El primer día de este año se celebró la quincuagésima Jornada Mundial de la Paz. Desde la primera, convocada por el beato Paulo VI para el primero de enero de 1968, cada Jornada ha sido la oportunidad de que los sumos pontífices entreguen una lúcida reflexión sobre las diversas implicaciones de la paz.

En esta ocasión, el Papa Francisco se ha detenido sobre la no violencia como “un estilo de política para la paz”, aunque para ello parte de entender la “no violencia activa” como un estilo de vida, especialmente en las condiciones de conflicto. Es necesario, en efecto, que “nuestros sentimientos y valores personales más profundos”, es decir, lo que corresponde a la esfera más individual, “se conformen a la no violencia”. Sólo así se alcanzan los niveles interpersonales, sociales e internacionales. Más aún, “cuando las víctimas de la violencia vencen la tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles en los procesos no violentos de construcción de paz” (n. 1).

El mundo fragmentado no encuentra su solución en la violencia. “Responder con violencia a la violencia lleva, en el mejor de los casos, a la emigración forzada y a un enorme sufrimiento, ya que las grandes cantidades de recursos que se destinan a fines militares son sustraídas de las necesidades cotidianas de los jóvenes, de las familias en dificultad, de los ancianos, de los enfermos, de la gran mayoría de los habitantes del mundo. En el peor de los casos, lleva a la muerte física y espiritual de muchos, si no es de todos” (n. 2).

Cristo, que vivió también en tiempos de violencia, “enseñó que el verdadero campo de batalla, en el que se enfrentan la violencia y la paz, es el corazón humano”. Sus discípulos han de asumir su propuesta de no violencia, que, como enseñó Benedicto XVI, es realista, pues teniendo en cuenta el exceso de violencia y de injusticia que hay en el mundo, sabe que “sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad” (n. 3).

Contra la sospecha de que la no violencia es una especie de rendición, desinterés o pasividad, los grandes personajes que en el siglo XX enarbolaron la no violencia, mostraron que se trata de un camino en el que el amor resulta más fuerte que la violencia (cf. n. 4).

“Si el origen del que brota la violencia está en el corazón de los hombres, entonces es fundamental recorrer el sendero de la no violencia en primer lugar en el seno de la familia” (n.5), como el mismo Papa lo señaló en Amoris laetitia. Es ahí donde una “ética de fraternidad y de coexistencia pacífica entre las personas y entre los pueblos” aprende a no basarse “sobre la lógica del miedo, de la violencia y de la cerrazón, sino sobre la responsabilidad, el respeto y el diálogo sincero” (n.5). Haciendo un llamado al desarme a nivel internacional, suplica también “que se detenga la violencia doméstica y los abusos a mujeres y niños” (n.5).

A partir de ello, el Papa realiza un llamamiento conclusivo, que alcanza a los principales responsables del orden mundial a partir de las bienaventuranzas. “La construcción de la paz mediante la no violencia activa es un elemento necesario y coherente del continuo esfuerzo de la Iglesia por limitar el uso de la fuerza por medio de las normas morales, a través de su participación en las instituciones internacionales y gracias también a la aportación competente de tantos cristianos en la elaboración de normativas a todos los niveles”. Las bienaventuranzas son “un programa y un desafío para los líderes políticos y religiosos, para los responsables de las instituciones internacionales y los dirigentes de las empresas y de los medios de comunicación de todo el mundo” (n. 6). El Papa compromete a este propósito, de parte de la comunidad católica, la andadura del nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.

Concluye, tras invocar a la Virgen María, diciendo: “Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla. En el 2017, comprometámonos con nuestra oración y acción a ser personas que aparten de su corazón, de sus palabras y de sus gestos la violencia, y a construir comunidades no violentas, que cuiden la casa común. Nada es imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la paz” (n.7).


Foto: Ambrogio Lorenzetti, Efectos del Mal Gobierno en el Campo

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