No hubo una larga agonía, simplemente en menos de 12 horas Agustín murió; habían transcurrido prácticamente cuatro años de aquel fatídico 2010, mi alma no encontraba aún reposo, la vida cambió sin mayor aviso y su recuerdo permanecía en cada una de la acciones cotidiana, en las reuniones con amigos, en las charlas de café, en los planes de viaje y en las locuras cotidianas que con el dolor fueron desapareciendo. El dolor común era tal que amigos de andanzas nos alejamos para no recordar, para no sufrir con los recuerdos.

Libros, cuadros y discos quedaron en el olvido, empolvados en un rincón de aquella casa, durante mucho tiempo pasaron desapercibidos, pero ahí estaban conservando los olores, las risas y las discusiones de antaño, nunca me atreví a abrirlos en esos primeros años, miedo al dolor, a despertar sentimientos que prefería estuvieran enlatados en lo más profundo de mi ser.

De reojo alcanzaba a ver algún título “El Aleph” y el nombre del mágico escritor en letras doradas: Jorge Luis Borges, el mejor cuentista de habla hispana decía  Agustín, quien me releyó una y otra vez lo que él decía, era la magia de un punto de luz, el famoso “Aleph” y que según discutimos en muchas ocasiones era la imaginación de lo que después en matemáticas se llama fractales formando infinitas interacciones, donde existen miles de mundos y uno sólo a la vez.

Me fascinaba ver sus manos en la obscuridad  reflejadas en una sombra dando de vueltas tratando de extender la explicación a falta de palabras. Te imaginas –me decía- cuántos mundos puede haber en tan sólo un punto de luz.

Desde que se fue cerré una y otra vez los ojos buscando ese punto de luz, el fractal, el Aleph; pero la pregunta insistente en mi cabeza fue desapareciendo con los años, hasta hoy que me atrevo a ojear el famoso libro del escritor argentino y quitar el polvo de los discos.

Con  el libro entre mis brazos para no escapar de el, selecciono la música: Vivaldi y su famoso concierto para guitarra en re mayor, música celestial para la ocasión; una copa de vino tinto español de uva tempranillo a temperatura  y en una de nuestras copas preferidas que cayeron en desuso después de su partida.

Me siento y titubeante, abro con sigilo, temblorosa, el libro para revisar nuestros párrafos preferidos:

“El nombre de Zunni me impresionó; su bufete, en Caseros y Tacuarí, es de una seriedad proverbial. Interrogué si éste se había encargado ya del asunto.  Daneri dijo que le hablaría esa misma tarde. Vaciló y con esa voz llana, impersonal, a que solemos recurrir para confiar algo muy íntimo, dijo que para terminar el poema le era indispensable la casa, pues en un ángulo del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos.

-Está en el sótano del comedor -explicó, aligerada su dicción por la angustia”

En aquel párrafo me detuve como solíamos hacerlo para iniciar la eterna discusión que nunca llegó a su fin. Una frase en el desayuno de hoy me revoluciono los sentimientos, la imaginación y la curiosidad. Señora me preguntaron, usted sabe qué es el Espíritu Santo, de inmediato pensé que esa pregunta no era para mi, que seguramente me estaban confundiendo.

El Espíritu Santo, repetí ante la pregunta levantando la vista, si señora me insistió, una pequeña de unos 10 años ¿Usted sabe qué es el Espíritu Santo? No pude contestar de inmediato y cuando creía tener la respuesta la pequeña había desaparecido.

Suficiente para un desayuno pensé, pero todo el día traje la pregunta en la cabeza y en lugar de buscar una biblia o el Nuevo Testamento, lo que he hecho es buscar cobijo en los recuerdos, en los párrafos de textos maravillosos que nos pertenecían.

Pero porque buscar en El Aleph, por aquello de que todos los mundos y todas las luces, las luminarias y foquitos están ahí… Dejo el libro un momento entreabierto en el sofá para servirme un poco más de vino, observo la copa luminosa y centellando algunos tonos rojizos, la muevo y observo como se adhieren a las paredes de la copa el liquido que con sutil elegancia desciende para incorporarse al resto de la bebida.

En este momento entiendo y vuelvo a mover la copa: un punto de luz decía mi amigo, ahora me percato, ese punto de luz, aquí esta,  lo vemos en todas partes es Dios que también es el Espíritu Santo. He ahí la respuesta que necesitaba, es lo que  esta mañana me preguntaba la niña ¿Cómo no lo había visto? ¿Por qué la ceguera? ¿Por qué el desamor?

Sí el famoso triángulo mágico, el delta luminoso, el fractal, el Aleph: la armonía, la sabiduría y lo celestial o bien la Santísima Trinidad,Padre, Hijo y el amor representado en el Espíritu Santo, que  está contenido en todos esos mundos luminosos y que confluyen en un manantial de luz, siempre están ahí.

Manolita Recomienda.- La ciudad de Oaxaca guarda múltiples sorpresas gastronómicas para los visitantes. Los imprescindibles en esta ciudad para los que gustan de productos frescos de la región son el restaurante Catedral  que dirige Martina Escobar hace 35 años; en el sitio es recomendable degustar el ceviche istmeño, el almendrado con pollito de leche, el lechón al horno y por el pastel de elote. Otros de mis favoritos es el restaurante Casa Oaxaca, del prestigiado chef  Alejandro Ruiz, quien con elegancia y buen gusto traslada a la mesa del restaurante los sabores del mercado, tlayudas, mole negro, almendrados, chiles de agua rellenos y chocolate de metate.

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