Ante la diversidad de lo que una familia es y representa, al movimiento en contra del matrimonio igualitario no le quedó más que ponerle apellido: familia natural. O, en sus términos: la conformada por hombre, mujer e hijo(s) y que define como “el sistema ideal, óptimo y verdadero”.

Según esta concepción, “todas las otras formas familiares están incompletas o son fabricadas por el estado”. Momento. ¿Qué no la suya es obra del creacionismo? Mantenida en el imaginario, por los siglos de los siglos, aun cuando la realidad y los hechos demuestren, sino lo contrario, cuantiosas excepciones a su regla.

Si esto no es intolerancia, ¿entonces qué es? Vemos ese despliegue en contra del matrimonio igualitario - - que le es una afrenta al frente--, cuando es que, del otro lado, es decir, desde quienes defienden el matrimonio igualitario y, específicamente, la iniciativa del gobierno federal por incluir en la constitución el derecho de todos los ciudadanos, independientemente de su sexo, a contraer matrimonio, no hay tal consigna de acabar con el matrimonio entre un hombre y una mujer para fines de procreación. No: nadie se opone a que el modelo de la “familia natural” se reproduzca.

Luego, parece, el problema es el de la palabrita: llámenle como quieran, pero no matrimonio porque, otra vez el dogma, matrimonio es la unión entre hombre y mujer y lo que ya les hemos oído hasta el cansancio. No, señores defensores de la familia natural: el derecho al matrimonio debe hacerse extensivo a todos sin excepción. Ya ha sido reconocido en los códigos de ocho entidades federativas y sólo se trata de que quede expreso en el artículo cuarto de la Constitución.

Me pregunto, si, como también han aclarado, no son homófobos, ¿por qué les hace tanto ruido que los derechos de ustedes sean los derechos de los demás? Pues, como se dice vulgarmente, ¿de qué privilegios gozan? Sus argumentos, ya lo he dicho, son válidos y tienen todo el derecho a ser manifestados, pero no al grado de atentar contra los demás individuos que no son como ustedes ni piensan como ustedes y que, además, han vivido una historia de opresión y marginalidad.

¿En qué les daña que los demás tengan acceso a los que ustedes han tenido? En nada. O sí: daña sus prejuicios. Ya han emprendido batallas en contra de la liberación sexual y de la píldora y del aborto y es hora de reconocerlo: han sido batallas perdidas, aun cuando han costado a muchos vivir en la represión y el escondite. Muchas veces hablan de la guerra que los “hedonistas” han emprendido en contra del matrimonio cuando la guerra más descarnada la han declarado ustedes mismos o, para no generalizar, algunos de sus simpatizantes.

Recuerdo una rutina del comediante George Carlin, dedicada al movimiento en contra del aborto. En sus palabras, los detractores del aborto eran más bien anti-mujer: anti libertad, anti exploración, anti gozo femenino. Anti lo humanamente humano. Hace poco, en una plática de sobremesa, que se convirtió en una suerte de debate, salió a colación la iniciativa presidencial a propósito del matrimonio igualitario. La concurrencia era diversa y, como era de esperarse, había quienes estaban totalmente en contra, quienes estaban totalmente a favor: incluso del derecho de adopción, pero también quienes sólo aprobaban el matrimonio, que no la adopción, y quienes medio aprobaban el matrimonio: una suerte de “que se casen entre ellos, pero que yo no me entere”. Todos los defensores y medio defensores se juraban, eso sí, cualquier cosa menos homófobos. Y, también como era de esperarse, los que estaban en contra de la adopción por parte de parejas del mismo sexo alegaban, entre sus razones, que los niños qué culpa, qué iban a ser víctimas del bullying, que pobrecitos porque en sus casas qué ejemplos iban a tener, que ni modo que los dos papás o las dos mamás se iban a estar besando enfrente de los pobres niños y qué tal si no se conformaban con besarse y hacían otras cosas sucias (sic). . .

Por suerte, siempre un alma caritativa y con sentido del humor, tuvo a bien preguntar:

-       Y los heterosexuales, ¿qué hacen? ¿Solo cosas limpias?

Se hizo el silencio y, después, se escucharon algunas risas.

Viva la familia, pero vivan también los individuos. La familia como convivencia armónica y respetuosa, independientemente de contratos y del número de personas que la conforman. Y de la edad. Y del lazo consanguíneo. Y del sexo o la orientación sexual. Admiro, quiero, celebro las familias integradas por papá, mamá e hijos, pero igualmente abogo por los derechos de todas las familias, tan atinada y graciosamente ilustradas en el cartel promovido por Conapred.

Respeto la libre manifestación de las ideas, incluso de las que me son contrarias: es un ejercicio sano, ¿qué no? Nos invita a comprender, acercarnos a lo diferente, tratar de entender lo que los mueve a reaccionar, pero, insisto, no al grado de retroceder en materia de inclusión. De verdad, me he empapado hasta donde he podido de estos argumentos contrarios a la iniciativa de ley y, aunque a mi parecer algunos son válidos, por el solo derecho a ser expresados, otros más son muestra, y aunque aseguren lo contrario, no sólo de intolerancia y homofobia sino de resistencia y negación absoluta de la realidad y la verdadera conformación de la sociedad y sus individuos.

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