FOTO: Giotto. Exorcismo de los demonios de Arezzo.

El capítulo quinto de la encíclica ecológica del Papa Francisco se propone “delinear grandes caminos de diálogo que nos ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo” (n. 163). Sus dos primeros apartados plantean tal diálogo en el ámbito internacional y el nacional y local. El tercero analiza los procesos en los que se toman las decisiones. El cuarto habla del diálogo entre política y economía, y el quinto entre ciencias y religiones.

A nivel internacional, el Papa reconoce que en cierta medida se han dado avances en los acuerdos firmados, pero marca lagunas en su implementación, que con frecuencia sigue supeditada a los intereses de las naciones poderosas. Lanza, con todo, un mensaje de optimismo. “Mientras la humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como una de las más irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades” (n. 165). Señala ámbitos en los que se han logrado avances, como el que se refiere a la capa de ozono, pero también otros en los que hay un largo camino aún por recorrer.  En un contexto en el que el poder de las naciones queda disminuida frente a otras instituciones internacionales, se apela a acuerdos de supervisión al más alto nivel y la necesaria acción diplomática.

A nivel nacional y local, apunta la función del Estado. “Un factor que actúa como moderador ejecutivo es el derecho, que establece las reglas para las conductas admitidas a la luz del bien común. Los límites que debe imponer una sociedad sana, madura y soberana, se asocian con: previsión y precaución, regulaciones adecuadas, vigilancia de la aplicación de las normas, control de la corrupción, acciones de control operativo sobre los efectos emergentes no deseados de los procesos productivos, e intervención oportuna ante riesgos inciertos o parciales” (n. 177). Pero se preocupa también por su vulnerabilidad, especialmente en razón de la corrupción y de una mirada a corto plazo por el inmediatismo político.

Respecto a los procesos decisionales, apela al diálogo y a la transparencia. “La previsión del impacto ambiental de los emprendimientos y proyectos requiere procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción, que esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores, suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente” (n. 182). Urge a considerar desde el principio los costos ambientales de cualquier tipo de proyecto, y definir quién debe asumirlo.

Respecto al diálogo entre política y economía, establece que “la política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación” (n. 189). Habla incluso de una conveniente desaceleración del progreso, procurando “un camino de desarrollo productivo más creativo y mejor orientado” (n. 192), de un desarrollo sostenible que “implicará nuevas formas de crecer… frente al crecimiento voraz e irresponsable que se produjo durante muchas décadas” (n. 193). Para ello, “no basta conciliar, en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la renta financiera, o la preservación del ambiente con el progreso. En este tema los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso” (n. 194). Particularmente criticado es “el principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración”, y que es “una distorsión conceptual de la economía” (n. 195). En vez de culparse mutuamente por la pobreza y la degradación ambiental, se espera que la política y la economía “reconozcan sus propios errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común” (n. 198).

Finalmente, el Papa Francisco apela a la sabiduría contenida en las religiones, que no debe aislarse del debate público. “No se puede sostener que las ciencias empíricas explican completamente la vida, el entramado de todas las criaturas y el conjunto de la realidad” (n. 199). “Cualquier solución técnica que pretendan aportar las ciencias será impotente para resolver los graves problemas del mundo si la humanidad pierde su rumbo, si se olvidan las grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la bondad” (n.200).

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