. Aunque tú quieras jugar a las luchitas y a aventarse al barranco y a la Fórmula 1 (?), los niños te van a decir que te alejes de ellos porque eres niña y guácala las niñas.

O sea, todo se va al carajo como a los siete u ocho años. Siento que más a o menos a esa edad empezamos los intentos por convertirnos en el Nokia de lipstick.

(No dejo de pensar en ese pinche teléfono. Me va a obsesionar por siempre. ¿Llegaron a verlo? NO TENÍA TECLAS PERO SÍ UN ESPEJO. Era un insulto total a la humanidad).

Así me fue a mí en la feria. ¿Cómo les fue a ustedes? ¿Son imaginaciones mías? ¿Cómo son las cosas ahora? ¿Ha mejorado el panorama? ¿Los niños todavía hacen sus clubes de Tobi mientras las niñas se pintan las uñas con corrector? ¿Todavía existe el corrector? ¿A ustedes también se les revolvió el estómago recordando el aroma de esa cosa?

Siempre vuelvo al mismo episodio de mi vida: a la vez en que me perdí en la reserva ecológica de la UNAM y que lo sufrí porque estaba programada para “ser niña” y tenerle miedo a las arañas y a las espinas y a las piedras y a los árboles y al barranco:

¿Qué hubieran hecho ustedes?

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