Entré a la casa sigilosa. No quería asustar a nadie y estaba a la espera de ser detenida como cualquiera que llega a algún lugar sin tocar la puerta. No di más de dos pasos cuando un hombre joven, alto y fornido me dio la bienvenida.

Un pasillo de piedra volcánica me guió a un jardín donde, sentadas en una banca, estaban dos mujeres, una mucho mayor que la otra. Por la similitud entre ambas comprendí que eran madre e hija y que el hombre que me encaminó era su familiar. La señora preguntó qué se me ofrecía y yo manifesté mis intenciones. Conocer al niñopa.

Actualmente esa casa, en el nervio céntrico de Xochimilco al sur de la Ciudad de México, hospeda al protagonista de una de sus tradiciones más importantes. En sentido estricto el niñopa es una imagen del niño dios hecha con madera de colorín, pero no sólo es eso. Alrededor de él gira una gigantesca concepción religiosa tan compleja como antigua.

Observé nuevamente a las tres personas que tenía frente a mí. Ellos eran los mayordomos del niñopa; la familia que lo hospeda en su casa durante un año. La señora probablemente llevaba esperando este momento desde hace tres décadas. Lo que antes fue su decisión hoy pasa a ser también de sus hijos y nietos. Pero la espera valía pues tenerlo en su casa trascendía el plano terrenal, para ella la presencia del niñopa es divina.

En menos de un año, el 2 de febrero, día de la candelaria, el niñopa cambiará de residencia o mayordomía como lo dicta la tradición. Esta fecha representa la unión entre la cosmovisión prehispánica y la católica pues era el inicio del ciclo agrícola indígena y fue adoptado por la iglesia católica para conmemorar las figuras de niño dios.

Los mayordomos deben cumplir ciertos requisitos que el INAH recomendó para preservar la figura. El niñopa es frágil por los cuatro siglos que milagrosamente lleva preservado, por ello pocas personas pueden tocarlo y cargarlo, no debe ser expuesto directamente al sol ni estar cerca de humedad o ser fotografiado con flash.

Su origen es incierto. Algunos investigadores creen que proviene de la época colonial; momento de unión entre las culturas indígenas y la española. Inicialmente era resguardado en el convento de San Bernardino de Sena, en el centro de la delegación, pero con los años la tradición de mayordomía fue consolidada por lo que su residencia cambia año con año.

Desde entonces la presencia del niñopa en todas las tradiciones y costumbres religiosas de Xochimilco es vital. Diariamente realiza visitas a casas dentro y fuera de la delegación. Cada traslado va acompañado de una procesión con chinelos —danzantes enmascarados—, banda de música, uno que otro cohete y fieles seguidores que le rezan oraciones.

Mucha gente en Xochimilco es intensamente devota por lo que buscan mantener su presencia. Tal perseverancia hace a esta delegación distinta al resto. Ellos comparten una fe inmutable pero en constante renovación, similar al fervor que el país siente por la Virgen de Guadalupe.

La casa no era tan grande como esperaba. Al fondo del jardín estaba la puerta y ya dentro, en el recibidor, vi el altar del niñopa con enormes flores frescas y una apacible iluminación. Imaginé las dificultades que debían padecer para recibir a la multitud enardecida que cada fin de semana acude a las misas a venerarlo, pedirle milagros y rezar. Pero son las responsabilidades que los mayordomos asumen en nombre de la fe.

Ancianos; jóvenes; adultos; familias enteras; turistas; investigadores y curiosos. Al igual que yo, todos quieren conocer al milagroso niño de Xochimilco. Cada paso que da por la delegación es seguido por una emocionada multitud que busca estar en su presencia. Después de sus visitas diarias vuelve a la mayordomía donde le rezan un último rosario y es guardado en su habitación privada.

Antes de llegar a la casa pregunté a una persona que caminaba por la calle si sabía dónde estaba el niñopa. Como esperaba me señaló con total seguridad y sin ninguna sorpresa por la pregunta el lugar indicado pues todos en Xochimilco lo conocen. Pueden o no ser fieles pero todos saben de su presencia.

Las calles del barrio parecen salidas de un pueblo mágico de provincia. Las fachadas blancas recién pintadas, las calles empedradas y el papel picado azul y blanco entre casa y casa llenan el ambiente de una apariencia rural, lejano a la gris y enredada urbe capitalina.

En los postes hay colgados ramos de rosas color azul y blancas y en los muros de las casas están escritas a mano bienvenidas al niñopa. Su presencia llega hasta las esquinas donde hay colgados pequeños retratos suyos enmarcados en madera.  Fuera de la mayordomía están pintados los siguientes versos:

«Niño lindo, niño hermoso,

niño gallardo, niño amoroso.

A pedirle vengo, como generoso,

que esta pena que traigo,

me la vuelvas gozo,

pues tú eres mi padre

y mi Dios bondadoso.»

Al inicio de la calle un enorme arco color azul da la bienvenida al visitante. Con flores y estrellas de color azul, rosa y dorado, el umbral separa la tierra santa del niñopa con el resto de las caóticas y descoloridas calles. Y en la parte superior, como recuerdo de que ésta es una tradición católica, observa omnipotente una cruz dorada.

La presencia del niñopa en el barrio es tangible. Desde su estadía en aquel lugar las calles permanecen limpias, las fachadas no están rayadas de graffiti ni hay puestos ambulantes. Los vecinos saben que vendrán personas de todos lados a conocer al famoso niño de Xochimilco y conservan al barrio digno de él. Hasta ese grado llegan sus milagros.

Por el otro lado, a menos de una cuadra está una de las estaciones del transporte público más saturadas de la Ciudad de México. La gente que regresa de sus empleos a las ocho de la noche detiene su camino para dejar pasar al niñopa que a esa hora vuelve de sus visitas diarias. La procesión que lo sigue, sumada a la multitud que llega del transporte, termina por estropear completamente el ya de por sí caótico tránsito de la delegación.

En los pocos segundos que la señora tardó en responder cuando le dije que buscaba conocer al niñopa comprendí mi ingenuidad. El niñopa no estaba, cómo iba a estarlo si la delegación entera lo quería. Su presencia divina era invaluable y su tiempo limitado.

—No está, entre semana casi nunca—me respondió amablemente.

Ante tal negativa no pude evitar pensar: “¡¿dónde estás niñopa?!” a lo que la señora agregó con una ligera sonrisa —está en Azcapotzalco— Sus dos familiares, con actitud cautelosa, siguieron con su conversación y así dieron por terminada la mía.

Salí derrotada de la casa pues no logré conocer al niñopa. Levanté la mirada y observé las calles empedradas; las fachadas blancas; el papel picado entre las casas; los ramos de flores en los postes, los letreros en los muros donde leí «Bienvenido niñopa», los retratos enmarcados en la esquina y el arco color azul.

Recordé la fe de la señora que hace treinta años pidió hospedarlo en su casa, los cuidados de los vecinos con su barrio, las flores frescas que diariamente ponen los mayordomos en el altar, los seguidores que caminan detrás de él, los que acuden a las misas y le piden milagros. Comprendí entonces que el niñopa está en todo Xochimilco.


Andrea Tamayo estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM y actualmente trabaja en la revista Algarabía. Aunque es zurda lanza tweets a diestra y siniestra como @andychopila

Imagen: Iván Corona, colaborador de Distractio

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