El 9 de agosto de 2014, Michael Brown murió a manos de la policía. El agente Darren Wilson, un oficial blanco de Ferguson, Missouri, disparó 12 veces en su contra. El joven afroamericano cayó abatido. Las circunstancias confusas del tiroteo propiciaron protestas que duraron semanas, inundaron las calles de St. Louis y alcanzaron todos los rincones de Estados Unidos.

El 24 de noviembre del mismo año, el Grand Jurado decidió no presentar cargos contra el policía Darren Wilson porque la evidencia sugería que había actuado en defensa personal y el anuncio desató una nueva ola de disturbios.

Ha pasado un año de aquella muerte que abrió un debate nacional sobre las prácticas policiales y el trato a las minorías, específicamente a la comunidad negra. Cada vez que ha surgido un episodio parecido, ha crecido el escrutinio a la policía. Ahí están los casos de los jóvenes negros Ezell Ford en Los Ángeles, Tamir Rice de 12 años en Cleveland, Ohio, y Freddy Gray en Baltimore.

Además, otros episodios han adquirido notoriedad por la difusión de videos grabados por transeúntes con sus teléfonos celulares. En el último año hemos sido testigos de numerosas imágenes que, como piezas de un rompecabezas, narran la historia de uso excesivo de la fuerza por parte de la policía en este país. Quizás la historia noticiosa más importante del último año en Estados Unidos.

Según un recuento del periódico The Washington Post, en los primeros cinco meses de 2015 la policía mató en Estados Unidos a 385 personas. Más de dos al día. El 80% de las víctimas estaban armadas. De las desarmadas, dos tercios  eran afroamericanas o hispanas.

Son números impensables en otros países desarrollados. En un año, mueren en Alemania por disparos de la policía ocho personas. En Reino Unido y en Japón ninguna, según The Economist.

Los eventos y las estadísticas del último año reflejan a una policía que por muchos es considerada como demasiado agresiva y, en algunos casos, racista. Lo cierto es que la justicia en Estados Unidos ampara demasiado la capacidad de defensa propia de los agentes. Por eso escuchamos casos en los que un oficial abre fuego contra un hombre que le lanza piedras, como si sus municiones fueran tan mortíferas como las balas, y los disparos del oficial son justificables.

Pero el último año ha sido un examen de conciencia. A partir de lo que ocurrió en Ferguson, una investigación reveló un patrón racista en la policía local, más cuerpos policíacos colocaron cámaras en los uniformes de los agentes, la Casa Blanca lanzó un plan de mejora de las prácticas policiales y frenó la entrega de material militar a los departamentos de policía locales. El FBI, por su parte, aseguró que muchos agentes tienen prejuicios raciales y reconoció que queda mucho por hacer. Hay días así.

Twitter: @JulioVaqueiro

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