"Uno viola, todos violamos", argumentos de los depredadores y la falta de emotividad en las palabras de Hillary

La escuchamos con atención. Nos acaba de revelar no sólo que de niña sufrió abuso sexual por parte de un familiar sino que, recientemente, otro familiar que, en su momento testificó y la ayudó a denunciar y procesar el suceso, se acercó a ella para proponerle que tuvieran relaciones sexuales, so pretexto de ayudarla exorcizar el evento: “Los dos cargamos con esto, no nos abandona, necesitamos liberarnos y, bueno, somos adultos”.

Ya había hecho un intento, hace algunos años, cuando coincidieron en las vacaciones y, al salir a fumar a la terraza, él la alcanzó y, que esto, que lo otro, volvió a sacar el tema. Ella no dijo nada, sólo lo escuchó y se dejó abrazar por él en busca de ser reconfortada, pero ése fue otro tipo de abrazo: ella sintió su erección e intentó apartarlo, más él se apretó con más fuerza. Ella dijo que se sintió atrapada, incapaz de rechazarlo, como sometiéndose involuntariamente, de igual manera que había ocurrido con el familiar que se había aprovechado de ella décadas atrás. “¿Está todo bien?”, se escuchó la voz de la esposa del abrazador. Él la soltó y aquí no ha pasado nada.

Pero la cosa no murió ahí. De vuelta de las vacaciones, ella empezó a recibir propuestas explícitas por parte de su pariente, y eran tan crudas y a la vez sofisticadas que la hicieron dudar si en verdad bastaría ponerse en sus manos para salvarse. ¿Quién es uno para censurar, verdad? Incluso las supuestas aberraciones. Si ella lo deseara, por bestial que pudiera parecernos, el mero deseo trataríamos de entenderlo. . . respetarlo al menos. ¿Quién es uno para indicarle a alguien cómo saldar sus añejas, aun latentes, deudas? La sola fantasía, de hecho, por más que cueste procesarla, la podríamos escuchar, visualizar, dejar pasar. Solo que, en el caso de esta amiga que nos ha abierto el corazón, la posibilidad de tener relaciones sexuales con otro de sus parientes cercanos no brota de eros ni de la curiosidad: es más bien una fantasía impuesta, proviene del poder que otro dice tener sobre su pasado, sobre esa memoria en específico porque, según él dice, también le pertenece y le duele.

Lo que él diga, válido o no, es una cosa. Cómo ella lo percibe, cuánto la traspasa y la lastima, es otra. Ya sé cuán manoseados están los términos de abusador y depredador, sin embargo, este pariente que se ofrece como salvador está actuando de esa manera: la está cercando, físicamente, con sus abrazos asfixiantes, y, a la vez, la acorrala con sus propuestas, con cómo se ofrece examinarla y liberarla de los recuerdos tortuosos. ¿Con qué nuevos recuerdos incómodos habrá de sustituirlos? ¿Cómo puede erigirse en la solución? ¿Por qué se atreve a garantizar que él tiene la respuesta, la salida?

Otra persona le diría: “¿Estás pendeja o qué?”. Yo, aunque en el fondo quizá lo que le he dado es un “no” en distintas acepciones, he procurado no juzgarla y sobre todo le he sugerido que le preste atención a lo que le inquieta, a lo que la perturba y lesiona. Ir más allá de lo que nos duele no es necesariamente un acto de valentía.

Mi amigo, que ha estado callado todo este tiempo, al fin se expresa:

--Somos una mierda.

Y se disculpa en nombre de los de su género.

Pero, a mi juicio, eso no es lo peor.

De alguna manera, lo justifica. Sí, los hombres, él incluido, son un espanto, pero dice que puede entender la reacción del pariente porque de alguna forma ella ya había sido marcada y dejado de ser pura y, bueno, insiste en que él no ve las cosas así, aunque muchos hombres tienen ese tipo de ideas muy arraigadas y, por si todo esto no estuviera suficientemente plagado de estigmas y clichés, compara el caso de esta persona con. . . adivinen, sí, la película de Acusados, protagonizada por Jodie Foster.

