Brenda Rodríguez Ramírez

Ella, como cualquier otra niña de su edad, va a la escuela, juega, se entusiasma cuando se le cae un diente, se emociona cuando escribe su carta para Santa Claus, no duerme en la víspera de su cumpleaños, le encanta el chocolate y las pizzas. A pesar de su edad ya empieza a vislumbrar su futuro, quiere viajar, ser escritora, vivir sola con sus gatos y no quiere tener hijos. La vida se le va en eso, en el estudio y los juegos que se inventa. Vaya, en ser una niña.

Es mi hija y su cotidianeidad y futuro pueden ser irrelevantes para el resto del mundo y no pretendo que sea de otra manera, pero me resulta imposible no detenerme en ella, no traerla a esta página, no poner su sonrisa en mi cabeza como una imagen fijada, no ponerla en los zapatos de otras niñas menos afortunadas. No puedo dejar de preguntarme, ¿y si fuera ella? No lo es, pero no dejo de conmoverme e indignarme porque miles de niñas en América Latina sufren una realidad que duele, que se ignora. No debería ser así: 40% de las adolescentes latinoamericanas han sido abusadas sexualmente.

En la actualidad, en Latinoamérica miles de niñas menores de 15 años sufren violencia sexual y son obligadas a ser madres. De hecho, es la única región en el mundo donde los embarazos en este grupo de edad han aumentado. Es un grave problema que trastoca el presente y el futuro de las niñas: las consecuencias que enfrentan son físicas, emocionales y sociales. Podemos imaginarlo, pero no solo eso, es indispensable hacer algo.

No solo estamos hablando de embarazos adolescentes, aquí la problemática es doblemente compleja. Estamos frente a niñas que sufrieron violencia sexual de personas cercanas: en México 60% de los agresores son familiares o personas cercanas; en Nicaragua 64% de las agresiones ocurren en el hogar. Imaginen el dolor y terror de una niña denunciando a alguien que es cercano a ella. Con esto en mente, las denuncias no son un dato que revele lo que realmente ocurre, muchos de los casos se quedan solo en la memoria de quien sufre la agresión. Cuando deciden dar el paso a la denuncia, éstas se quedan ahí. Por ejemplo, es revelador que en Guatemala 98% de los casos denunciados permanecen en impunidad.

Frente a ello, las niñas tienen ante sí un presente que las vuelve a violentar. Tras una violación, muy probablemente vendrá un embarazo y con ello una realidad sombría: no podrán abortar  y se verán forzadas a ser madres siendo unas niñas. Con ello su salud física y emocional estará en riesgo, preservará el círculo de pobreza y marginación en el que muy probablemente viven, ya que la maternidad precoz suele interrumpir la educación de las niñas y adolescentes, y por consiguiente, su potencial económico. En Perú cada día 4 niñas entre 11 y 14 años se convierten en madres.

Amnistía Internacional, el Consorcio Latinoamericano Contra el Aborto Inseguro (Clacai), el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) y Planned Parenhood Global, a propósito del Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, han unido esfuerzos para lanzar la campaña “Niñas, no madres”. El objetivo de la campaña es dar visibilidad a este grave problema de salud pública y derechos humanos que predomina en América Latina, así como evidenciar el estado de desprotección absoluta de las niñas latinoamericanas. Es un llamado a la sociedad y a los Estados de América Latina para que cumplan con su obligación de garantizar la protección de los derechos de las niñas.

¿Quién decide que estas niñas se conviertan en madres? Parece que la responsabilidad no está solo en una persona. Es un sistema que penaliza el aborto, que impide que ellas puedan interrumpir un embarazo y, con ello, trunca el futuro de las niñas. Estos son los datos, la realidad que aqueja a miles de niñas en la región. Mientras yo sigo pensando, “¿y si fuera ella?”, usted puede ponerle el rostro que quiera, porque esta violencia no discrimina y los Estados en Latinoamérica no hacen nada, no dan tregua a la violencia. No seamos cómplices:

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