Siempre tuve buenas ideas, de niño buscaba la forma de hacer las cosas de la manera más fácil y buscando ganar algo. No tenía que ser necesariamente dinero. Me gustaba esa vida, era mejor que la vida de adulto: corbata ajustada y reglas que definitivamente no pusiste tú.

Pero no era el único con este sentimiento pues según una encuesta realizada por Gallup, al 88% de los mexicanos no les gusta su trabajo, una barbaridad que seguramente se ve reflejada negativamente en los resultados de cada trabajador.

Para mi suerte, ese trabajo de corbata ajustada me exigía viajar cada cierto tiempo, y para hacer feliz a mi esposa siempre le traía ropa de cada lugar al que iba. Sin embargo, nunca se la ponía. Tenía un armario repleto de ponchos, kimonos, faldas hawaianas y velos; todas de diferentes formas y texturas.

Una vez, resentido por la probabilidad de que no usara los costosos zuecos que le traje de Holanda le pregunté si esta vez sí se los pondría. La respuesta: “No se mi amor, sería raro que la gente me viera así en la calle”.

¿Qué la vieran así? Me parecía más raro que usara desenfadadamente esos tacones con simulación de piel de víbora. Pensar en ellos me provocó un escalofrío. Con recelo pensé que ella definitivamente no usaría un abrigo de piel de víbora, pero sí  que utilizaba esos zapatos. Una idea cosquilleaba mi mente. Tenía el primer paso para emprender: un “dolor”.

Y esto no era malo pues según el Lean Startup un “dolor” es el problema de una persona que para nosotros puede convertirse en un negocio. Dicho en otras palabras, los problemas de otros se convierten en oportunidades que nos pueden dar dinero.  Y yo tenía frente a mi una oportunidad.

Lean Startup es una metodología para vender buenas ideas, uno de sus métodos es el Pitch Method y como ya tenía la parte más difícil hecha: una buena idea, no estaba de más probar este método para formar posteriormente mi propia empresa, o por lo menos, empezarla.

La clave era simplemente actuar. Según el Global Entrepreneurship Monitor, el 62% de los mexicanos confían en sus habilidades y conocimientos para arrancar con un proyecto emprendedor. Sin embargo, sólo el 12.9% en México se atreve a emprender y yo quería formar parte de esa cifra.

El Segundo paso es tener un ancla: definir en no más de cinco palabras qué era lo que  vendía “zapatos que representan al mundo”. Describía lo que hacía y el beneficio que daría a mis futuros clientes.

Le pregunté a mi esposa si usaría unos zapatos con las telas y el diseño de las prendas características de cada país. La idea le encantó y entonces supe que tenía el tercer paso: la solución al dolor o problema que estaba presentando. Si lograba formar una empresa a partir de esta idea tal vez podría ser de las PyMES que contribuyen al 48% del PIB del país y generan 7 de cada 10 empleos. No sólo era una oportunidad para mi.

Mi esposa no tardó en contarle emocionada a sus amigas, todas preguntaban dónde podrían conseguirlos. Me di cuenta que el hecho de que ellas no pudieran comprarlos aún me daba el cuarto paso: una “salsa secreta” pues mi idea era innovadora. Eran zapatos, si, pero no había nada igual en el mercado, las texturas y las telas serían diferentes y recordarían a la vestimenta de cada país y esto me daba una gran ventaja.

Para cumplir el quinto paso le conté a mi esposa la idea y la historia de cómo había surgido. Comenzó a reír divertida y me dijo: “ya te imagino con hilo y aguja confeccionando zapatos”. La imagen mental de mí mismo encorvado frente a un velo árabe me dio risa pero luego me preocupó. Tenía un problema: yo no sabía nada de moda, ni de zapatos, mucho menos del cómo podría confeccionar unos. Necesitaba pedir ayuda.

Pero para que alguien invierta en tu proyecto ya sea intelectual o financieramente debes tener la idea del negocio sumamente clara.  Este es el sexto paso para emprender: un modelo de negocio. Para esto, necesitaba responder cuatro preguntas: ¿Qué se va a vender?, ¿A quién?, ¿Cuánto cuesta? y ¿Cómo se lo voy a vender? Tenía la respuesta a las primeras dos preguntas, pero las últimas dos quedaban volando en mi mente.

Decidí buscar una socia experta en zapatos que me ayudara a definir las últimas dos preguntas. Teniendo ya  muy claro lo que vendíamos sólo nos quedaba el séptimo paso: la seguridad para pedir lo que necesitáramos. Teníamos todo listo para buscar a alguien que invirtiera en nuestro proyecto.

Nos secamos las manos sudorosas y entramos al elegante restaurante, si lo lográbamos se nos abrirían las grandes puertas por las que solo entran aquellos que deciden emprender. No había mucho que perder, por ahora, solo la corbata ajustada.

#PonteYolo

Por Abigail Villagómez López

Licenciada en Ciencias de la Comunicación, UNAM.

Ilustrador: Elihu Shark-O Galaviz

@elihumuro

ponteyolo@gmail.com

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