Por José Mariano Leyva*

Cuando se forma en nuestra cabeza la palabra complejo, generalmente aparecen dos significados: la complejidad en el sentido de dificultad o la complejidad en el sentido de riqueza. Ambas suelen ser excluyentes: donde una aparece la otra tiene que huir. Sin embargo, al hablar de centros históricos, la acepción de la palabra puede contener, al mismo tiempo, los dos sentidos. Un centro histórico lo mismo es peliagudo que poseedor de riquezas extraordinarias.

El caso del Centro Histórico de la Ciudad de México es lo mismo. Con dos perímetros establecidos, que suman más de 150 mil habitantes y más de 4 mil manzanas, pareciera que esta zona de la ciudad no es otra cosa que la síntesis de todo el territorio nacional, con sus aciertos, contradicciones, bellezas, confrontaciones y, por suerte también, con sus avenencias. El Centro Histórico de la Ciudad de México nos presenta espacios que se detienen en el tiempo: nuestra memoria aparece escarchada y nos urge a conservarla, pero también muestra irrefrenables deseos de cambios: el presente que a través de sus actores reclama su derecho a vivir, trabajar, divertirse, expresarse. Tal vez no haya mejor termómetro de este cambio que la fluctuación de pobladores que el Centro tiene: 14 mil personas por metro cuadrado que se eleva hasta 193 mil gracias a la población vinculada. Además, este espacio es visitado diariamente por cerca de 2 millones de personas. Lo dicho: complejidad en sus dos acepciones.

Como historiador me resulta imposible pensar en que los cambios sucedidos a través del tiempo que sufre un espacio —especialmente uno tan significativo—, a la larga son los que moldean esa historia que a la postre parece inmóvil. Se trata entonces de la menos tranquila de las permanencias. Así, el espacio del Centro Histórico antes fue la potente Tenochtitlan (fundada en 1325), fue ciudad novohispana (desde 1521), luego barroca (1700) y luego neoclásica (1800). La modernidad intentó sorprenderla alrededor de 1930 y la Universidad Nacional —pilar ineludible de la zona— salió rumbo al sur en 1953.

En medio de la danza de estas fechas, hay un año especialmente significativo: 1980, año en que se crea la Zona de Monumentos Históricos. Monumentos que se relacionan con todas y cada una de las etapas previas, momento en el que se entendió la síntesis histórica que representan y la necesidad por conservarlos. Un poco más adelante en 1987 el Centro Histórico de la Ciudad de México es declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Con esos avances, algunos años después, se crearon el Fideicomiso Centro Histórico y la Autoridad del Centro Histórico, además del Programa de Reordenamiento del Comercio en Vía Pública. La recuperación de la memoria presente entre los edificios, las plazas y los rincones del Centro se volvió cada vez más sistemática. Pero no solo eso, como lo señalé algunas líneas arriba, la memoria se construye a partir de un presente que también demanda y tiene sus propios retos.

Dentro del modelo de gestión del Centro Histórico, se contempla el hacer posible una mejor calidad de vida para sus habitantes, manteniendo la identidad histórica y sociocultural y protegiendo el patrimonio arquitectónico, urbanístico y cultural. Presente y pasado engarzados en un mismo espacio. Y para lograr esto, se necesitan varias estrategias: una recuperación del espacio público y la habitabilidad, la consolidación de las condiciones de seguridad pública, la revitalización de actividades económicas turísticas y culturales. Y de manera más específica, dentro del Fideicomiso Centro Histórico se establecen programas de rehabilitación de calles y corredores peatonales, la recuperación de inmuebles con valor patrimonial y social, el arreglo de fachadas y ordenamiento de imagen urbana, el mantenimiento de las calles recuperadas, el impulso a la vivienda, el fomento a la educación, la cultura y el turismo y el fortalecimiento de las finanzas y la economía, entre muchos otros.

De esta manera existe una intención general que sigue estableciendo un puente entre el pasado y el presente. Entre la memoria y su propia construcción. Tal vez así, de esta manera, provoquemos que, al juntar la palabra complejo con los centros históricos, se entienda como un proceso en el que la dificultad se transforma en riqueza.

Rehabilitación del espacio público

  1. En los últimos siete años se rehabilitaron 83,620 metros cuadrados de espacios públicos.
  2. Se otorgaron 2,451 apoyos a la gestión de obras de rehabilitación, restauración, mantenimiento, ordenamiento de anuncios y toldos, así como de obra, promovidos por particulares e instituciones públicas.
  3. Se rehabilitaron 1,249 fachadas, que equivalen a 14,000 metros lineales.
  4. Iluminación arquitectónica de 11 edificios emblemáticos.
  5. Proyecto de señalética. Se colocaron 1, 792 elementos.
  6. Alrededor de 400 acciones culturales en jardines y plazas públicas.

El Centro Histórico de la Ciudad de México es un espacio fundamental para la revitalización de procesos económicos, culturales y sociales. En concordancia con ello, el Fideicomiso Centro Histórico de la Ciudad de México basa sus acciones en políticas públicas orientadas a la revitalización de los espacios e inmuebles del Centro Histórico, procurando mantener un sentido social, a través de un vínculo estrecho con la ciudad, la ciudadanía y los valores patrimoniales.

La Ciudad de México será la sede del Seminario Internacional “Viva el Centro”, que reunirá a autoridades y expertos en centros históricos de América Latina a partir del 17 de noviembre de 2015. En la cita se discutirán las estrategias para hacer del patrimonio histórico una parte integral de las políticas urbanas del siglo XXI.


* José Mariano Leyva es el Director General del Fideicomiso Centro Histórico de la Ciudad de México

Esta columna fue originalmente publicada en el del Banco Interamericano de Desarrollo BID.

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