Uno de los problemas que puede explicar la complicada situación en que nos encontramos como país, es la falta de conexión entre la clase política y nosotros los ciudadanos. En cada crisis, ya sea interna o provocada por fuerzas exteriores, el gobierno federal acude a un conjunto de prácticas desactualizadas que funcionaron en el pasado, pero que no sirven más. El ejemplo inmediato fueron las 72 horas que iniciaron este lunes con el incremento de las protestas por los aumentos en la gasolina, el gas doméstico y la luz eléctrica.

No olvidemos que ésta no era la primera ocasión en que un gobierno justifica medidas económicas de este tipo bajo el argumento de que son necesarias, aunque dolorosas. Desde un punto de vista económico no se duda, sin embargo tampoco se puede omitir que las decisiones de gobierno deben estar acompañadas de una evaluación en el impacto social que van a provocar.

Lo que siguió fue explicar lo inexplicable: que no se reducirá el gasto de la alta burocracia, no habrá mayor transparencia en el uso de los recursos públicos y tampoco se darán estímulos paralelos a la iniciativa privada o al consumidor para atenuar los aumentos.

Tristemente, la lógica política no tiene sentido en la vida del ciudadano común. Cuando el precio del petróleo estaba a la alza, el resultado de esa bonanza no se reflejó en los precios de la gasolina (porque ya no la producíamos) y en el momento en que se desplomó, era obvio que su disminución era imposible (porque ya aumentó su importación). Menos valor tuvo hablar de la carga de impuestos que tiene cada litro del combustible o la dependencia que tenemos por ser el cuarto consumidor más grande del mundo.

El resultado, obvio para muchos, fue el descontento absoluto. Afirmar que los aumentos no iban a afectar la inflación (desmentido por el Banco de México) o no impactaría en el costo inmediato de los productos básicos, sólo hizo que la inconformidad creciera en tiempo récord. Desde el conductor que buscaba una estación de servicio abierta en varias ciudades hasta el sector privado nacional se unieron en el rechazo.

La respuesta oficial fue, por decir lo menos, insuficiente. La reacción adversa mucho más severa. Como en otros momentos de nuestra historia moderna, surgieron grupos sospechosos que vandalizaron a su paso, contagiando el virus más poderoso que el hombre conoce: el miedo. A estos grupos reales se les unieron miles de agresores virtuales que lograron (en horas) mantener a mucha gente en sus casas y por un lapso distraer o confundir el propósito de las protestas.

Sin embargo, la reacción contraria al virus -la información certera de muchos buenos periodistas y sus medios de comunicación, de autoridades policiacas responsables y de ciudadanos que fueron a comprobar si todo lo que se compartía era cierto- hizo que para el jueves el clima fuera otro. Moraleja: las redes sociales son la arena en la que hoy se propaga el pánico artificial, pero también su antídoto, la confianza y la unidad auténtica entre ciudadanos. Enfoquémonos en ello, porque este año apenas empieza.

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