--Uno viola, todos violamos. . . Así piensa esta banda.

Sólo le faltó decir: “Yo sé que duele, pero es la verdad”.

Y que conste: no le quito lo verdadero. No obstante no es la única verdad y, en todo caso, es una verdad reductible y limitada que más nos vale combatir y erradicar, ¿qué no?

--Si te lastima, no lo hagas –le digo a ella.

Y entonces nos dice que lo ha rechazado hasta el cansancio, no obstante él no respeta esos rechazos. Al contrario. Los analiza e interpreta a conveniencia: son señal de que ella se reprime. Son señal de que ella quiere, precisamente, lo opuesto: que la frenan los convencionalismos, que muere de ganas de sucumbir en sus brazos, que lo desea tanto cómo él.

Por más que ella lo niegue: tal parece, él sabe más, la conoce mejor que ella misma, comparten un secreto y él tiene la llave mágica que es: ¿acostarse con él?

“No, señor”, le ha dicho una vez más, quizá la definitiva.

Ah, y en cuanto a “somos adultos”, híjole. . . otra frase bastante adulterada. De verdad, en el nombre de la adultez, no sé a ustedes, pero a mí me ha tocado escuchar cualquier cosa: que comparta el password de mi Facebook, que les diga con cuántas personas me he acostado, que les mande unas nudes, que preste, que afloje, al derecho o al revés, que no les salga con cuentos de pudor, que no soy una niña de 15. . .

No son golpes de pecho, pero si esto no es un patrón de abuso, díganme, ¿qué es? Las relaciones consensuadas no se fuerzan, por más argumentos elaborados y persuasivos: eso es manipulación.

 

Convención demócrata

 

Del discurso que pronunció anoche Hillary Clinton al aceptar la nominación del Partido Demócrata a la Presidencia de la República se dijo que fue plano y que careció de emotividad. Algunos destellos emocionantes, algunas frases (siempre insuficientes) para ser retomadas en los titulares y los tweets, pero, aun cuando encaró a Trump sobre cuánto ha insultado a los que saben (los generales sobre ISIS) o por su carácter temperamental, se detuvo, quizá demasiado, en la anécdota que reemplazó la emoción por la cursilería. Sí, hacia la segunda mitad el discurso cobró fuerza y de manera puntual e incisiva Clinton sacó de su error y de su torpeza a su rival republicano. De hecho, no sólo exhibió su ignorancia sino sus contradicciones, como cuando habló de cómo contrata mano de obra en el extranjero. Esgrimió argumentos y presentó evidencias. Su estatura moral la planteó desde su formación y su trayectoria, su experiencia en cargos públicos, sus tablas en la diplomacia, y antepuso su vocación de servicio a su cara pública. Mucha más razón, mayor conocimiento, quizá mayor autoridad en la materia, no obstante, careció de la pasión, aun burda y contradictoria pero que tanto impacto produce y que tanto gusta entre los seguidores de Trump, cuyos mensajes, como ya hemos comentado aquí, según un estudio publicado por The Boston Globe, pueden ser entendidos por un público de cuarto año de primaria y, según otro estudio presentado en la radio pública de Estados Unidos, es mucho más fácil de seguir incluso por su sonoridad: un ritmo mucho más accesible: frases de pocas palabras, palabras de pocas sílabas: lo retienes porque lo retienes. Mención aparte merece el discurso del Presidente Obama: emotivo y dignificante, y ese tono de desenfado, entre burla e irrespeto, cada vez que se refería a Trump. Entre los puntos más destacables: cuando recuerda la igualdad en las palabras de Abraham Lincoln (all men are created equal) y cuando le recuerda a Trump “America is already great”, por mencionar sólo algunas.

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