Fue una sorpresa cuando encontré a mi amigo llegando a la misma entrevista de trabajo que yo. De todas las probabilidades en este universo ¿por qué esa? Hubo un momento de seriedad, pero igual nos saludamos y nos pusimos al tanto de todo: un año sin vernos después de una graduación donde la mayoría terminamos ebrios y revelando poco a poco comportamientos que nos guardamos por toda la carrera: una amiga se me acercó por detrás y me dio un beso en el cuello. El chico al quien le hacía las tareas me dijo “no estaría aquí sin ti”. Y unos de mis mejores amigos dijo que el trago de tequila más fuerte lo convertía en un “ruso”, potente e imparable.

Es así, los encuentros después de la universidad se diversifican. Ahí es cuando el verdadero compañerismo aguanta o se destruye. Cuando cada quien toma una verdadera militancia en sus ideas y tiene que comparar la sensatez en mantener relaciones con viejos conocidos (o por lo menos limitarlas).

Se me ocurre mi ejemplo reciente: terminé bloqueando a uno de mis mejores amigos porque discutir con él me provocaba ataques de ansiedad: taquicardias. El cariño sigue ahí, pero me dicen los experimentados: llega un momento en el que el cuerpo se pone así de imbécil. Intentar cambiar las ideas ajenas está mal, y yo soy un gruñón.

A partir de ahí existen otras tantas historias donde uno no termina de agradar a los otros o se da cuenta que, aunque un puñado de jóvenes hayan compartido momentos íntimos, la vida profesional y las responsabilidades acaban desestructurando muchas amistades de la universidad.

Me tocó en otra ocasión, cuando salí del metro y me encontré a un amigo. Había terminado el último curso y le pregunté qué hacía por los rumbos de la universidad. Me contó que asistiría al examen profesional de una amiga, todos estaban invitados menos una persona. Me miró y preguntó qué había pasado entre ella y yo.

De ahí que los días posteriores a buscar trabajo y atender las frustraciones se llenan las agendas y retan a todos a tener paciencia con los amigos, o a probar quiénes siempre estarán ahí. Un amigo no dudó en decirme lo que había pasado con uno de nuestros amigos de preparatoria, un poco mayor y con una inteligencia muy aguda. “Pues sí we, ya las cosas son muy diferentes”, me mientras describía un chat donde nuestro viejo compañero le confesaba que ahora tenía una familia propia, más de un hijo, una compañera y responsabilidades que desde nuestra adolescencia millennial nos son difíciles de imaginar.

Duele un poco porque estas situaciones pasan apenas en unos meses, tal vez un año después de la universidad. A tal le aceptaron su maestría, a otra la aceptaron en tal, a otra le está yendo tal, y a uno le está yendo como siempre: todas las mañanas hay un café en la mesa y un pensamiento sobre qué cosas van a ocurrir en el día. Incertidumbre.

Aunque en el principio de estas situaciones se ve cómo ocurrirá todo. Lo que vivimos nos cruzó demasiado rápido, los detalles aparecerán después. Porque de tanto en tanto recuerdo que antes de regresar borracho a dormir en la casa de mi amigo, una amiga me ofreció irme con ella y otro grupo de amigos, abandonando a mi compañero. Entre alumnos de generación se caen mal, ni modo.

Una vida que nos arranca de un pedazo de tierra para ponernos en otro. Somos una pieza más, los movimientos que nos tocan ¿dependen de nosotros? Fuera de ánimos motivacionales, ojalá ya no nos toquen más despedidas así. ¿Serán malditos los días después de la graduación?

 

Frida Sánchez. UNAM, Facultad de Estudios Superiores Aragón. @frida_san24

Miguel Ángel Teposteco. (UNAM, FCPyS). Apóstol friki. Colaborador en Vice México, Confabulario y Viceversa Magazine (Nueva York). @Ciudadelblues

Google News

Noticias según tus intereses