Los norteamericanos lo aguantarán cuatro años, pero el desbarajuste que creará Donald Trump fuera de su país, anticipa grandes cambios en la geografía política del mundo.

Parece ser que gobernará a través de Twitter. Sin embargo, ésto y su tendencia exhibicionista y megalomaniaca, es sólo cuestión de estilo.

Sin embargo, hay factores preocupantes, que es oportuno considerar ahora que tomará posesión como el presidente número 45 de su país.

El muro más importante que construirá no es el de México, que a final de cuentas sería físico y se puede derribar cuando acabe su mandato, sino la muralla virtual que aislará a Estados Unidos de sus aliados tradicionales, como lo han sido Latinoamérica y la OTAN, organización conformada por los más importantes países de Europa para protegerse a sí mismos.

Angela Merkel, canciller de Alemania y François Hollande, presidente de Francia, ya le han respondido a sus bravuconadas.

Seguramente si continúa esta tendencia, en el futuro veremos la consolidación de China como una gran potencia económica mundial, pues tomará los espacios de inversión que suelte Estados Unidos en algunos países y posiblemente ello suceda en México.

Seguramente la actitud agresiva de Trump contra Latinoamérica por el tema migratorio, alejará a toda esta región. En ella Estados Unidos ha tenido gran influencia y de ella recibió gran respaldo político como bloque continental.

Al complicarse esta relación político y comercial con sus aliados latinoamericanos, seguramente estos países voltearán hacia nuevos modelos políticos. Al asociarse inconscientemente la agresividad de Trump con el modelo norteamericano y lo que éste significa ideológicamente como bandera de la derecha, Trump estará arrojando a Latinoamérica hacia los brazos de la izquierda.

No podemos ser ingenuos y pensar que la amistad tradicional entre México y Estados Unidos era de cariño fraternal, pues debemos recordar la famosa frase de John Foster Dulles, secretario de estado del presidente Dwight Eisenhower de 1953 a 1959, durante la guerra fría contra el bloque comunista, quien expresó que “Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses”.

Sin embargo, aún dentro de la crudeza de esta declaración, la relación de ese país con el bloque occidental del cual forman parte tanto América Latina como Europa, fue cordial y de colaboración y ello sustentó el liderazgo norteamericano global durante más de sesenta años.

Hoy que Trump reniega de los tradicionales aliados de su país, les empuja a la búsqueda de un nuevo orden mundial, en el que con toda seguridad, Estados Unidos ya no será el líder.

No sobra recordar que si Cuba fue la piedra en el zapato para Estados Unidos desde que se consolidó Fidel Castro en el poder, fue porque el gobierno norteamericano de forma soberbia fue indiferente con él cuando intentó acercarse a este país, según consignan algunos historiadores. Esto permitió que la Unión Soviética le arropase y protegiera.

Entre el 15 y el 26 de abril de 1959 Castro y una delegación de su país, a tan sólo poco más de tres meses de haber asumido el gobierno, visitó Estados Unidos como invitado de la Asociación de la Prensa. Ahí declaró que no era comunista. Se entrevistó con el vicepresidente Richard Nixon.

Sin embargo, a partir de ahí no sólo no hubo apoyo, sino que empezaron las restricciones comerciales y políticas sobre Cuba hasta que sobrevino el rompimiento. La falta de sensibilidad derivó en más de cincuenta años de relaciones conflictivas.

Hoy podría suceder lo mismo, pero no con un país, sino con todo el bloque de aliados cercanos alrededor del mundo.

Ya amenazó con derogar el TLC que hasta hoy opera México con su país. Si eso sucede, difícilmente se logrará crear un nuevo acuerdo comercial que le sustituya, pues por lo menos de parte de México, tan dividido políticamente y con un gobierno debilitado, difícilmente se lograrán consensos para la firma de un nuevo acuerdo comercial.

México lo resentirá al principio, pero seguramente otros países poderosos económicamente tratarán de ocupar esos espacios que deja la inversión norteamericana víctima de Trump.

Estados Unidos lo resentirá aún más cuando el consumidor vea el resultado de esa política populista en incremento a los precios de los coches, por ejemplo. Si el gobierno de Trump subsidia a esas empresas para compensarles el incremento de sus costos, para que no aumenten precios, entonces impactará en las finanzas públicas de ese país, pues será una solución ficticia.

Cuando Trump termine su gestión en enero del año 2021, el mundo ya no será igual y Estados Unidos muy probablemente habrá dejado de ser la gran potencia comercial, económica y política que hasta hoy ha sido.

Si la actitud del presidente Trump continúa durante su mandato, cumpliendo las amenazas que hasta hoy ha lanzado, los libros de historia de Estados Unidos describirán a la administración de Trump como el inicio del declive de lo que fue el más importante imperio político y económico del siglo XX.

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