Hace tiempo descubrí que la vida no valía nada. Sobre todo en México.

El año arrancó con un México despierto, algunos afirman. El gasolinazo, la constante alza de precios y el nulo aumento del salario tocó en lo más profundo de muchas de las clases sociales. No pretenderé hacer un análisis económico o estudiar al México clasista (¿acaso hay otro?), simplemente hablaré del valor de la vida, especialmente el valor que un mexicano le da a la vida de su conciudadano.

En los primeros días de este año, vi a gente que nunca creí que iba a levantar la voz protestando. Mi natal Monterrey, considerada una de las sociedades más despolitizada de este país, tomó su plaza central — la famosa Macroplaza donde Tigres y Rayados se disputan los festejos— para exigir pacíficamente un mejor gobierno. Otros lugares vivieron lo mismo, y los ávidos de las redes sociales nos ilusionamos con un descontento social que, por fin, iba más allá de un tweet o un post.

Ahora, de seguro hay varias teorías para contestar mi siguiente pregunta, pero cuando uno está enojado con todo su país, decepcionado con lo que solía creer, y devastado por la realidad, las teorías no entran al cerebro. Desde este lugar emocional, pregunto: ¿Por qué el gasolinazo movió a la gente como las miles de muertes y desapariciones no lo lograron?

Pregunto esto porque hace casi dos años comencé a acompañar a los grupos de búsqueda, es decir a los familiares que cada semana salen a buscar a sus desaparecidos en diferentes partes del país. En un principio, me quedé en la admiración, reconociendo la fuerza y el valor de cada uno de ellos por vencer el miedo y la intimidación. Después pasé a la sorpresa al ver que unas horas y unos cuantos kilómetros bajo el sol bastaban para encontrar muertos, o restos. Hoy, no sé dónde me encuentro, no sé cómo llamarle a esa sensación donde parada enfrente de un predio gigante, inundado de fragmentos, te dicen que posiblemente en unos dos años la policía científica terminará de recolectar todos los restos.

Un año más, un año menos. La mayoría lleva años esperando, unos hasta pusieron la denuncia años después “ya que los malitos se fueron”. Pero no es el tiempo. Es la actitud, la respuesta del gobierno, o la falta de. No solo le va a llevar años terminar con la exhumación de este ejido, que es uno de tantos tan solo en el norte del país, pero le va a llevar otros “años” darle nombre a esos huesos. Si es que lo logra.

Y no solo es el gobierno. Somos nosotros. ¿Por qué no nos mueve el dolor de más de treinta mil familias (y eso es solo de desaparecidos)? ¿Por qué nos quedamos callados mientras nos matan? ¿Por qué la vida es desechable y la gasolina no?

Chantal Flores

Periodista independiente

@chantal_f @ObaNalCiudadano

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