Oliver Sacks: una vida marcada por la intensidad

La primera vez que escuché el nombre de Oliver Sacks, fue cuando mi querido y, ya fallecido amigo, Juan Carlos Gumucio, uno de los mejores corresponsales de guerra que han pisado este planeta, me preguntó si ya había leído su último libro.

Cuando le confesé que ni siquiera sabía quien era, me acompañó en el acto a la librería más cercana en las calles de Madrid para comprarme “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”. Cuando lo puso en mis manos, me soltó con aire solemne: Es uno de los mejores escritores que he leído. Su prosa es limpia, elegante y además consigue atraparte. Si quieres mejorar como escritor, si quieres aprender un poco para poder transmitir más emoción a tus crónicas o a tus historias, no puedes dejar de leerlo. A mi me ha servido de mucho.

Juan Carlos era de esos perfeccionistas que era capaz de hablar cinco idiomas y escribir como Dios en, al menos, tres de ellos. El español, el inglés y el italiano. Por eso no dudé en seguir su consejo.

A las pocas horas, ya me encontraba inmerso en los ensayos de varios casos clínicos que Oliver Sacks había elegido para compartir con millones de lectores. Mi amigo Juan Carlos tenía razón. Las historias eran fabulosas. El estilo de Sacks era capaz de atraparte. Tenía una habilidad natural para morder el nervio humanista y llevarte con gran sentido del humor y ritmo por historias laberínticas sin extraviarte o confundirte en ningún momento.

A pesar de tratarse de casos médicos, donde era necesario el uso de terminología clínica compleja, la escritura de Sacks era nítida, fácilmente comprensible.  La virtud de un neurólogo eminente, como habilidoso escritor, atraparon desde entonces mi atención. Me convertí en un ávido lector de Oliver Sacks. En cuestión de semanas, este libro ya se había convertido en un clásico en el mundo de la industria literaria. The New York Times calificó a Sacks como “uno de los grandes escritores clínicos del mundo”.

Antes de “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, Oliver Sacks ya había dado el campanazo editorial con el libro “Awakenings” (Despertares), una obra que se llevó a la gran pantalla de la mano de Robert De Niro y Robin Williams. Y, antes que este libro convertido en película, Sacks había escrito Migraña, una obra que recomiendo para quienes, como yo, han padecido durante algún momento de su vida de este mal que se puede convertir en un auténtico tormento.

Aunque Sacks siempre ha tenido a millones de fans como yo, también ha tenido a sus detractores. Particularmente desde el mundo de la medicina. No pocos acusaron a Sacks de embellecer sus historias, sin tener en cuenta el rigor científico. También lo tildaron de traidor a la ética y a la privacidad de sus clientes, uno de los más sagrados principios en el mundo de la medicina.

Pero Sacks era un hombre difícil de juzgar bajo estándares normales. Desde que emigró de su natal Inglaterra, donde pudo gozar del confort familiar y contactos profesionales (sus dos padres eran médicos), Sacks siempre buscó recorrer su propio camino.

Alguna vez, Oliver Sacks reconoció que carecía de controles internos para evitar los excesos. Cuando se proponía hacer algo, lo hacía con absoluta entrega y sin límites. Cuando se ejercitaba haciendo natación, podía pasarse varias horas en la piscina haciendo largos. Cuando se proponía levantar pesas, buscaba romper récords difíciles de asociar a un médico neurólogo. De hecho rompió el récord del estado de California al levantar 600 libras. De joven,  llegó a recorrer más de 16 mil kilómetros en su motocicleta. Según sus propios cálculos, a lo largo de un año escribía aproximadamente un millón de palabras que luego luchaba por convertir en material publicable.

En pocas palabras, Sacks siempre rehuía de lo convencional. Era un hombre amante de la intensidad y de la vida misma.

Su vida privada, siempre marcada por su orientación gay, osciló entre muy contados episodios de excesos y largos períodos en abstinencia.

Cuando publicó en las páginas de The New York Times, en febrero pasado, que sufría de un cáncer terminal, la reacción a la noticia fue abrumadora. Cientos de miles de lectores, amigos, colegas o conocidos inundaron la red con comentarios y halagos hacia un hombre que ha marcado en muchos sentidos la vida de innumerables personas.

Entre ellas, la mía con sus formidables ensayos y su forma de vivir intensamente la vida.

Descanse en paz Oliver Sacks.

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