Los preparativos comenzaron desde hace varias semanas. Los que vivimos en Beijing lo notamos de inmediato, de pronto la contaminación disminuyó notablemente y el cielo lucia un color que no veíamos desde noviembre de 2014 y al que bautizamos com “azul APEC.”

Pero lo que estaba por ocurrir en esta ocasión era más grande.  Pronto fueron anunciados una serie de cortes a la circulación de autos y peatones por igual en las principals avenidas, e incluso el cierre de algunas estaciones de metro en el perimetro central de la capital.

A diferencia de la cumbre APEC de noviembre pasado, esta vez China no recibiría a los principales líderes del mundo, pues buena parte de ellos declinaron participar en el desfile militar conmemorativo de la victoria de China en la Guerra de invasión japonesa. Pero su ausencia no mermó en el ánimo y los planes de Xi Jinping y gabinete, quienes estaban dispuestos a mostrar al mundo cuánto habían cambiado en las últimas 7 décadas.

El 3 de septiembre de 1945, China por fin logró una histórica y agonizante victoria sobre el ejército japonés, después de miles de muertos y la destrucción de ciudades completas, como por ejemplo Nanjing.  Por mucho tiempo, esta fecha pasó sin pena ni gloria por la vida de los chinos, ningún gobierno hizo grandes esfuerzos por conmemorarla, al parecer el gobierno comunista no tenía mucho interés en conmemorar un triunfo del ejército republicano del Kuo Min Tang. Pero además había otra cosa, China no tenía nada que presumir.

Esta vez es distinto, China mostró su poderío militar al tiempo que su presidente daba un mensaje de paz. Si bien el desfile de los 12 mil soldados de las tropas de infantería resultó harto impactante, lo fuerte aún estaba por venir.

Los misiles DF-26 y DF-21D, nunca antes mostrados en público, llamaron poderosamente la atención, pues tienen la capacidad de atacar y destruir porta-aviones, justo como los que tiene Estados Unidos, por ejemplo.

Pero lejos de Xi Jinping tal intension, al contrario, su mensaje fue de paz, de la importancia de conservar la paz, y como prueba, dijo que reducirá el número de efectivos del ejército chino en 300 mil.

No fueron pocos los que se quedaron impactados con el despliegue de coordinación perfecta que ofrecieron las tropas de infantería chinas al marchar frente a la plaza de Tiananmen, pero esa es tan solo una de las cualidades de los chinos en general: una obediencia a prueba de balas, ellos reciben las órdenes y las ejecutan hasta conseguir resultados perfectos, como en la inauguración de los Juegos Olímpicos de 2008, ¿se acuerdan?

De hecho, recién Beijing fue sede del Mundial de Atletismo. Pero al parecer, los eventos deportivos de clase mundial no son suficientes para abogar por la paz mundial, según lo visto, hace falta mostrar todo el poder de destrucción con el que cuenta un país, para luego decir “no se preocupen, no lo vamos a usar.”

Otra cosa que llama la atención es precisamente la mucha atención que ahora China le está dando a la tragedia que sufrió en 1945, principalmente a manos de Japón.  De hecho, fue por eso que muchos líderes mundiales dijeron “no, gracias”, cuando les llegó la invitación al desfile, pues no querían participar en algo que a todas luces resulta anti-japonés.

No pocos medios han expresado sus suspicacias ante la reciente insistencia china de recordar su tragedia y a sus víctimas. Pero se olvidan de la gran cantidad de tragedias que ha habido en la historia y pasan sin ser denunciadas. Sin ir más lejos, todos los países fueron testigos del Apartheid en Sudáfrica, y de tantos otros crímenes de lesa humanidad.

Los chinos tienen todo el derecho de conmemorar su tragedia, ahora que tienen dinero y poder para hacerlo. Si Bangladesh tuviera dinero, tal vez también debería comemorar las hambrunas provocadas por el antiguo imperio britanico que causaron miles de muertes. Pero no es el caso, los que tienen dinero, pueden regodearse en su dolor cuanto quieran, con películas, monumentos, ceremonias, libros.

En el terreno de conmemorar la tragedia, China es visto por las potencias como “nuevo rico”, lo miran con recelo, mientras se olvidan de todas las veces que han actuado de manera similar, sólo que los muertos eran otros.

¿Quién decide que genocidios deben indignarnos y cuáles otros deben pasar desapercibidos?

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