Vagabundeando un día en la librería de Xidan (una de las más grandes de China) me encontré con un libro en español que me pareció como un tesoro, pues como es de suponer, la vasta mayoría de los libros está en chino y mis capacidades en dicho idioma no dan para tanto. 

En fin, que comencé a hojear el libro, y decidí comprarlo. Se trata de El último eunuco de China, de Jia Yinghua, traducido por José Raúl Macías Mosqueira, y editado por China Intercontinental Press. 

Ya antes el tema de los eunucos me había llamado la atención, pues no lejos de donde vivo, se encuentra el único museo dedicado a este extinto grupo que otrora ocupara un papel importante en el gobierno de China. Los eunucos eran, en primer lugar, sirvientes del emperador, pero los de más alto rango, llegaban a fungir también como consejeros, y si conseguían ganarse la confianza del emperador, podían tener gran influencia en las decisiones palaciegas.

La corte china no fue la única en emplear eunucos, pero sí la última que los mantuvo a su servicio. ¿Y por qué eran eunucos? bueno, para empezar para que no tuvieran descendencia, pues así no ambicionarían el poder, que luego podían heredar a sus hijos. Y segundo, porque muchos de ellos debían servir a las concubinas del emperador, y entretenerlas con juegos, que pudieran concluir en embarazos no deseados, si los eunucos conservaran sus genitales en toda forma. 

Según el museo de los eunucos y el libro de Jia Yinghua, estos hombres podían perder todos sus genitales, es decir pene y testículos, o sólo los testículos. Había casas que se dedicaban a la castración de los jóvenes, que gozaban de gran prestigio y reputación, aunque en ningún caso se garantizaba que el niño fuera a sobrevivir a la “operación”, que más bien era una mutilación.

Pero, ¿qué podía orillar a un padre en su sano juicio a llevar a que mutilaran a su hijo? en muchos casos, la pobreza, y el de Sun Yaoting, el último eunuco de China, no fue diferente. 

La traducción de José Raúl Macías es magistral, pues aclara con notas al pie de página algunos términos “muy chinos”, de costumbres o cuyo significado es difícil de traducir de manera literal. La narración es ágil y se desarrolla en tercera persona, el narrador nos cuenta la historia de un pequeño niño de seis años que en un pueblo a las afueras de Tianjin, contempla el regreso triunfal de un hombre a su terruño: es un hombre rico al que todos admiran. Es un eunuco, que logró fama y fortuna. 

De acuerdo con el relato, esa fue la primera vez que Sun Yaoting se enteró de la existencia de los eunucos, y no sería sino hasta dos años después, que él mismo pediría a su padre que cortara sus genitales para que pudiera ingresar a trabajar a palacio. 

La familia no tenía tanto dinero como para pagar a una de las casas de “expertos mutiladores”, así que el padre del pequeño llevó a cabo la operación en su casa, con un cuchillo y sin ningún tipo de anestesia. El libro revive a detalle los instantes de dolor que vivió el pequeño Sun, y la más dolorosa aún “recuperación” que le tomó varios meses, sólo para enterarse que Pu Ji, el emperador de China, había abdicado. 

Y cuando parecía que tanto sufrimiento había sido en vano, pues al abdicar el emperador ya no habría corte ni necesidad de eunucos, fue justo cuando las peripecias de Sun Yaoting en Beijing comenzaron. Llegó a trabajar en la Ciudad Prohibida, llegó a conocer a Pu Ji en persona y a ser el sirviente favorito de la emperatriz. Desarrolló habilidades en la actuación y la acrobacia para representar la Ópera de Pekín e hizo muchos amigos entre los eunucos, pero ¿lograría regresar a su pueblo natal bañado de riquezas como hizo aquel eunuco que conoció en su niñez?

No les voy a decir, por supuesto, para que compren el libro y lo lean. Eso sí, les advierto que tiene muchas erratas, que para una que ha sido editora, son peor que recordatorios del 10 de mayo. Aún así, vale la pena leer El último eunuco de China. 

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