Tardé varias semanas en considerarlo en serio porque nada más de pensarlo me sudaban las manos. El costo, la invasión de mi intimidad y no saber con quién acudir retrasaron aún más mi visita, hasta que se me olvidó “no es para tanto”, pensé.

Pero unos meses después fue cuando comencé a tener miedo, porque a mis dolencias se agregaron más síntomas. Primero busqué en internet para tranquilizarme un poco, pero la gama de posibles enfermedades fue tan grande que solo acabaron de ponerme los pelos de punta.

Según “Estadísticas a propósito del Día Mundial contra el Cáncer” del INEGI, el cáncer de ovarios está entre los 5 principales tumores malignos en jóvenes. Fue ahí cuando me decidí pero no sabía con quién ir.

La respuesta vino de una amiga, hija de dos doctores y con contactos confiables para el pequeño problema que yo tenía entre las piernas. Me costó trabajo decirle. Después de balbusear un rato y esperar a que estuviéramos completamente solas le pregunté y admito que me tranquilizó la confianza con la que me pasó el contacto de su doctora de cabecera.

Decidí ir lo mejor preparada para evitar algún bochorno durante la consulta: ropa interior limpia, las fechas de mis últimos periodos y una lista mental de todos mis síntomas. Creí que con eso sería suficiente pero luego me di cuenta de que en realidad no iba tan preparada.

Como era mi primera consulta, la doctora me preguntó el historial clínico de mi familia. Dubitativa, fui recordando todas las veces que mi mamá llegó a contarme que mi abuelita estaba de nuevo en el hospital, o que ella misma debía ir al doctor por alguna afección, sin embargo, de la familia de mi papá no sabía tanto, así que admití que lo desconocía, era mejor eso a mentir y decir que eran completamente saludables.

Luego recordé que mi abuelita paterna había muerto de cáncer de mamá. Era parte de las 63 mujeres de cada 100 mil que padece esta enfermedad según las “Estadísticas a propósito del día mundial de la lucha contra el cáncer de mama” del INEGI.

La enfermera me tomó el peso, la talla y la estatura y después de un rato de morir de nervios me pasaron al consultorio. Una cortina dividía en dos la sala y detrás de ella se adivinaba una cama muy delgada con sábanas blancas.

Justo como temía, la doctora me preguntó colores, olores, cantidades y consistencias, períodos y hasta personas con las que había estado, pero si algo me había recomendado mi amiga es que dijera todo, con la verdad y sin tapujos. Al final no fue tan malo. Aunque volví a temer cuando me invitó a pasar detrás de la cortina.

Justo cuando estaba a punto de presumir orgullosa mis calzones limpios me dijo que no, que esta vez solo haríamos una ecografía para saber si todo estaba bien dentro de mi. Nada de quistes, sólo algo muy “obscuro” por ahí. La verdad yo no veía más que sombras y formas amorfas.


A simple vista todo va bien, me dijo, mientras me limpiaba el gel frío que unos momentos antes esparció sobre mi abdomen, sin embargo, habrá que hacer algunos estudios para saber lo que realmente pasa y eso no me tranquilizó, pues solo significó toda una investigación de laboratorios, precios y posiblemente, más preguntas vergonzosas.

Abigail Villagómez López
Licenciada en Comunicación, UNAM
abigail.villagomez@hotmail.com

Ilustrador. Elihu Shark-o Galaviz
@elihumuro

Google News

Noticias según tus intereses