Era de llamar la atención el interés del presidente Peña Nieto por enviar al Congreso una iniciativa avalando la aprobación de una ley que permita la consumación de bodas entre parejas del mismo sexo y la adopción de menores de edad por parejas homosexuales.

Sin embargo, la marcha convocada por los grupos LGBT el sábado 25 pasado,  puso de manifiesto la dimensión numérica de este segmento de población.  EL UNIVERSAL calculó el número de participantes en más de 200 mil una cifra tal que ningún político mexicano es capaz de convocar a una manifestación. Andrés Manuel López Obrador al día siguiente, o sea el domingo 26, sólo logró reunir según las cifras más generosas, 40 mil seguidores, porque hay quienes aseguran que únicamente fueron 17 mil.

Seguramente el gobierno federal conocía la dimensión de la representatividad de la comunidad LGBT al buscar legalizar sus principales demandas.

Se dice que una de cada diez personas es homosexual, ya sea hombre o mujer. Sin embargo, según cifras oficiales  de México alrededor del 3.6% de los jóvenes reconoce ser gay, bisexual u homosexual, esto a través de la Encuesta de Valores de la Juventud realzada por el Instituto de Ciencias Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). la “encuesta de valores” del Instituto de Ciencias Jurídicas de la UNAM, el 3.6% de los jóvenes reconocieron ser gay, bisexual u homosexual y según el INEGI hay 230 mil  hogares de parejas homosexuales. Además habría que considerar a un gran segmento, que quizá sea mayor, de personas homosexuales que hoy llevan un bajo perfil y aún no asumen su condición lésbico gay.

Sin embargo, más allá de las cifras, lo importante es que parece ser que se está dando un cambio cultural en la sociedad mexicana. Quizá aún sea incipiente y superficial, pero es el inicio del cambio.

Qué sucede en la vida privada de las personas LGBT es algo que no le compete a una sociedad como la contemporánea. Sin embargo, en el ámbito público el respeto a la identidad y las preferencias sexuales es la esencia de la equidad y el desarrollo hacia una sociedad incluyente y justa.

Un cambio de fondo en la sociedad debe ser la actitud de respeto hacia esta comunidad, en un país eminentemente machista, homofóbico y discriminatorio por tradición.

Sin embargo, este camino debe transitarse a partir de la reciprocidad. La sociedad heterosexual debe reconocer los derechos de la comunidad lésbico-gay y ésta otra, estar abierta a una reconciliación, pues evidente que la relación entre ambos sectores sociales está plagada de agravios de los heterosexuales hacia los homosexuales desde los inicios de la humanidad.

El objetivo debe ser lograr que las diferencias entre las personas, derivadas de las preferencias sexuales y de consideraciones de género, sean irrelevantes como elemento de juicio, para que lo que realmente sea distintivo sean los atributos personales de cada individuo, como honestidad, calidad humana, calidez, simpatía, inteligencia, por citar algunos y que ésto se refleje en todos los ámbitos de la vida cotidiana, incluido el laboral y el otorgamiento de oportunidades de desarrollo social y económico.

Muchos atestiguamos en los noticieros de televisión que el Papa Francisco planteó a los católicos de todo el mundo, palabras más o palabras menos, que la iglesia debiese pedir perdón a los homosexuales por los agravios.

Definitivamente las palabras del Papa Francisco evidencian una actitud de acercamiento y reconciliación.

Eliminar el morbo presente en la población heterosexual respecto a las comunidades LGBT, es fundamental para coexistir y convivir en una relación sana, solidaria y constructiva.

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