Fue el presidente Franklin D. Roosevelt el responsable de acuñar aquella famosa frase de: “A lo único que tenemos que tener miedo es del propio miedo” cuando se dirigió a la nación aquel 4 de marzo de 1933, durante su toma de posesión y en el inicio de un mandato presidencial que se prolongaría durante tres mandatos consecutivos hasta abril de 1945.

En aquel entonces, el objetivo de Roosevelt era recuperar la confianza y ahuyentar el miedo de millones de ciudadanos que habían caído en la desesperanza de una recesión sin precedentes.

La mística de Roosevelt, un hombre que enseñó a toda una generación a creer en sí misma y a crecerse ante la adversidad, es hoy un vestigio del pasado. Una rémora de la era anterior a los atentados terroristas.

Su lugar es hoy ocupado por esa cultura del miedo tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. Pero, además, por esa vena xenófoba y racista que apunta contra los inmigrantes o contra los miembros de la comunidad musulmana, como raíz de todos los males. Para presentarlos como la más seria amenaza contra la seguridad nacional y el american way of life (el estilo de vida americano).

La atmósfera generada por la cultura del miedo o la guerra contra el terror ha servido de coartada para los racistas de siempre. Como Donald Trump, ese aspirante a la nominación presidencial por el partido republicano que ha irrumpido como chivo en cristalería para exigir un muro más grande en la frontera con México (según él, para evitar así la infiltración de terroristas de todo el mundo) y para acusar a los inmigrantes de ser esos agentes de la criminalidad que amenazan la seguridad y la existencia misma del hombre blanco y conservador.

En medio de este ambiente de sospecha y paranoia, millones de ciudadanos celebraron el pasado 4 de julio en distintas ciudades de Estados Unidos. El espantajo de un supuesto atentado terrorista, a manos de un lobo solitario o de una célula del Estado Islámico agitado desde los cuarteles del FBI y el Departamento de Seguridad Interna (DHS), movilizó a miles de agentes por todo el país.

Entre sensaciones encontradas, cientos de personas acudieron a los parques de esta ciudad para asistir al espectáculo de los fuegos artificiales. Entre barreras de seguridad y controles policiales, miles experimentaron un 4 de julio bajo el asedio del miedo.

En los aeropuertos y estaciones de trenes la presencia policial fue abrumadora. En las principales rutas viales, la leyenda de “porfavor reporte actividades sospechosas” parpadeaba desde decenas de tableros electrónicos.

La expectación ante la amenaza de un atentado saturó el ambiente en una jornada dedicada a celebrar el nacimiento de una nación que se considera a sí misma como el baluarte de una libertad y una democracia sin paliativos.

Zbigniew Brzezinski, quien fue asesor de seguridad nacional durante las presidencias de Lyndon B. Johnson y James Carter, ha sugerido que “la constante referencia a la guerra contra el terror ha logrado uno de los objetivos principales: Estimular el surgimiento de una cultura del miedo”.

De hecho, la cultura del miedo se ha convertido en un formidable negocio para las empresas armamentistas, para los grupos de cabildeo, para militares retirados que se venden al mejor postor y para políticos interesados en explotar el espantajo de la amenaza terrorista.

Recientemente, la organización conservadora Judicial Watch, un grupo vinculado a poderosos grupos de cabildeo en Washington, dejó correr la versión de que terroristas del Estado Islámico no sólo habían fraguado alianzas con carteles mexicanos, sino que habían establecido campamentos de entrenamiento cerca de Ciudad Juárez, Chihuahua.

La información de Judicial Watch, que nunca ofreció fuentes precisas, fue desestimada desde el Departamento de Seguridad Interna (DHS) quien aseguró que nunca ha tenido “información creíble” que sustente tales alegaciones.

Desde el año 2003, los grupos de cabildeo en Washington se han encargado de multiplicar el número de potenciales objetivos terroristas. En el año 2003, el número de potenciales objetivos se elevaba a 160. Con el discurrir del tiempo y el accionar de los “activistas de la cultura del miedo”, el número de posibles blancos terroristas había ascendido a más de 300 mil en toda la Unión Americana.

Lo irónico del asunto es que, mientras los grupos de cabildeo y las agencias federales insisten en la necesidad de reforzar la vigilancia ante la amenaza de un atentado terrorista a manos del Estado Islámico, el diario The New York Times difundió el pasado 24 de junio que (según un estudio elaborado por la organización New America) el número de ataques terroristas a manos de organizaciones supremacistas blancas o grupos anarquistas o antigubernamentales, ha sido el doble de las protagonizadas por fanáticos o integristas islámicos.

El terrorismo doméstico, que ha tenido un crecimiento exponencial durante la presidencia de Barack Obama, se ha convertido en un quebradero de cabeza para el FBI mientras al ciudadano de pie se le sigue inoculando con el miedo al terrorista que viene desde Oriente Medio o que vive al acecho desde la frontera con México.

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