La violencia recrudece en las noticias y quizá las autoridades en el país no han percibido que hoy la delincuencia es toda una “cultura” entre la generación millennial, donde el estilo de vida asociado a la delincuencia, a la cual se le imagina asociada con riqueza, poder y mujeres, le genera un glamour que se convierte en un mundo aspiracional, al cual muchos jovencitos, privados de un modo de vida satisfactorio en el nivel social en que les tocó nacer, quieren ingresar.

Tradicionalmente quienes tenemos una edad madura y todas las generaciones anteriores a la nuestra, fuimos educados en el paradigma de que la riqueza, o simplemente las comodidades, eran la justa retribución a una vida dedicada al trabajo. De este modo nuestra mente fue condicionada a través de la educación dentro de la familia, en la escuela y en todos los ámbitos sociales, a aceptar que ese era el único camino.

Uno sólo tenía la opción de escoger cual era el tipo de trabajo que quería ejercitar y si queríamos un trabajo cómodo para el resto de la vida, tendríamos que esforzarnos estudiando.

De este modo, quien no quería estudiar o no tenía las condiciones para hacerlo, tenía que conformarse con vivir modestamente, o redoblar esfuerzos para que en base a trabajo, pudiera tener las mayores comodidades posibles.

Sin embargo, el problema de hoy es que ante esta crisis de valores y ante un espeluznante nivel de corrupción en que vivimos, agravado por una absoluta ausencia de “estado de derecho”, delinquir es fácil si se compra la complicidad de autoridades y así se obtiene impunidad.

Que los delincuentes paguen por protección a policías y a funcionarios de nivel bajo del sector justicia, sucede continuamente.

El bajo índice de arrestos, o incluso la nueva modalidad leguleya de liberar delincuentes confesos y con antecedentes penales por fallas en el “debido proceso”, han bajado el costo o el riesgo de pagar con cárcel por delinquir.

A esto le añadimos que se ha idealizado la vida del delincuente y se le ha convertido en el nuevo “héroe” de las historietas. Además un efectivo manejo de la opinión pública por parte de los grupos delictivos, han creado un fenómeno social altamente peligroso y difícil de controlar.

Hoy el nuevo paradigma de un creciente sector de la generación “millennial” dice: “prefiero vivir bien y rico unos pocos años, que pobre una larga vida”.

Ante ésto, esta generación tiene conciencia de que la violencia que rodea a este estilo de vida genera grandes posibilidades de morir asesinados y aún así, prefieren aceptar el riesgo, antes de la seguridad de una vida de mucho trabajo y poco beneficio económico.

Hay reportajes de investigación periodística que muestran cómo en algunas zonas del país la aspiración de un importante número de adolescentes es convertirse en sicarios para entrar a ese mundo glamoroso del poder, dinero y mujeres y entre las jovencitas adolescentes, es encontrar como ligarse a un sicario con el cual compartir una vida de lujos que está lejos de su vida cotidiana actual.

Antes las mujeres trataban de encontrar un “buen partido”, o sea un muchacho trabajador, enjundioso, con ambiciones de éxito, e incluso, de preferencia con estudios, porque eso representaba ser una vida glamorosa.

Eso buscaban las abuelitas de estas nuevas adolescentes, e incluso de las millennials de hoy.

El poder de seducción del mundo idealizado de los delincuentes es alto. El paradigma de que pueden acabar mal, asesinados por bandas rivales o abatidos por policías o las fuerzas armadas en un enfrentamiento, no les desestimula. Saben que el tiempo es corto, pero aún así, lo prefieren. Incluso la adrenalina que provoca esa vida les atrae en este nuevo orden de valores sociales que promueve esta nueva cultura mediática.

El problema es grave, porque aunque hoy está focalizado en unas cuantas zonas geográficas del país y seguramente en algunos sectores socioeconómicos específicos, nuestras autoridades gubernamentales no han descubierto que este fenómeno pronto podría ser viralizado a través de las redes sociales y extenderse como una nueva tendencia por todo el país.

Cuando eso suceda, ya no habrá solución y empezaremos a vivir en la dictadura de los delincuentes, que incluso se apoderarán de la vida política y de la estructura gubernamental.

Entonces nuestra flamante democracia podría ser sustituida por una dictadura paramilitar que hasta hoy nunca hemos visto en ningún lugar del mundo.

La lucha contra la delincuencia sólo por las armas no es suficiente. No se puede enfrentar de modo directo, sin estimularla. Aquello que hoy se ataca abiertamente, se fortalece y eso es lo que ha sucedido.

Se necesita instrumentar de modo paralelo un trabajo educativo y comunicacional que neutralice este nuevo fenómeno sociocultural de tipo aspiracional que ha mitificado a través del glamour la percepción del estilo de vida de los delincuentes.

Mientras nuestra clase política se siga distrayendo con los juegos de poder que hoy centran su atención y no entienda cómo es el mundo real de hoy, sus días estarán contados.

¿Y usted cómo lo ve?

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