Es raro que una película enderece un libro. El ejemplo más famoso es el de El padrino (The Godfather, 1972) y su secuela, que convirtieron el best-seller de Mario Puzo en el melodrama de gangsters esencial de Hollywood. Su iluminación y sus actuaciones románticas, sus intrigas políticas y su imagen del gangster italoamericano como realeza, resultaron excepcionales, a diferencia del libro original, cuyos triunfos estéticos jamás son resaltados. Nadie ubica a la novela como uno de los grandes libros, a diferencia de las películas basadas en ella, que continúan teniendo una influencia considerable. Esta reacción me parece desmedida aunque sí pienso que El padrino es una cinta brillante que en su canon, el cinematográfico, es mucho más importante —aunque no más que muchas otras— que la novela de Puzo en el canon literario.

Ante el inminente estreno de Me estás matando, Susana (2016), basada en Ciudades desiertas, de José Agustín, decidí leer la novela y descubrí una película que, al simplificar el libro en que se basa, resulta menos ambiciosa pero más consistente que el texto original. Espero no ofender a los muchos admiradores del libro pero su incoherencia tonal —la farsa y el melodrama se interrumpen constantemente—, su ligera crítica al “imperio estadounidense” y su abuso de estereotipos internacionales no me afectaron como a muchos otros. Me parece una novela menor que no se logra concentrar ni en el romance ni en la farsa. Sin embargo su adaptación al cine, Me estás matando, Susana, decide fijarse en la historia de amor de Eligio (Gael García Bernal), un actor sin mucho éxito, y su esposa Susana (Verónica Echegui), una escritora que decide desaparecer en un programa de escritores en Estados Unidos. La sátira de Agustín contra los brutos y arrogantes literatos estadounidenses desaparece en una película que prefiere centrarse en su caricatura del mexicano macho y arrepentido pero que nos da una comedia romántica más modesta y quizá más lograda en sus pequeñas ambiciones que Ciudades desiertas en las suyas.

El director Roberto Sneider posee la intuición necesaria para convertir la novela en un filme comercial y, sí, convencional, pero nadie puede culparlo por no querer cambiar la historia del cine. Sneider prefiere entretener a su audiencia y su estilo cinematográfico refleja sus objetivos. El ritmo de la edición es veloz y abunda en jump cuts que resaltan la ridiculez del protagonista, Eligio, o que reducen la tensión de los encuentros sexuales —después de todo es una película que aspira a un público masivo—. Aunque podemos ver la desnudez de Verónica Echegui, Sneider revela sólo lo suficiente para dar la impresión de mayor realismo que en la mayoría de las cintas comerciales pero sin pretender las sublimes y explícitas escenas de Abdellatif Kechiche en La vida de Adèle (La vie d’Adèle, 2013). Al contrario, en su filmografía Sneider se ha caracterizado por ser un director efectivo en llevar al cine novelas ligeras y contarlas de manera accesible.

En Me estás matando, Susana, Sneider se comporta igual que en Arráncame la vida (2008) y en vez de ahondar en los temas políticos aprovecha los contextos históricos y geográficos para crear grandes producciones que complazcan a la audiencia. Ya sea que Sneider nos muestre los palacios de principios del siglo XX mexicano o las inacabables carreteras de Norteamérica, sus espacios no son lugares de encuentro espiritual sino de ostentación materialista, es decir, nos los presenta como bellos por vastos o por asombrosos, no por significativos. Su última película descarta o reduce a buena parte de los personajes de Ciudades desiertas y se concentra en las experiencias de Eligio mientras persigue a Susana no para estudiar mejor al macho mexicano sino para aprovechar a su estrella, Gael García Bernal.

Es difícil imaginar a otro actor en el papel de Eligio, dada la habilidad cómica con que García Bernal pronuncia los diálogos llenos de vulgaridades. A mi juicio, García Bernal se ubica entre actores como Ernesto Gómez Cruz y Damián Alcázar, que le dan al vocabulario mexicano una inflexión sutil para sonar como una de las muchas caricaturas que en la realidad nos hacen reír con su sola pronunciación, por no hablar de su explosivo vocabulario. Además, gracias a García Bernal Eligio puede decir en medio de un pleito cosas como “‘Te quiero hasta la ignominia’, como dice la canción” —una frase de Agustín— sin que suene fuera de lugar. Si Ciudades desiertas combina un lenguaje literario con el habla de las calles, Sneider y García Bernal evitan todo intento poético para darle más credibilidad y sobre todo afabilidad al personaje protagónico. Su normalidad lo acerca a la audiencia y para concretar este efecto el director añade algunas escenas que reafirmen el carácter cínico y a la vez tierno de Eligio.

A pesar de las decisiones originales que distancian a Me estás matando, Susana de Ciudades desiertas —empezando por el título—, Sneider conserva muchos elementos de la novela de Agustín que, en ocasiones, no encajan del todo en la película. Muchos personajes serán reconocibles para los lectores de Ciudades desiertas pero jamás tendrán mucho sentido para los espectadores de Me estás matando, Susana, mientras que el desenlace, aunque es esencialmente el mismo, no está filmado en el mismo registro satírico de Agustín. Conviene, entonces, ver a ambas narraciones como productos de sensibilidades distintas, y aunque la de Sneider tiende más a lo cursi, la cohesión de su historia y el carisma de su protagonista me parecen suficientes para rebasar buena parte de las comedias comerciales que nos ha ofrecido el cine mexicano en años recientes.

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